Consolidación del Régimen Franquista: Transformaciones Económicas y Cambios Sociales
El estallido de la Guerra Fría y el acercamiento a EEUU facilitaron el proceso de consolidación del régimen franquista. La década de los sesenta estuvo marcada en España por las transformaciones económicas, los cambios sociales y la nueva mentalidad, pero también por el inmovilismo político del régimen.
Transformaciones Económicas
En 1957, Franco realizó una importante remodelación de gobierno, del que salieron los representantes más radicales del falangismo. La medida fue tomada después de la gran resonancia que alcanzó la protesta universitaria de 1956 en Madrid, donde se enfrentaron estudiantes antifranquistas y miembros del SEU. En el nuevo gobierno, los ministerios económicos de Hacienda (Navarro Rubio) y Comercio (Alberto Ullastre) pasaron a estar controlados por el Opus Dei. Se iniciaba así un proceso de ocupación progresiva de cargos ministeriales por parte de miembros de esa organización religiosa. Los nuevos ministros fueron clasificados como “tecnócratas” porque orientaban su labor hacia la eficacia técnica y económica, al margen de algunos planteamientos ideológicos del franquismo anterior.
Los nuevos ministros del Opus Dei impusieron un cambio de orientación en la política económica, dado el evidente fracaso de la política autárquica. Su proyecto más ambicioso fue el Plan de Estabilización de 1959, elaborado tras un informe previo del FMI y con una fuerte ayuda exterior. Perseguía tres grandes objetivos: frenar el crecimiento de la inflación, liberalizar la economía interior y eliminar trabas al comercio y la inversión extranjera.
Los resultados inmediatos fueron traumáticos (cayeron los salarios, quebraron empresas no rentables, aumentó el paro,…), pero durante los años sesenta se empezaron a notar los efectos positivos de la estabilización presupuestaria, que se plasmaron en una importante expansión económica.
Una vez que se logró equilibrar los presupuestos, se pusieron en marcha los “Planes de Desarrollo”. El proyecto consistía en iniciar un desarrollo acelerado, basado en la coincidencia de objetivos entre el Estado y las empresas privadas: a éstas, si aceptaban las condiciones del Plan, se les concedían ventajas fiscales, financieras y laborales; las empresas públicas debían someterse obligatoriamente a él. Desde 1964 a 1975, se elaboraron tres Planes de Desarrollo cuatrienales, pero el último de ellos se abandonó en 1973, coincidiendo con el inicio de la crisis económica internacional. Para supervisar el funcionamiento de estos planes, se nombró como comisario a Laureano López Rodó, posteriormente elevado al rango de ministro.
Uno de los aspectos más destacables de estos Planes fue la creación de los llamados Polos de Desarrollo. Se eligieron ciertas zonas atrasadas del país, pero con posibilidades económicas, para establecer allí empresas. El Estado estimulaba al capital privado a invertir en esos lugares mediante subvenciones, créditos baratos y descuentos fiscales. Así, se crearon entre 1964 y 1972 doce polos de desarrollo; destacan Vigo, Valladolid, Huelva, Zaragoza…
La favorable coyuntura internacional y la ejecución de los Planes de Desarrollo llevaron a la economía española a un crecimiento acelerado y sin precedentes. La renta per cápita aumentó en más del doble, y la tasa de crecimiento anual del P.N.B. sólo fue superada por Japón. El sector que más se desarrolló fue el secundario, en especial las industrias químicas, del metal y del automóvil; el incremento de la tasa industrial alcanzó tasas del 10% anual. Dentro del sector terciario, destacaba el crecimiento espectacular del turismo. También fueron notables los cambios en el sector agrario: la agricultura tradicional, apoyada en la abundancia de mano de obra, fue abandonada; la incorporación de nuevas técnicas, maquinarias y fertilizantes provocaron un masivo éxodo rural: el campesinado buscó su reconversión en las nuevas oportunidades industriales.
No obstante, no todo fueron logros. El “milagro económico español” también tuvo aspectos negativos: se originaron grandes desequilibrios regionales, amplios territorios quedaron despoblados y rezagados económicamente; el empleo no creció en la misma medida que las cifras macroeconómicas, una parte importante de la población activa tuvo que emigrar al extranjero para huir del paro y la miseria; además, la balanza comercial española siguió siendo deficitaria por la necesidad de importar productos energéticos, maquinaria y materias primas. La inversión extranjera, los ahorros que los emigrantes enviaban a España y la entrada masiva de divisas por el turismo pudieron compensar el déficit comercial.
Los Cambios Sociales
La expansión económica comportó una profunda transformación de la sociedad española, que dejó atrás el hambre y la rígida moral de la posguerra para avanzar hacia unas pautas sociales y unos hábitos culturales propios de las sociedades modernas e industrializadas.
Las grandes ciudades tuvieron que hacer frente al aluvión de inmigrantes procedentes del campo, pero se hizo sin la necesaria planificación. Esto supuso graves problemas de vivienda e infraestructura urbana, el chabolismo se convirtió en un problema evidente en las ciudades españolas.
La mentalidad española comenzó a cambiar con el contacto con el exterior. A los turistas que llegaban a España, el régimen les consentía actitudes y prácticas normales en Europa, pero que contrastaban con la moral conservadora de la España oficial. También el regreso, por vacaciones o de forma definitiva, de los emigrantes introducía en España la nueva mentalidad europea. Poco a poco, se extendió la denominada sociedad de consumo; los hogares españoles empezaron a equiparse con electrodomésticos (frigoríficos, televisores, etc.). En 1958, Televisión Española (TVE) comenzó sus emisiones y, pese a la rígida censura, contribuyó a superar la moral ultra-católica. También se popularizó el automóvil, sobre todo a partir del SEAT 600, de producción nacional.
Además, se dio un espectacular incremento de la población por el llamado “baby-boom”, impulsado por la política pronatalista del régimen. España pasó de 25 millones de habitantes en 1940 a 36 millones en 1975. La demanda de educación se extendió notablemente. La Iglesia no podía cubrir ya todas las necesidades educativas, y el Estado tuvo que aumentar las inversiones en educación. El analfabetismo disminuyó de manera drástica, hasta alcanzar los niveles de los países más avanzados.
El régimen de Franco no favoreció la emancipación femenina, pero el cambio social también se hizo notar en este tema. La mujer se incorporó masivamente a los estudios de bachillerato y, en menor medida, a los universitarios. También comenzó su acceso al mundo del trabajo, aunque era muy frecuente que las mujeres renunciaran a su empleo de solteras después de casarse.
Tal vez el cambio más trascendental fue el crecimiento de las clases media: la polarización social que caracterizaba a España (una minoría muy rica y una gran mayoría pobre) fue atenuándose paulatinamente con el desarrollo económico.
Consolidación del Régimen: Inmovilismo Político
Si en el plano económico y social España se acercó a las formas de vida europeas, en lo político no se originó un proceso paralelo de liberalización y apertura, sino un atrincheramiento en el autoritarismo del régimen. El Opus Dei fue aumentando su poder en los gobiernos franquistas. En el llamado “gobierno monocolor” (1969), once de los dieciocho ministerios estaban dominados por tecnócratas del Opus. La dureza del régimen continuó durante toda la década de los sesenta. España trató de ingresar (1962) en la Comunidad Económica Europea (CEE). Un grupo de exiliados españoles manifestó en Múnich su rechazo y recomendó su no admisión al no reconocerse libertades básicas. España no fue admitida, y el régimen comenzó a hablar del “contubernio de Múnich” y multiplicó las detenciones de dirigentes de la oposición. Julián Grimau (dirigente comunista) fue ejecutado en 1963 en medio de un gran escándalo internacional.
La rígida moral católica trató de mantenerse, y las medidas de liberalización fueron más aparentes que reales. En 1966, se aprobó la Ley de Prensa e Imprenta por el ministro de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne. Esta ley eliminaba la censura previa, pero no garantizaba la libertad de expresión. La nueva ley no fue bien acogida ni por los más reaccionarios franquistas ni por la oposición, que percibió la ley como una trampa. La segunda medida aperturista fue la Ley de Libertad Religiosa (1967), por la que se reconocía la igualdad de todas las confesiones religiosas.
En 1967, se promulgó la última de las Leyes Fundamentales del franquismo, la Ley Orgánica del Estado, que mantenía la esencia autoritaria del régimen y continuaba otorgando a Franco como Jefe del Estado un poder prácticamente ilimitado. Para garantizar la continuidad del régimen, en 1969, Franco nombró a don Juan Carlos como su sucesor a título de rey. El propósito de Franco era establecer una monarquía continuadora de su propio régimen a su muerte (todo debía estar “atado y bien atado”, en palabras del dictador).