Eduard manet

muy utilizado por Manet, como ya había hecho en Música en las Tullerías  o Desayuno en la hierba.
Por esto es considerado el primero que rompe de manera definitiva con la tradición académica, sirviendo a los impresionistas como punto de referencia y estímulo, a pesar de que Manet nunca se integró en el grupo. El lenguaje empleado en esta imagen es mucho más audaz que en obras anteriores; de nuevo la figura se recorta sobre un fondo neutro, utilizando una iluminación frontal que elimina las gradaciones tonales y las sombras. Esta iluminación – tomada de la estampa japonesa 
Acentúa la sensación de planitud, eliminada por Manet al contraponer partes claras y oscuras, revelando el sentido del volumen. Las líneas de los contornos están perfectamente definidas, destacando el valor otorgado por Manet al dibujo como le había indicado su maestro, Couture .
La pincelada de Manet es muy segura, define con brillantez los detalles de las telas y emplea la mancha para las flores o las cortinas verdes del fondo. La bella figura de Olimpia mira con descaro al espectador, como si de un cliente se tratara; su sensual cuerpo se ofrece con los zapatos de tacón puestos, aumentando así el concepto de Realismo aprendido de Courbet , que acentúa con la aparición de la sirvienta de color – con un magnífico ramo de flores en las manos – y el gato negro, que contrasta también con el cuerpo nacarado de Olimpia y con las telas blanquecinas sobre las que posa. Destaca el mantón oriental que sujeta la dama con su mano izquierda, síntoma de la afición por lo oriental de aquellos momentos. El título de Olimpia le fue puesto por Astruc quince meses después de ser pintada, inspirándose en los versos de un poema titulado La Fille des îles. Una dama italiana llamada Giulia Ramelli se prendó de la obra y escribíó al pintor, preguntando por el precio para adquirirla. Manet la valoró en 10.000 francos, suma excesiva para la compradora. En 1889 fue presentada en la Exposición Universal de París, donde la pretendíó comprar un coleccionista americano. El pintor Sargent advirtió a Monet , que inició una suscripción popular para comprar la Olimpia y donarla al Estado; entre Julio de 1889 y Enero del año siguiente se llevó a cabo dicha suscripción, no exenta de incidentes.

Música en las Tullerias, 1862


Desde 1845, Baudelaire animaba a los artistas a pintar asuntos de la vida moderna, alejándose de los temas clásicos. Manet irá recogiendo estas propuestas y sus cuadros tienen cada vez más algo de contemporáneo. Sin embargo, la pasión por Velázquez  aparece plasmada en esta obra al tomar como modelo una escena similar que se guarda en el Louvre, erróneamente atribuida al sevillano. Así pues, Manet vuelve a unir tradición con modernidad, como ya había hecho, de manera más solapada, en Caballeros españoles  o en Muchacho con espada.
El tema elegido es un concierto en las Tullerías, al que acude lo más granado de la burguésía parisina. Por supuesto que el propio artista se incluye – en la zona de la izquierda – junto a sus amigos: su hermano Eugène es la figura inclinada del centro; Baudelaire, Gautier y el barón Taylor conversan detrás de las mujeres; tras ellos, el pintor Fantin Latour observa curioso. Las dos damas sentadas son Mme. Loubens – la mayor, con el velo – y Mme. Lejosne. La sensación de muchedumbre se consigue perfectamente. Los críticos del momento consideraron que la obra carecía de composición, al distribuir las figuras por la superficie sin ofrecer ningún punto focal de interés. Le consideraban un pintor de fragmentos, desprovisto de ideas y facultades como dibujante, pero la composición está muy bien estudiada: la línea de sombreros la divide aproximadamente por la mitad, ocupando la parte superior con el follaje de los árboles, lo que da un aspecto más plano; los troncos marcan el ritmo horizontal y unen ambas mitades del cuadro, incluso el árbol central pone en contacto los planos primeros e intermedios. El espectador se coloca al mismo nivel que los personajes, reducíéndose la profundidad y creando cierto aspecto teatral en las figuras, que dejan poco espacio en primer plano. Emplea una luz natural muy fuerte que cae sobre los protagonistas, de modo que tenemos la impresión de estar ante una escena al aire libre. Pero se trata de una obra de estudio, tanto por los tonos empleados como por los retratos de los amigos de Manet, para los que se valdría de fotografías. Respecto al color, el artista renuncia a la utilización de tonos intermedios, interésándose por el fuerte contraste entre blancos y claros con el negro puro, color rechazado por los pintores académicos. Por esto se consideraba el arte de Manet como fragmentario, ya que abandonaba la coherencia que otorga a un cuadro el claroscuro. Para las zonas superiores aplica el color con espátula, mientras que en el resto emplearía el pincel, interésándose por el abocetamiento que se observa en obras como el Bebedor de absenta o Muchacho con cerezas.
Sería ésta la primera vez que Manet nos muestra de cerca la vida burguesa de París, iniciando una línea de trabajo que continuarán Degas y Toulouse-Lautrec.
Cuando la obra fue expuesta, al año siguiente, en la Galerie Martinet escandalizó a los visitantes.