Análisis de la Naturaleza y el Amor en la Poesía de Miguel Hernández

La Naturaleza en la Poesía de Miguel Hernández

Miguel Hernández se considera parte de la naturaleza, a la que presta su voz para ensalzarla y dignificarla. Su condición de pastor le ayuda a captar la realidad inmediata y convertirla en metáfora sencilla. Los ciclos germinadores de la naturaleza, los secretos del campo y del paisaje son protagonistas de sus poemas.

En su primera etapa, son constantes las alusiones a temas relacionados con el campo, la fauna y la flora. En Perito en Lunas, reúne toda su creación anterior en torno a los elementos de la naturaleza. El astro es el patrocinador de esos procesos naturales como representación de fecundidad y exaltación de la vida. Así, a través de un logrado uso de la metáfora, Miguel canta a la palmera, a la granada, al toro, al mar… Todos estos elementos naturales se convierten en figuras retóricas.

Durante su etapa de poesía amorosa, centrada en El rayo que no cesa y El silbo vulnerado, la naturaleza le suministra fuentes de conocimiento para expresar su amor apasionado. La Guerra Civil supone un cambio de rumbo en su quehacer poético, modificando su perspectiva. El mundo se convierte en su tierra, su patria y sus raíces. La guerra supuso la trágica destrucción de su naturaleza.

La fuerza telúrica de los elementos atmosféricos está presente en la obra hernandiana de forma constante. El rayo, símbolo de su atormentado amor, da título a una de sus mejores obras: El rayo que no cesa, donde describe al amor como destino trágico de su vida y la tormenta tiene un significado similar. La lluvia adquiere un tono melancólico y nostálgico que se identifica con la sangre, el trueno se asocia con la labor creativa de los poetas y el viento representa la fuerza y el coraje de los defensores de la paz y la libertad en Vientos del pueblo.

La obra de Miguel Hernández está repleta de alusiones a la flora y fauna del entorno natural donde desarrolló sus primeros intentos poéticos. La palmera, símbolo de la Vega Baja del Segura, sirve de identificación personal para el autor y aparece en su primer libro, Perito en Lunas, el Palmero. Otros árboles simbólicos de Orihuela eran el naranjo y el limonero. Con respecto a las flores, tiene preferencia por el lirio, la rosa…

La fauna es amplia y extensa, representada en una amplia simbología, en la que destaca el toro como elemento identificador del poeta, que recuperará su calibre y potencia cuando sea devuelto a la naturaleza. Otros animales son el canario, el buey…

El agua se encuentra de forma clara en tres composiciones: el río Segura y el mar Mediterráneo representan la versión masculina y femenina del agua, y el Manzanares, su etapa de compromiso político y de lucha. La tierra es otro símbolo que aparece en El rayo que no cesa, atribuyéndose el autor la identidad del barro. La naturaleza es armónica por ser el resultado de un equilibrio; esa tierra o barro del que Miguel se siente formado impregnará toda su obra.

El Amor en la Poesía de Miguel Hernández

Miguel Hernández muestra gran hondura en su amor, derramado entre su esposa, su hijo, los campesinos y todo el pueblo en guerra. En él encontramos todos los matices y grados, desde el amor esperanzado, pasando por el amor más apasionado, amor sensual y de esposo, hasta una honda herida de separación y ausencia. El amor se convierte en caudaloso veneno de honda poesía.

El amor, en su aspecto sexual, es una necesidad psicofísica, una tendencia ineludible y fatídica por surgir de la entraña misma del hombre. Es un irresistible impulso de la sangre que busca prolongarse en la posterioridad. La sangre tiene un sentido biológico y otro simbólico: es potencia vital y destino fatídico que arrastra al poeta al sexo y a su final sangriento. La sangre aumenta sus exigencias al acercarse la primavera, llenando al poeta de inquietud y ansiedad.

El amor en El rayo que no cesa muestra la angustia del enamorado ante la amada ausente o inalcanzable; es herida en el corazón del poeta. Solo la posesión de la amada podrá salvarlo. En Cancionero y romancero de ausencias, el amor es ya unión de almas y cuerpos, resistente a los ataques más violentos. Los amantes seguirán siempre abrazados.

Para Miguel Hernández, la esposa es la verdadera criatura carnal y el poeta canta sin eufemismos la unión de los cuerpos en el espasmo del amor. El amor constituye la gran fuerza central de toda la obra del poeta. Es un amor ardiente, carnal por ser ansia de vida, de fecundación, de alumbramiento, pero libre de toda sensualidad hedonista. La trilogía de poemas Hijo de la luz y de la sombra es la cumbre de su poesía y concentrada expresión de los rasgos esenciales de su mundo poético. También el beso alcanza grandiosidad visionaria hasta estremecer a todo el mundo, vivos y muertos. Miguel sabía que el amor es ave y rayo, que acaricia y hiere. En el Cancionero aparece como fuerza vital y destructora. El amor es la muerte que da la vida. Amar es vivir en toda su plenitud, amar es ser. Hombre y mujer están destinados al amor y a la unión, ya que el uno sin el otro es incompleto.

El amor de la esposa y del hijo tiene por blanco a la amada. Cuando la esposa se convierte en madre, su figura se agiganta enormemente. La esposa es el alba que alumbra el sol naciente del Hijo de la luz y de la sombra, fruto del choque entre la noche y el día. La esposa se convierte en idea obsesionante, en la cárcel ella con su hijo son casi sus únicos pensamientos y la fuente inagotable de inspiración para los poemas más hondos y emocionantes del Cancionero. El motivo del amor de Miguel Hernández ha sido comparado con el de Vicente Aleixandre.