Primeras Colonizaciones de la Península Ibérica
A partir de la primera mitad del primer milenio a.C., pueblos procedentes del Mediterráneo oriental establecerán colonias en la costa este y sur de la Península. Se debieron a motivos económicos: necesidad de materias primas, fundamentalmente metales (estaño en el NO, plata y cobre en el sur) y control de las rutas comerciales con la Europa Occidental (estaño de las Islas Británicas). Los principales pueblos colonizadores serán:
- Fenicios: Procedentes de la ciudad de Tiro, llegan a la Península en el siglo VIII y permanecen hasta el siglo VI a.C. Establecen colonias en la costa andaluza: Gadir (Cádiz), Sexi (Almuñécar), Abdera (Adra), Malaka (Málaga). Es una colonización comercial, cambiaban metales por manufacturas al tiempo que hacían salazones de pescado.
- Griegos: (siglo VII a.C.) contemporáneos de los fenicios, procedían de Focea (Asia Menor) y pretenderán establecerse también en el sur peninsular hasta que entren en conflicto con los fenicios, que conseguirán relegarlos al nordeste (batalla de Alalia, 535 a.C.). Fundarán colonias como Emporion (Ampurias), Rhode (Rosas), Hemeroskopeion (Denia). Mantuvieron relaciones de tipo monetario con los indígenas (Tartessos).
- Cartagineses: serán los sucesores de los fenicios cuando estos caigan bajo el dominio de los imperios orientales. Reactivan el comercio y fundan nuevas colonias como Ebussus (Ibiza). De un carácter mercantil, la colonización cartaginesa adquirirá un carácter militar cuando se enfrente a Roma en las Guerras Púnicas (siglo III a.C.). Buscarán plata, mercenarios y bases militares.
Pueblos Prerromanos
En los momentos previos a la conquista romana existen en la Península Ibérica una serie de pueblos de los cuales conocemos su existencia gracias a las fuentes escritas. Estos pueblos se agrupan en dos zonas claramente diferenciadas, con predominio íbero en la costa este y meridional de la Península y céltico en el resto del territorio.
- Los íberos: La cultura ibérica se extendió por toda el área levantina y el sur peninsular. Eran pueblos autóctonos que recibieron el influjo de los colonizadores fenicios y griegos y estaban plenamente desarrollados hacia el siglo V a.C., perdurando hasta la romanización, a partir del 218 a.C., truncando su desarrollo con el dominio externo. Los nombres de las tribus ibéricas aparecen citados en las fuentes clásicas y reciben denominaciones como: Turdetanos, Ilergetes, Edetanos…
- Pueblos célticos: Los pueblos célticos ocupaban el área centro, norte y oeste peninsular. Se trata de poblaciones indoeuropeas celtas procedentes de Centroeuropa con aportaciones importantes como la metalurgia del hierro, la cerámica a torno y la incineración. En la zona del valle del Ebro, en ambas mesetas y en el norte encontramos pueblos como los astures, vacceos, lusitanos, vettones y las tribus del área celtibérica (arévacos y pelendones) que conocemos por las fuentes escritas y con diferentes grados de desarrollo entre sí.
En el área de contacto entre estos dos grandes ámbitos culturales surgió una cultura mixta, con rasgos étnicos, económicos y culturales de iberos y celtas. Es el ámbito cultural celtibérico.
Solo existió un intento de unificación política superior, realizado por Tartessos, pueblo que consiguió reunir bajo el mismo poder a toda la parte meridional de la Península. El período de esplendor de Tartessos coincide con el comercio fenicio. Explotaba con esclavos sus propias minas y luego vendía sus productos a los fenicios. Incluso participó en la búsqueda de los minerales del noroeste, bien por ruta marítima o por vía terrestre, por la llamada vía de la Plata.
La Conquista Romana de la Península Ibérica y el Proceso de Romanización
La conquista romana de la Península Ibérica durará desde fines del siglo III a.C. (218 a.C., cuando Cneo Cornelio Escipión desembarca en Ampurias) hasta fines del siglo I a.C. (19 a.C. → Guerras Cántabras bajo la dirección de Agripa).
Se pueden diferenciar tres periodos:
- Primer periodo (218-154 a.C.): coincide con la gran expansión de Roma por el Mediterráneo y con la conquista de Macedonia y Grecia. Durante este periodo se produce la ocupación del litoral mediterráneo y de los valles del Guadalquivir y del Ebro: en el 206 a.C. se conquista Cádiz, con lo que desaparece la presencia cartaginesa en la Península. En el 197 a.C. se dividirá a la Península en dos provincias: Hispania Ulterior e Hispania Citerior.
- Segundo periodo (154-29 a.C.): Conquista de los pueblos del interior de la meseta que suponen un peligro por el continuo asalto a los territorios ya conquistados y porque era necesario someterlos para hacerse con el control de las minas del noroeste. Destaca la lucha contra los lusitanos (147-139 a.C.) y su líder Viriato; y la lucha contra los arévacos (Numancia, 153-133 a.C.). A partir de esta fecha tiene escasa importancia la conquista de nuevos territorios, siendo lo más importante el proceso de romanización. En la península tendrán gran importancia los enfrentamientos como consecuencia de las guerras civiles que se estaban produciendo en Roma.
- Tercer Periodo (29-19 a.C.): coincide con el inicio del Imperio romano. Durante este periodo se producirá el sometimiento de los pueblos de la franja cantábrica (pueblos cántabro, astur y galaico) que, debido a su pobreza, saqueaban los cultivos de cereal de las tierras del Duero en busca de botín. Son las Guerras Cántabras.
Los romanos controlarán la Península Ibérica hasta comienzos del siglo V, cuando lleguen los primeros pueblos germánicos: suevos, vándalos y alanos en el 409.
Principales Aspectos de la Romanización
Se entiende por romanización el proceso de imposición y/o adaptación de los pueblos hispanos a las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales del Imperio romano. Implica la desaparición de ciertos elementos culturales autóctonos y su transformación y reorganización.
En Hispania la romanización no se llevó a cabo de un modo homogéneo. Si en el levante y sur peninsulares se realizó de forma pacífica y rápida, debido a su mayor grado de urbanización y desarrollo cultural, en el resto de la Península se desarrolló de forma lenta y conflictiva, a causa de la resistencia de sus habitantes, ante los que se adoptaron medidas drásticas de ocupación.
Entre las medidas pacíficas introducidas por los romanos se encuentran: la presencia del ejército romano para controlar el territorio y reclutamiento de soldados indígenas, la construcción de vías (calzadas), el desarrollo del comercio basado en la economía monetaria, la adopción del latín como lengua oficial, la expansión de la vida urbana y la concesión de la ciudadanía romana a los indígenas.
Entre las medidas drásticas, los romanos utilizaron: el sometimiento de la población a la esclavitud, el desplazamiento de la población a los valles para desarraigarla de su lugar de origen y poder controlarla, y el exterminio de la población masculina en edad de combatir.
Reflejo de esa uniformidad cultural creciente fue la adopción de la lengua latina en todos los ámbitos de la vida, al principio en igualdad con las lenguas prerromanas y luego, salvo excepciones en el norte peninsular, con exclusividad.
La romanización se mostró también en la penetración de la religión romana y, sobre todo, de las religiones orientales importadas por Roma —culto de Cibeles, Mitra, cristianismo— en el uso de vestimentas y ajuares; en los tipos constructivos, ya en obras públicas, ya en vivienda privada; en el uso de los nombres romanos con su praenomen, nomen y cognomen; en el uso de la moneda y métrica romanas; en la aceptación del Derecho Romano frente a las costumbres tribales; en las prácticas comerciales y asociacionistas (collegia); en la llegada de hispanos a Roma como emperadores, magistrados o literatos; o en la presencia de hispanos como legionarios desde Britania a Mesopotamia. La inserción de la Península en el mundo romano supuso una mayor apertura a los intercambios comerciales y culturales con el Mediterráneo y más allá, en una identificación con los habitantes también romanizados de Asia, África y resto de Europa. Todavía en torno al año 500 el sur peninsular se resistirá a la penetración germánica y mantendrá lazos de unión con el Imperio romano de Oriente, que posibilitarán la reconquista bizantina de la zona y su mantenimiento hasta el siglo VII, como una consecuencia de ocho siglos de historia y tradición en torno a la idea y al nombre de Roma.