Crítica de Hume a las Ideas Fundamentales de la Metafísica

Crítica de Hume a la idea de causalidad

Si todas las ideas provienen de impresiones, es importante preguntarse cuál es la impresión de la que proviene la conexión necesaria entre dos fenómenos, por ejemplo, que el fuego produce calor. Hume señala que no es posible percibir ninguna impresión específica de la presunta conexión necesaria entre los dos fenómenos. Lo único que podemos captar es que ambos se presentan unidos. Por lo tanto, no existe conexión necesaria entre causa y efecto: dicha relación procede del hábito, de la repetición de la experiencia, que nos predispone a esperar que las cosas sucederán del mismo modo.

Por primera vez se plantea el problema lógico de la inducción: el paso de la premisa “Algunos…” a la conclusión “Todos…”. Tratándose de hechos, nuestra certeza acerca de lo que acontecerá en el futuro se basa en una inferencia causal, que es un razonamiento útil en la vida cotidiana, por lo que tiene un gran valor práctico. Pero no es una conexión estrictamente necesaria y obligatoria, tan solo probable. No hay una certeza indudable como pretendían hacernos creer los racionalistas. Por lo tanto, las leyes causales de la ciencia son reglas prácticas de gran utilidad, pero que de ninguna manera pueden mostrarnos la verdad absoluta y definitiva. No son verdades necesarias sino tan solo suposiciones razonables. Hay que recordar que Hume era un filósofo ilustrado, defensor de la investigación científica, de la educación y de la cultura. Así que en ningún momento duda del valor y utilidad de la ciencia. Lo que pretende mostrar es que las afirmaciones de los científicos no son verdades absolutas. Las leyes de la ciencia son solo creencias probables en las que es razonable confiar por su valor práctico.

Crítica de Hume a la idea de sustancia

Aristóteles, Descartes y otros filósofos expresaron que sustancia es aquello que existe por sí mismo de forma independiente. Locke expresó que la sustancia es un “no sé qué”. Hume va más allá: no tenemos ninguna prueba de que exista por sí misma esa supuesta sustancia más allá de la impresión de sus cualidades. La sustancia es tan solo una colección de ideas simples que tendemos a unir con nuestra imaginación. Atención: Hume no pone en duda la existencia del mundo sensible, algo que para él es una creencia de sentido común. Lo que dice es que, creer que existen sustancias exteriores e independientes de nosotros es solo una suposición útil, no una certeza indudable. Si creemos que las cosas siguen existiendo, aunque no las percibamos, es porque nuestra mente tiende de forma natural a interpretar la realidad como algo estable y permanente. Esto es algo muy práctico a la hora de desenvolvernos en el mundo. Pero desde un punto de vista estrictamente riguroso, no es algo que podamos afirmar con total seguridad.

Crítica de Hume a la idea de yo, a la identidad personal

Para Descartes e incluso para Locke (y Berkeley), la existencia del yo pensante es una verdad evidente. Hume no comparte ese punto de vista. Al hacer un esfuerzo de introspección, en realidad lo que encontramos es una inacabable sucesión de pensamientos, emociones y estados de ánimo que cambian continuamente. Nos resulta imposible localizar la impresión de un yo fijo, estable y permanente. De hecho, el yo actual con el que ahora me identifico es muy distinto de mi yo de hace unos años. Por lo tanto, para Hume, no hay impresión del yo individual. Si estamos convencidos de mantener una misma identidad individual a lo largo del tiempo es gracias a la memoria que nos permite identificarnos con la persona que fuimos en el pasado. Nuestros recuerdos nos permiten elaborar un relato coherente y a afirmar que nuestros cambiantes contenidos mentales suceden en el mismo lugar, nuestra conciencia. Hume no pretendía negar la importancia que tiene nuestro sentimiento de identidad. En contraste con Descartes, creía que la existencia del yo individual no es una verdad indudable sino tan solo una creencia útil.

Crítica de Hume a la idea de Dios

Hume pensaba la religión no tiene su principio en la razón. Surge de los sentimientos, y son el temor, la ignorancia y el miedo a lo desconocido lo que alimentan la religión. Tiene pues, una base psicológica y quizá patológica. En cualquier caso, tampoco cabe, a juicio de Hume, dar una respuesta negativa tajante y categórica al principio de la religión y de Dios. “El todo constituye un intrincado problema, un enigma, un misterio inexplicable”. El problema surge cuando las creencias religiosas se convierten en un foco de intolerancia y dogmatismo que lleva a afirmar fanáticamente una posición frente a las demás.

Si ni la existencia de un mundo distinto de nuestras impresiones ni la existencia de Dios son racionalmente justificables, ¿de dónde vienen nuestras impresiones? El empirismo de Hume no permite responder a esta pregunta. No lo sabemos ni podemos saberlo. Las impresiones son el límite de nuestro conocimiento. Tenemos impresiones, no sabemos de dónde proceden, eso es todo. La afirmación de que solo es posible tener un conocimiento indudable de aquello que percibimos gracias a nuestras impresiones es una teoría del conocimiento denominada fenomenismo (fenómeno = lo que aparece o se muestra) escéptico. En definitiva, duda, incertidumbre y suspensión del juicio es el resultado de la investigación de Hume. Pero a pesar de que los principios de los que partía le obligaban a llegar a esta conclusión, Hume se dio cuenta de que su explicación no es plenamente satisfactoria, adoptando una actitud resignadamente escéptica. El escepticismo radical no es posible, los seres humanos son llevados por su instinto y predisposición naturales a confiar en sus sentidos. Sin embargo, Hume reconoce que hay especies moderadas de escepticismo que pueden resultar muy saludables. Por ello, hará de la filosofía el ámbito de reflexión sobre lo cotidiano evitando ir más allá. Si no podemos saber por qué se desata una tormenta, ¿para qué preguntar por el origen del cosmos o de la eternidad?