El amado, que en el poema anterior se nos presentó como “ángel, demonio” se convierte aquí en un “Dios” al que Cernuda esperó para poder configurar su existencia en función de él. Antonio Jiménez Millán ve en este cambio un paso adelante en la configuración del mito, que transforma al amado en un ser superior, de una naturaleza no terrenal. Hay también en ello un reflejo de la “Oda” dedicada al actor George O’Brien, de la que ya hemos hablado.
Sin embargo, la relación llegó a su fin: “Mas el amor, como un agua, / arrastra afanes al paso” (vv. 3-4). De nuevo el mar se muestra como símbolo del deseo y las pasiones. Como resultado de esa pérdida, el poeta se ha olvidado de sí mismo “en sus ondas”. Se recupera aquí la imagen del cuerpo vacío que aparecía en algunos poemas de Un río, un amor (“Remordimiento en traje de noche” o “Cuerpo en pena“, por ejemplo) como representación del vacío interior del poeta.
La confusión espiritual que experimenta el yo poético se describe a través de cuatro paradojas que reflejan esa oscilación interna que le impide encontrar el equilibrio que necesita: “vivo y no vivo, muerto y no muerto; ni tierra ni cielo, ni cuerpo ni espíritu” (vv. 7-8). El estado de desesperación lo lleva al extremo de casi extinguirse, consumido por el sufrimiento; ya no es él, sino un pálido reflejo de lo que fue: “Soy eco de algo” (v. 9), y su frustración se manifiesta en los tres versos siguientes que demuestran su incapacidad para recuperar ese amor perdido: “lo estrechan mis brazos siendo aire, / lo miran mis ojos siendo sombra / lo besan mis labios siendo sueño” (vv. 10-12). La estructura paralelística permite oponer elementos sensoriales (brazos, ojos, labios) con otros etéreos, casi intangibles (aire, sombra, sueño). Esta técnica la toma Cernuda de Bécquer, como señala Derek Harris. Los dos versos finales, rotundos, clarifican la diferencia entre el ayer y el hoy, entre el pasado lleno de felicidad y el desesperado presente: “He amado, ya no amo más / He reído, tampoco río” (vv. 13-14). Por medio de una expresión sencilla y sin adornos se consigue transmitir la tristeza profunda de su situación.
Este poema prolonga la confrontación de los dos versos finales del poema anterior. “He amado, ya no amo más; / He reído, tampoco río” supone la oposición de dos instantes antagónicos que en este poema se encuentran en el primer y en el último verso, dotando al texto de una estructura simétrica que lo divide en dos.
La primera parte, (“Yo fui”) describe los momentos de expectativas, sueños y pasión amorosa (vv. 2-3) y el camino que el poeta recorre para llegar a la consumación de su deseo. “Busqué lo que pensaba” (v. 4) hace referencia a ese deseo oculto que se despertó en él en la adolescencia y que finalmente vio cumplido en su juventud (“fui luz un día / arrastrado en la llama” (vv. 8-9).
En la segunda parte se produce la pérdida. “Como un golpe de viento / que deshace la sombra” (vv. 10-11) representa la súbita ruptura amorosa, que llega de manera inesperada y trastoca ese mundo de felicidad que el poeta se había construido. El cambio se simboliza con una caída “en lo negro” (la tristeza, la desesperación, la soledad)
, en un entorno hostil (“mundo insaciable”) que actualmente lo rodea. El “He sido” constata que es ahí donde el poeta se encuentra todavía, lo que contrasta con el primer verso (“Yo fui”), espacio pasado de la ilusión y la felicidad del que ha sido desterrado para siempre.
El poeta reflexiona sobre su adolescencia desde la perspectiva de una madurez sombría. Hay en él una vuelta al universo poético de Primeras poesías, libro juvenil que mucho tenía de adolescente. Derek Harris lo resume diciendo que “la promesa juvenil ha sido traicionada por la sucesiva experiencia de los fracasos. El recuerdo del momento en el que el ideal erótico se concibió en el lejano mundo cerrado e indolente de la adolescencia se convierte ahora en un suplicio que aviva el contraste amargo entre lo que pudo ser y lo que ha sido en realidad”. Es normal que tras una ruptura amorosa el poeta vuelva la vista atrás hacia su adolescencia, cuando su futuro estaba compuesto por promesas y posibilidades infinitas.
En la primera estrofa Cernuda vuelve la vista a atrás a su adolescencia, tiempo que caracteriza por medio de términos que tienden a la ensoñación y a la sugerencia (“nubes”, “grácil”, “penumbra”, “reflejo”). Se extraña el poeta de que el recuerdo de aquella época pueda causarle tanto dolor.
La pérdida de placer es siempre motivo de tristeza, y el poeta reintroduce la dualidad “Yo fui / he sido” del poema anterior para oponer su adolescencia (dominada por la ignorancia), con el presente. Cernuda, en consonancia con el mundo poético de Perfil del aire, se vale de una serie de imágenes y términos que aparecían en aquel libro: la lámpara (v. 6), las nubes (v. 1), los muros (v. 10), el cristal (v. 11), el sueño (v. 12). Volver al pasado es volver al lenguaje que entonces utilizó.
La tercera estrofa describe esa infancia donde no hubo ni penas ni alegrías, encerrado tras los muros que lo separaban del exterior, y donde el sueño fue la única forma de escape, aunque el sueño crecíó tanto que se hizo “más alto que la vida”, es decir, las expectativas creadas superaron a lo que el poeta acabaría encontrándose en la vida real. 0..
Con la llamada final a la muerte (un tópico literario que entronca además con el imaginario de Bécquer), Cernuda reconoce que, aunque se dé cuenta de que sus sueños no se han cumplido, que las cosas no se han desarrollado como imaginó siendo adolescente, su anhelo por despojarse del deseo no se cumplirá. Cuando la muerte llegue, encontrará sus manos “ardientes de deseo, tendidas hacia el aire” (v. 16). El poeta admite entonces que el deseo no desaparece ni se apaga, y que se mantiene activo hasta al final, por mucho que se desee su aniquilación.
El poema trata sobre los cambios que se experimentan al estar enamorado; no muere el amor, sino que son las personas las que dan por finalizada la relación al cambiar ellos mismos. Con esta premisa de partida, Cernuda describe la situación inicial en la juventud (“inocencia primera / abolida en deseo” vv. 3-4) que constituye la forma más pura de ese amor, cuando el enamorado se disuelve en el otro (“olvido de sí mismo en otro olvido” v. 5), simbolizado en esas ramas entrelazadas (v. 6). El poeta se pregunta entonces qué sentido tiene vivir si se pierde ese deseo inicial.
La siguiente estrofa establece que, a pesar de la pérdida del amor, solo a través del deseo se puede mantener la esperanza para estar vivo (vv. 8-11). Tal y como afirmaba al final del poema VII, el deseo sigue latente y es la única fuerza que sostiene nuestras ilusiones.
Frente a esa certeza, está la realidad de quienes viven alejados del deseo y del amor, “fantasmas de la pena”(v. 12), en una sucesión de imágenes que recuerda a las aparecidas en Un río, un amor (“muertos en pie”, “arañando la sombra”…) y que se extienden hasta el v. 22.
Los dos últimos versos cierran el poema, que posee estructura circular porque concluye con la afirmación inicial; parece haberse demostrado con la exposición que le precede que lo que se sostiene es cierto, y por ello se insiste “no, no es el amor” de manera rotunda, que reafirma cuanto se ha dicho.
Este poema es uno de los más famosos de Cernuda, síntesis perfecta de sus sentimientos y de la importancia de la soledad en su vida, su más fiel compañera. Para ello, el poeta se desdobla adoptando la voz de un farero. A través de un soliloquio (un parlamento dirigido hacia sí mismo), el farero, trasunto del poeta, establece una conversación reflexiva con la soledad.
La conversación parte de su infancia, pues fue en soledad como imaginó su futuro, y en él vislumbraba ya que su destino sería libre y solitario, de igual manera que su eterna acompañante (vv. 3-10). Resulta destacable el v. 4 (“quieto en ángulo oscuro”), que hace pensar en Bécquer y en su famoso verso “Del salón en el ángulo oscuro”. La referencia velada al poeta ROMántico no es gratuita, pues remite al mundo de la infancia de Cernuda, y a la lectura primera del que será su modelo literario de adolescencia.
Pero en la juventud, el farero (Cernuda) se perdíó en busca de amigos y amantes, y se olvidó de su verdadera esencia, siguiendo esa “verdad” que supónía abandonar la soledad (vv. 11-16), aunque eso negaba su propia naturaleza, pues “las alas fugitivas su propia nube crean” (v. 18); es decir, la soledad formaba parte del carácter del poeta, y acabaría surgiendo aunque él la evitara. En aquella época, negó la compañía de la soledad por cosas sin importancia: por amores superficiales (v. 23), amistades sin valor (v. 24), la fama (v. 25), “los placeres prohibidos” (v. 26), igual de repugnantes que los placeres admitidos por la sociedad, objeto de mentiras y envidias (vv. 27-29).
El poeta contrapone su juventud pasada, cuando traiciónó a la soledad, con el presente en que se encuentra, que le recuerda a su “yo” de la infancia (vv. 30-32). Rodeado solo por la naturaleza (sol, lluvia, bosque, mar, vv. 33-38), reconoce a su alrededor la única compañía de la soledad (vv. 39-43). En medio de la noche, el farero contempla el mar desde su puesto de vigilancia, que sirve de guía a los hombres (vv. 44-48). El farero vive por ellos, pues su existencia se basa en servirles, aunque no conozca ni sus nombres ni sus identidades (vv. 49-51); a pesar de ello, los ama a todos y a ellos dedica su vida, con la misma pasión que ese mar junto al que habita (vv. 52-55).
La soledad es la única pasión que llena su vida, y todo cuanto le rodea (sol, mar, el hombre, su deseo, la humanidad toda) no son sino una manifestación de esa realidad (vv. 56- 63). Los dos versos finales ofrecen la paradoja que cierra el poema: buscó la compañía de los hombres por la soledad; ahora, en su madurez, acompañado de la soledad, ama a esa humanidad en la lejanía.
El farero (Cernuda) halla así en la soledad el único refugio, y acaba identificándose con ella, convirtiéndola en su propia esencia.