1. El Libro de Buen Amor, Culminación del Arte de Clerecía
La obra del Arcipreste de Hita, el Libro de Buen Amor, en pleno siglo XIV, es la culminación del arte de clerecía, si bien el Arcipreste es el clérigo más ajuglarado de toda nuestra literatura. De su autor conocemos pocos datos debido a que no hay en esa época reglamentación de registros parroquiales y por la falta de documentación en las crónicas. Se cree que nació en Alcalá de Henares hacia 1283 y que desempeñó el cargo eclesiástico de arcipreste en Hita, localidad cercana a Alcalá. Posiblemente, vivió entre 1280 y 1350, una época de crisis o ruptura que se manifiesta en todos los ámbitos.
Los ideales no son ya el heroísmo exaltado de los cantares de gesta o la preocupación religiosa de los clérigos, sino el bienestar material y los goces y placeres de la vida cotidiana. Esta nueva mentalidad burguesa exige una visión realista de los hechos y orienta el carácter didáctico a adoctrinar para la vida terrenal (no para la eterna) con un tono realista y satírico. En esta línea se sitúa el Libro de Buen Amor.
Esta obra está constituida por un conjunto de elementos heterogéneos unidos por la presencia del protagonista. En su mayor parte utiliza la cuaderna vía, pero contiene partes en otras estrofas y en versos cortos. Aunque escrita en primera persona, no es una autobiografía real, sino literaria. Juan Ruiz se presenta como galán en una serie de aventuras amorosas que terminan en fracaso. En estos episodios se intercalan discusiones sobre el amor, sermones morales, fábulas, sátiras, cantigas profanas (serranas) o religiosas (marianas).
A pesar de esta variedad podríamos establecer la siguiente estructura:
- Preliminares: oración inicial y prólogo (sermón) en prosa.
- Cuerpo: relato amoroso autobiográfico, fábulas de tradición clásica u oriental, episodio de don Melón y doña Endrina con la participación de Trotaconventos, digresiones morales o satíricas, paisajes alegóricos (don Carnal y doña Cuaresma)
- Final: Composiciones líricas y juglarescas (religiosas y profanas)
En su obra Juan Ruiz sigue la fórmula de clerecía: “enseñar deleitando”. La fórmula autobiográfica posibilita la enseñanza y al mismo tiempo refleja la fuerte personalidad del autor (ironía, parodia, sátira, alusión a lo profano). Por otra parte, se pone de manifiesto la lucha espiritual del hombre medieval entre el “loco amor” y el “buen amor”, la tensión entre el vitalismo lleno de amor a la vida y la angustia por el temor a la muerte.
2. La Prosa Medieval
2.1. Alfonso X el Sabio y la Escuela de Traductores de Toledo
En España, como en toda Europa, la prosa literaria aparece más tarde que la poesía en verso. La prosa se escribía en latín, lengua exclusiva durante mucho tiempo. Fue Alfonso X el Sabio quien otorgó al castellano la categoría de lengua adecuada para la transmisión de la cultura y los saberes humanos. Su precedente en esta labor fue la Escuela de Traductores de Toledo, creada en el siglo XII por el arzobispo don Raimundo. En ella se reunían eruditos árabes, cristianos y judíos para traducir al latín las grandes obras (científicas, filosóficas) existentes en lenguas árabes y griegas. Posteriormente, dichas obras se tradujeron también al castellano.
Alfonso X se ocupó especialmente de dignificar la lengua castellana cuidando su sintaxis, estableciendo el léxico, limando las vacilaciones y fijando la forma de las palabras. Todo en un proceso de trabajo que él mismo supervisaba. Entre las obras que impulsó destacan: la Primera Crónica General de España (histórica), Las Siete Partidas (jurídica), El libro del Saber de Astronomía (científica).
2.2. El Género Didáctico y Don Juan Manuel
Pero el género más importante de la época es, como hemos visto, el didáctico. Los ejemplos medievales tienen como precedente los cuentos y las fábulas orientales. A partir de relatos en los que participan personas, animales, personajes fantásticos…, se presenta un caso sobre el que después se desprenderá una lección o consejo moral. Este género llega a su culminación con don Juan Manuel y su obra más conocida: El Conde Lucanor.
Este autor fue uno de los hombres más poderosos de su época (nieto de Fernando III y sobrino de Alfonso X). Participó activamente en la política y guerras de su tiempo, y al mismo tiempo se interesó por la cultura clásica y oriental, esforzándose en obtener un estilo personal que combinara la elegancia con la precisión. En general, sus obras están escritas con un objetivo didáctico y moralizador, fundamentado en lograr la convivencia entre las personas, mostrando casos o ejemplos de comportamientos humanos.
En El Conde Lucanor se pone de manifiesto esta condición didáctico-moral. Consta de cinco partes, y la primera, de más interés, contiene 51 ejemplos o cuentecillos de temas variados y de origen diverso (fábulas griegas, parábolas bíblicas, relatos orientales…, y de propia invención). Cada uno de los 51 ejemplos presenta una misma estructura formal:
- El conde Lucanor consulta a su ayo o preceptor Patronio sobre un asunto.
- Patronio relata una historia, un caso o un cuento que sirve de ejemplo para la situación planteada.
- Se pone en relación el tema del cuento explicado con el problema propuesto por el conde.
- Don Juan Manuel resume mediante un pareado (proverbio) la enseñanza que deseaba transmitir.