El Carlismo y las Guerras Carlistas en la España del Siglo XIX: Oposición al Liberalismo durante el Reinado de Isabel II

El Reinado de Isabel II: La Oposición al Liberalismo, Carlismo y Guerras Carlistas

La Oposición al Liberalismo y el Surgimiento del Carlismo

En 1833, tras la muerte de Fernando VII, su hermano Carlos hizo público el Manifiesto de Abrantes, donde reclamaba sus derechos dinásticos. Sus seguidores le proclamaron rey en diversas ciudades, y surgieron partidas carlistas por todo el país. En 1834, se formó un ejército carlista liderado por Tomás Zumalacárregui. El movimiento carlista no solo fue una reivindicación dinástica, sino que también tuvo un fuerte contenido ideológico y de clase. Defendía los principios de “Dios, Patria, Rey”, la cuestión foral y la descentralización, negando la validez de la Pragmática Sanción. Contó con el apoyo de los defensores del Antiguo Régimen.

Entre la nobleza, fueron carlistas los pequeños títulos nobiliarios y miembros ultraconservadores de la administración del estado. Entre el campesinado, se sumaron al carlismo los campesinos vasco-navarros, muy vinculados a la tradición foral. El carlismo también tuvo apoyo en muchos núcleos urbanos, especialmente en sectores ligados a las economías locales campesinas, influidos por los discursos de los curas, y en sectores artesanales opuestos a la desintegración gremial. El clero fue un sector muy importante como apoyo ideológico y de propaganda carlista. La mayoría de los mandos militares apoyaban a María Cristina. El carlismo tuvo apoyos especialmente en las zonas norte y oeste de la península, en contraposición al sur.

La población vasca y navarra apoyó el carlismo por su defensa de los fueros. Los fueros representaban la descentralización tradicional frente al centralismo liberal; una particularidad jurídica que privilegiaba aspectos de la justicia, el fisco, la economía y el reclutamiento militar. Tras la Guerra de Sucesión en 1713, los Borbones mantuvieron los fueros vascos, que incluían la exención fiscal y militar. Aragoneses y catalanes habían perdido los suyos por los Decretos de Nueva Planta. Los fueros eran incompatibles con el liberalismo.

Desarrollo Militar y Político de la Primera Guerra Carlista (1833-1839)

El bando liberal, que defendía los intereses de Isabel II, tuvo el respaldo de sectores reformistas y liberales. La guerra tuvo una dimensión internacional. En 1834, se creó la Cuádruple Alianza para apoyar a los regímenes liberales de España y Portugal, con financiación y armamento. Los carlistas contaron con el apoyo de los imperios austriaco, prusiano, ruso y de los Estados Pontificios.

En 1833, el levantamiento carlista derivó en una guerra civil. La rápida reacción de Sarsfield en 1836 evitó la victoria carlista en la meseta norte. El río Ebro se convirtió en la frontera estratégica entre los dos bandos. Los carlistas, dirigidos por Zumalacárregui, controlaron casi todo el País Vasco. Las discrepancias entre Zumalacárregui y el entorno de Don Carlos sobre la toma de una ciudad, la muerte de Zumalacárregui y la resistencia de Bilbao cambiaron el curso de la guerra en favor de los cristinos. Los carlistas fueron derrotados en Mendigorría y Arlabán, y se vieron obligados a levantar el asedio de San Sebastián.

Los carlistas cambiaron de estrategia. En 1836, se realizaron expediciones de columnas móviles. Tras un nuevo asedio carlista sobre Bilbao, Espartero liberó la ciudad. En 1837, los carlistas pasaron a la defensiva, y el escenario de la guerra se movió al Maestrazgo y a Cataluña. Carlos dirigió otra expedición real que llegó hasta las puertas de Madrid, pero fracasó, lo que provocó la división del carlismo.

En 1839, se firmó el Convenio de Vergara entre Rafael Maroto y Espartero. Sus acuerdos fueron:

  • Fin del conflicto militar en el territorio vasco-navarro.
  • Traslado a las Cortes del problema del régimen foral.
  • Integración de oficiales y jefes carlistas en el ejército liberal.

En 1841, se prometió a Navarra una autonomía. La guerra, que duró seis años, fue extremadamente cruenta, provocó un hundimiento económico y el mantenimiento de la ideología carlista, lo que daría lugar a más guerras en el futuro. Un núcleo carlista dirigido por Ramón Cabrera resistió en la zona del Maestrazgo.

Segunda y Tercera Guerra Carlista (1846-1849 y 1872-1876)

El Convenio de Vergara no terminó con el carlismo. Tras la muerte de Don Carlos, este transmitió sus derechos a Carlos VI (su hijo), iniciándose una dinastía paralela a la de los Borbones, que mantuvo viva su legitimidad. En 1843, un intento de pacto de boda entre Carlos VI e Isabel II fracasó y llevó a los carlistas a iniciar la Segunda Guerra Carlista, conocida como la Guerra dels Matiners. Comenzó en Solsona, y su líder fue el sacerdote Benet Tristany, quien en 1847 atacó Cervera y fue fusilado ese mismo año en Solsona. Se enfrentó a un ejército dirigido por Manuel Pavía. A los carlistas se unieron patriotas progresistas y republicanos. Ramón Cabrera intentó organizar un Ejército Real de Cataluña sin éxito. En 1848, Manuel Gutiérrez de la Concha consiguió debilitar la actividad de las partidas carlistas. Fracasaron las sublevaciones carlistas en Guipúzcoa, Navarra, Burgos, Maestrazgo y Aragón. El conflicto no pudo continuar por la falta de recursos económicos. En 1849, se detuvo a Carlos VI intentando pasar de Francia a España. El gobierno publicó un decreto amnistiando a los carlistas. Durante las décadas siguientes, el carlismo permaneció inactivo.

En 1872, la caída de Isabel II y la llegada al trono de Amadeo de Saboya hicieron que Carlos VII volviera a levantar a sus partidarios, iniciándose la Tercera Guerra Carlista. Los carlistas establecieron su capital en Estella. En 1873, se proclamó la I República, y muchos monárquicos pasaron a apoyar al carlismo. En 1874, las tropas gubernamentales consiguieron derrotar a los carlistas. El gobierno abolió los fueros de Navarra y las provincias vascas. En el siglo XX, el carlismo tuvo protagonismo dentro de la ultraderecha en la sublevación militar de 1936.

Consecuencias de las Guerras Carlistas

Las Guerras Carlistas fueron conflictos muy sangrientos, con un alto coste de vidas humanas. Eran guerras civiles con un fuerte componente ideológico y de violencia política. Contribuyeron a la consolidación del liberalismo, único apoyo al trono de Isabel II, siempre en su versión doctrinaria más conservadora. Aumentó el protagonismo de los militares en la política española, quienes no dudaron en ponerse al frente de los partidos liberales, utilizando el recurso del pronunciamiento. Las guerras generaron grandes gastos y una situación económica pésima. Sobre la cuestión foral, en 1834 los liberales conservadores habían establecido que las provincias vascas y Navarra serían consideradas como “provincias exentas”. El Convenio de Vergara respetó los fueros, y en 1841 se estableció la ley “paccionada”.