Diversidad Cultural en la Península Ibérica durante la Edad Media
Durante la Edad Media, al mismo tiempo que se produjo el enfrentamiento entre religiones, hubo lugar también para la coexistencia pacífica entre las tres culturas y religiones presentes en la Península Ibérica: cristianismo, judaísmo e islam.
Hasta finales del siglo XI, Al-Ándalus fue culturalmente superior a los reinos cristianos. Las aportaciones en poesía, matemáticas, medicina o filosofía convirtieron a Córdoba en un importante centro cultural. Figuras como Averroes o Avempace ejercieron un importante papel como impulsores de la obra aristotélica, posteriormente redescubierta en el occidente cristiano.
La España cristiana tuvo un impulso importante gracias al desarrollo cultural surgido a partir del siglo XI, paralelo a la formación y desarrollo de las lenguas romances (castellano, catalán, gallego y portugués) que se consolidarían plenamente en el siglo XIII con la aparición de las universidades (Salamanca, 1218) y de importantes obras literarias (Cantar de mio Cid, 1208). Pero, sin duda alguna, el hecho más sobresaliente del periodo fue el surgimiento del Camino de Santiago tras el descubrimiento de la tumba del apóstol y la construcción, dos siglos después, de la catedral de Santiago de Compostela. La llamada ruta jacobea se convirtió en el principal vehículo de difusión cultural a través del cual penetraron modelos literarios (cantares de gesta) y artísticos (arte románico y gótico) al tiempo que, en sentido inverso, la cultura hispano-musulmana llegaba a Europa.
Por último, mencionar el importante papel jugado por la Escuela de Traductores de Toledo, donde estudiosos judíos, cristianos y musulmanes traducían al árabe, al latín y al castellano las obras científicas, literarias y filosóficas de griegos y romanos. Su máximo apogeo se alcanzó bajo el reinado de Alfonso X el Sabio.
La Organización Política e Instituciones en la Baja Edad Media (Siglos XIV y XV)
El Reino de Castilla
La historia política de los siglos XIV y XV fue realmente compleja y estuvo llena de crisis. Al fortalecimiento del poder real conseguido por Alfonso XI con la aprobación del Ordenamiento de Alcalá en 1348, le sucedió una brutal crisis con la guerra civil entre Pedro I el Cruel y Enrique II de Trastámara. La victoria de este último trajo una nueva dinastía, los Trastámara, al poder y el fortalecimiento del poder nobiliar (“mercedes enriqueñas”). En el siglo XV, durante los reinados de Juan II y Enrique IV, la nobleza reforzó aún más sus posiciones.
El rey estaba asistido por diversas instituciones centrales: el Consejo Real, la Audiencia, encargada de la administración de justicia, y la Real Hacienda, encargada de los impuestos. También apareció el ejército real permanente y una burocracia. En el siglo XII (1188) nacieron las Cortes, asamblea estamental formada por representantes de la nobleza, el clero y las ciudades. Este organismo carecía de poder legislativo, pero decidía sobre los impuestos extraordinarios y tenía la capacidad de hacer peticiones al rey. Los concejos eran la base de la administración local.
La Corona de Aragón
Era una confederación de reinos que poseían distintas instituciones y leyes. El monarca aragonés era débil y debía pactar con los estamentos privilegiados y respetar las leyes de cada reino. Al frente de cada reino había un lugarteniente del rey que actuaba como subdelegado. Otras instituciones eran el Consejo Real y la Audiencia.
Cada reino tenía sus propias Cortes. Controlaban y limitaban el poder real. Las Cortes catalanas crearon una institución, la Diputación del General de Cataluña o Generalitat, que se convirtió de hecho en una especie de gobierno del principado. En Valencia y Aragón se crearon posteriormente Diputaciones del Reino, instituciones similares a la catalana. En Aragón existió la institución del Justicia de Aragón, cargo que velaba por el mantenimiento de los privilegios estamentales frente al poder del rey. La administración territorial se organizó en merindades o veguerías.
La Expansión de la Corona de Aragón en el Mediterráneo
El expansionismo tuvo sus inicios en el reinado de Pedro III el Grande (1276-1285). Pedro III dirigió sus energías hacia el Mediterráneo con la conquista de Sicilia en 1282, isla que posteriormente se permutó por Cerdeña, de gran valor estratégico y comercial para los intereses de Cataluña y base para la futura expansión en el Mediterráneo occidental.
Tras intervenir en Sicilia, la compañía de mercenarios almogávares acaudillados por Roger de Flor, partieron hacia Bizancio a combatir a los turcos. Los almogávares lograron grandes victorias contra los turcos en Asia Menor. Sin embargo, tras el asesinato de Roger de Flor (1305) se dedicaron, como forma de venganza, a la devastación y al saqueo. Posteriormente se pusieron al servicio del duque de Atenas, pero en el año 1311, ocuparon dicho condado. En 1319 crearon el señorío de Neopatria.
El último impulso del imperialismo catalano-aragonés en el Mediterráneo llegó con Alfonso V el Magnánimo (1416-1458) quien anexionó el reino de Nápoles (1443) en lucha contra los franceses y las potencias italianas (Venecia, Florencia y el Papado).