La novela social de los años cincuenta
Los años cincuenta suponen el fin del aislamiento internacional y el inicio de la industrialización en España. Todo ello conlleva un cambio político y social que hará renacer la novela española, gracias a la aparición de una nueva generación de escritores, nacidos en torno a 1925. Estos autores, junto a la primera generación de posguerra –Cela, Delibes y Torrente Ballester-, desarrollarán un nuevo tipo de novela en los temas –**compromiso social**- y en la forma –la literatura se convierte en un instrumento de denuncia, predominando la intención política sobre la estética-. Los novelistas abandonan el pesimismo agobiante del relato existencial y las alusiones directas y dramáticas a la Guerra Civil.
El realismo social tuvo en su evolución, durante los años cincuenta y principios de los sesenta, dos vertientes que a veces aparecen mezcladas:
- El realismo objetivista o conductista, en el que el narrador muestra la realidad tal cual es sin implicarse en ella. Los personajes se definen solo por lo que ellos hacen o dicen.
- El realismo crítico: el autor participa en lo que está narrando y realiza una crítica que deja ver su ideología, generalmente de izquierdas. Los personajes representan casi siempre a las clases sociales más desfavorecidas.
Características principales de la novela social
- Las novelas reflejan la realidad española y sirven como instrumento de denuncia de las **injusticias sociales**.
- Los temas predominantes son la **soledad** y la **incomunicación** del individuo y las repercusiones de la Guerra Civil. Los autores del realismo social, que han vivido la guerra de niños, no hablan directamente de ella, sino de la niñez vulnerada y de las consecuencias de la guerra en la sociedad. Les interesa, más que el pasado, el presente y el futuro.
- El tratamiento formal se caracteriza por el **objetivismo** (se excluye el punto de vista del autor): la estructura del relato es lineal; predomina el diálogo; los autores utilizan la tercera persona narrativa y el narrador se limita a introducir el diálogo de los personajes, elemento esencial para definirlos.
- Los personajes –guardias, gitanos, pescadores, jóvenes empleados, mineros, campesinos, etc.- se muestran indecisos, vacilantes, aburridos. En muchas ocasiones el protagonista es un **protagonista colectivo**, que representa al grupo social al que pertenece. De ahí que los títulos de las obras aparezcan a menudo en plural –Los bravos, Los hijos de los muertos…– o aludan a lugares de encuentro –El Jarama, Las afueras…
- El **tiempo y el espacio se inmovilizan**: la acción es de corta duración, pero se alarga la charla constante de los personajes. Presentan ambientes centrados en el mundo de la ciudad, la vida del campo, la vida burguesa (sus frívolos comportamientos y su falta de conciencia social) o el mundo obrero (la dureza del trabajo, las malas condiciones laborales, las pésimas retribuciones, etc.).
- Emplean un **lenguaje claro y sencillo**, lleno de coloquialismos, que reproduce fielmente el habla común.
Obras destacadas por ambiente
- Ambiente urbano: La noria (1951) de Luis Romero.
- Ambiente rural: Dos de septiembre (1962) de Caballero Bonald, La zanja (1961) de Alfonso Grosso.
- Sobre la burguesía: Tormenta de verano (1961) de García Hortelano, Juegos de manos (1954) de Juan Goytisolo.
- Sobre el mundo del trabajo: Central eléctrica (1958) de López Pacheco.
Autores y obras principales
- Ignacio Aldecoa: El fulgor y la sangre (1954) y Con el viento solano (1956) – sobre el mundo cotidiano de los pequeños oficios.
- Jesús Fernández Santos: Los bravos (1954) – sobre la monotonía y dureza del mundo del campo.
- Carmen Martín Gaite: Entre visillos (1958) – sobre la soledad e incomunicación del individuo en una sociedad provinciana y llena de envidias.
- Ana María Matute: Los Abel (1948) y Fiesta al noroeste (1953) – sobre la soledad e incomunicación del individuo en una sociedad provinciana y llena de envidias.
- Juan Goytisolo: Juegos de manos (1954).
- Rafael Sánchez Ferlosio: El Jarama (1956) – visión crítica del pensamiento y la cultura de la época, tema común a todos los autores que sobresale en esta novela. La crítica se realiza de una manera indirecta, ya que el pensamiento del autor no aparece en ningún momento, pues en esta novela se emplea la técnica objetivista o conductista, mediante la que los personajes se nos presentan no por su psicología, sino por sus conductas. El autor es un mero observador de una realidad intrascendente, de un suceso nimio y anecdótico: unos jóvenes que van de excursión al río Jarama. Salvo la muerte en el río de una de las chicas, el resto es una sucesión monótona de incidentes banales y una presentación de las conversaciones de los jóvenes y de los clientes de una taberna próxima. Tras esa simplicidad argumental se esconde una profunda intención temática y simbólica: el hastío y la rutina de toda la sociedad del momento. Los personajes representan a unos individuos muertos, dormidos en una vida gris y mediocre. Un mundo tedioso y absurdo que se refleja por medio de una técnica cinematográfica (el narrador sólo filma las escenas, no las comenta) en la que el diálogo es lo más importante (sobre todo, el lenguaje conversacional: sintaxis descuidada y subjetiva, oraciones incompletas, frases hechas, palabras comodín, lenguaje familiar, etc.). El protagonista, por supuesto, es colectivo, y la estructura narrativa –como en La colmena– se divide en numerosos y pequeños cuadros, al no existir apenas acción.
Muchos de los autores incluidos en la **Generación de los años cincuenta** van a sobresalir a partir de los años sesenta y setenta, una vez que abandonan la tendencia social en sus novelas y participan de las nuevas técnicas narrativas (por ej. Juan Goytisolo).