El Auge de las Dictaduras en Europa Entreguerras: Fascismo Italiano y Nazismo Alemán

1. Democracias y dictaduras en la Europa de entreguerras

Durante el periodo de entreguerras, la democracia en Europa se vio amenazada tanto por el comunismo soviético como por el auge de los fascismos. Las profundas consecuencias de la Primera Guerra Mundial y la devastadora Gran Depresión crearon un caldo de cultivo que favoreció la aparición y consolidación de regímenes autoritarios en numerosos países.

1.1. El contexto de la crisis de las democracias

Aunque inicialmente tras la guerra se observó una expansión de los sistemas democráticos en Europa, muchos de los nuevos gobiernos demostraron ser incapaces de afrontar eficazmente las graves crisis sociales y económicas. Esta ineficacia generó una creciente desconfianza en la población hacia las instituciones democráticas y alimentó el deseo de Estados fuertes y autoritarios. El miedo a la expansión del comunismo, intensificado por la Revolución Rusa, y el impacto demoledor de la crisis económica de 1929, aumentaron significativamente el apoyo popular a soluciones autoritarias, promovidas tanto desde la extrema derecha como, en algunos casos, desde la izquierda radical.

1.2. El triunfo de las dictaduras

La democracia liberal solo logró resistir y mantenerse en aquellos países con una sólida y arraigada tradición democrática, como Francia y el Reino Unido. Sin embargo, en gran parte del resto de Europa, donde los sistemas parlamentarios eran más recientes y frágiles, se impusieron diversas formas de dictaduras. En Italia (1922) y posteriormente en Alemania (1933), surgieron regímenes fascistas totalitarios que marcarían trágicamente la historia del siglo XX. La represión política sistemática, la persecución de opositores y el exilio político se convirtieron en características comunes y definitorias de estos nuevos sistemas autoritarios.

2. Ideología y bases del fascismo

El fascismo emergió en Europa durante las décadas de 1920 y 1930 como una ideología política totalitaria. Su núcleo doctrinal defendía el control absoluto del Estado sobre todos los aspectos de la sociedad y la vida individual. Rechazaba frontalmente los principios de la democracia liberal, como la separación de poderes, las libertades individuales y el pluralismo político. En su lugar, promovía la existencia de un partido único que monopolizaba el poder y la figura de un líder carismático (Duce en Italia, Führer en Alemania) al que se le debía obediencia ciega.

El fascismo era intrínsecamente anticomunista, viendo en el movimiento obrero y socialista una amenaza existencial. Era también ultranacionalista, exaltando la nación por encima de todo y promoviendo políticas expansionistas. Además, era profundamente militarista, glorificando la guerra y la disciplina militar. En el caso específico del nazismo alemán, el racismo biológico y un virulento antisemitismo fueron elementos centrales e indisociables de su ideología.

El fascismo justificaba abiertamente el uso de la violencia política como herramienta para alcanzar y mantener el poder. Exaltaba valores considerados tradicionalmente masculinos, como la fuerza, la agresividad y el sacrificio. Buscaba activamente la movilización de las masas a través de una intensa propaganda, la creación de organizaciones paramilitares (milicias) y un férreo control social sobre la población.

Su base social inicial estuvo compuesta principalmente por excombatientes descontentos, jóvenes frustrados por la situación de posguerra y sectores de las clases medias urbanas y rurales golpeadas por la crisis económica. Con el tiempo, el fascismo recibió el apoyo crucial de importantes sectores del poder económico (empresarios, terratenientes) e instituciones tradicionales del Estado, como el ejército y la policía, que vieron en él un instrumento útil para frenar el avance del socialismo y el comunismo, y para restaurar el orden social.

3. La Italia fascista

3.1. Crisis del régimen liberal

Tras la conclusión de la Primera Guerra Mundial, Italia se sumió en una grave crisis económica y social. El país enfrentaba altos niveles de desempleo, una inflación galopante y una oleada de huelgas masivas y ocupaciones de fábricas y tierras, generando un clima de gran agitación social conocido como el “Biennio Rosso” (Bienio Rojo). A esto se sumaba una profunda frustración nacionalista, la llamada “victoria mutilada”, por no haber obtenido todos los territorios prometidos por los Aliados tras la guerra, lo que exacerbó el sentimiento nacionalista. El sistema parlamentario liberal se mostraba incapaz de gestionar la situación, y los partidos tradicionales perdieron apoyo frente al creciente Partido Socialista y al Partido Popular (católico).

3.2. Ascenso de Mussolini

En este contexto de crisis, Benito Mussolini, un antiguo socialista expulsado del partido por su postura intervencionista en la guerra, fundó en 1919 los Fasci Italiani di Combattimento (Fascios Italianos de Combate). Se trataba de un grupo paramilitar, violento y ultranacionalista, formado inicialmente por excombatientes y nacionalistas radicales. Aprovechando hábilmente la inestabilidad política, el miedo de las clases conservadoras al comunismo y contando con el apoyo tácito o explícito de empresarios, terratenientes y sectores del ejército y la policía, Mussolini organizó la famosa Marcha sobre Roma en octubre de 1922. Ante esta demostración de fuerza y la pasividad del ejército, el rey Víctor Manuel III, en lugar de declarar el estado de sitio, decidió encargar a Mussolini la formación de un nuevo gobierno. Este acto marcó el inicio del régimen fascista en Italia.

3.3. Etapa parlamentaria (1922-1925)

Entre 1922 y 1925, Mussolini gobernó formalmente dentro del marco del sistema parlamentario, aunque gradualmente fue consolidando su poder personal y erosionando las instituciones democráticas. En 1924, su partido (transformado en el Partido Nacional Fascista) ganó las elecciones generales gracias a una nueva ley electoral (Ley Acerbo) que favorecía a la lista más votada y al uso generalizado de la intimidación y la violencia por parte de las milicias fascistas (los “camisas negras”). El secuestro y asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti, quien había denunciado el fraude electoral y la violencia fascista, provocó una grave crisis política que aceleró la transición definitiva hacia una dictadura abierta.

3.4. Dictadura y control social (desde 1925)

A partir de 1925-1926, Mussolini estableció una dictadura totalitaria. Se promulgaron las llamadas “Leyes fascistísimas” que suprimieron las libertades fundamentales: se eliminaron los partidos políticos y sindicatos no fascistas, se impuso una estricta censura sobre la prensa y se creó una policía política secreta, la OVRA (Organización para la Vigilancia y la Represión del Antifascismo), para perseguir a la oposición. El régimen fascista ejerció un control exhaustivo sobre la educación, los medios de comunicación y la cultura, utilizándolos como herramientas de adoctrinamiento para promover la obediencia ciega al Estado y el culto a la personalidad del líder (el Duce). Mediante los Pactos de Letrán (1929) con la Santa Sede, Mussolini resolvió la “Cuestión Romana”, obteniendo el apoyo de la Iglesia católica a cambio del reconocimiento del Estado de la Ciudad del Vaticano y otras concesiones.

Economía fascista

En el ámbito económico, el régimen implantó un sistema corporativista, en el que supuestamente se superaba la lucha de clases mediante la creación de corporaciones que agrupaban a empresarios y trabajadores por sector productivo, bajo el estricto control del Estado. Se impulsaron grandes campañas económicas con fines propagandísticos, como la “batalla del trigo” para lograr la autosuficiencia en la producción de cereales, o la bonificación de tierras pantanosas. Tras el impacto de la crisis de 1929, el régimen optó por una política de autarquía (autosuficiencia económica) y un fuerte intervencionismo estatal, especialmente a través del IRI (Instituto para la Reconstrucción Industrial). Se fortaleció la industria pesada y de armamentos, preparando la economía italiana para una futura política exterior expansionista y bélica.

4. La Alemania nazi: del caos a la dictadura

Tras la derrota en la Primera Guerra Mundial y la abdicación del Káiser Guillermo II, Alemania se sumió en una profunda crisis económica, social y política. En noviembre de 1918 se proclamó la República de Weimar, un régimen democrático y parlamentario que nació en circunstancias extremadamente difíciles. Desde sus inicios, la república tuvo que enfrentar violentos levantamientos tanto de la extrema izquierda (espartaquistas) como de la extrema derecha (como el Putsch de Kapp), una devastadora hiperinflación a principios de los años 20 y la profunda humillación nacional causada por las duras condiciones impuestas por el Tratado de Versalles. Aunque hubo un periodo de relativa estabilidad económica y cultural entre 1924 y 1929 (los “felices años veinte”), la Gran Depresión iniciada en 1929 golpeó brutalmente a Alemania, disparando el desempleo y la miseria, lo que debilitó fatalmente a la república y creó el caldo de cultivo perfecto para el ascenso del nazismo.

4.1. La República de Weimar (1918-1933)

La república nació en medio del caos post-bélico, la violencia política y una grave crisis económica. Sufrió constantes intentos de golpes de Estado y una polarización política extrema. A pesar de contar con una de las constituciones más democráticas y avanzadas de su tiempo, la precaria situación económica (hiperinflación primero, desempleo masivo después) y el profundo descontento social erosionaron continuamente su legitimidad entre amplios sectores de la población. La firma del Tratado de Versalles, percibido como una imposición injusta y humillante (el Diktat), fue especialmente impopular y utilizada por la propaganda nacionalista y de extrema derecha para atacar al régimen republicano.

4.2. El origen del nazismo

El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), conocido como Partido Nazi, surgió en Múnich en 1919 a partir de un pequeño grupo de extrema derecha. Fue liderado de forma carismática y autoritaria por Adolf Hitler desde 1921. Su ideología combinaba un nacionalismo exacerbado, un virulento antisemitismo racial, un radical anticomunismo y un rechazo total a la democracia de Weimar y al Tratado de Versalles. En noviembre de 1923, Hitler y sus seguidores intentaron dar un golpe de Estado en Múnich (el llamado Putsch de la Cervecería o Putsch de Múnich), que fracasó estrepitosamente. Durante su estancia en prisión tras el fallido golpe, Hitler escribió la primera parte de su libro Mein Kampf (Mi Lucha), donde expuso las bases ideológicas del nazismo: la necesidad de una dictadura fuerte liderada por un Führer, la teoría de la supremacía racial aria, el odio a los judíos (considerados una raza inferior y conspiradora) y la necesidad de conquistar un “espacio vital” (Lebensraum) en Europa del Este para la expansión alemana.

4.3. Ascenso al poder de Hitler

La devastadora crisis económica mundial que comenzó en 1929 tuvo un impacto catastrófico en Alemania, provocando un aumento masivo del desempleo (llegó a superar los 6 millones de parados) y una profunda miseria social. Esta situación de desesperación favoreció enormemente a los partidos extremistas, tanto comunistas como, sobre todo, nazis, que ofrecían soluciones radicales y culpaban a la República de Weimar, a los judíos y a las potencias extranjeras de los males del país. En las elecciones parlamentarias de julio y noviembre de 1932, el Partido Nazi se convirtió en el partido más votado, aunque sin alcanzar la mayoría absoluta. Tras una serie de intrigas políticas y la presión de influyentes círculos conservadores (industriales, militares, terratenientes), el anciano presidente de la República, Paul von Hindenburg, nombró a Adolf Hitler canciller (jefe de gobierno) el 30 de enero de 1933, en un gobierno de coalición con otros partidos de la derecha conservadora, quienes erróneamente creían poder controlarlo y utilizarlo para sus propios fines.

4.4. La dictadura nazi y el Tercer Reich

Una vez en el poder, Hitler y el Partido Nazi actuaron con una rapidez y brutalidad implacables para desmantelar la democracia y consolidar una dictadura totalitaria. Aprovechando el incendio del edificio del Parlamento alemán (el Reichstag) en febrero de 1933 (del que culparon a los comunistas), Hitler convenció a Hindenburg para que firmara un decreto que suspendía las libertades civiles fundamentales. Poco después, el Parlamento, bajo coacción e intimidación, aprobó la Ley Habilitante, que otorgaba al gobierno de Hitler poderes legislativos absolutos durante cuatro años, liquidando de facto la separación de poderes y la Constitución de Weimar. En pocos meses, se ilegalizaron todos los demás partidos políticos y sindicatos, se estableció un sistema de partido único y se inició la persecución sistemática de cualquier forma de oposición.

Hitler eliminó también a sus posibles rivales dentro del propio Partido Nazi, como Ernst Röhm y los líderes de las SA (las milicias nazis), en la llamada “noche de los cuchillos largos” (junio de 1934). Tras la muerte del presidente Hindenburg en agosto de 1934, Hitler acumuló los cargos de canciller y presidente, autoproclamándose Führer y Canciller del Reich, concentrando así todo el poder del Estado en su persona. El ejército prestó juramento de lealtad personal a Hitler, y la policía (incluida la temida Gestapo y las SS) quedó subordinada al partido nazi, estableciéndose así el Tercer Reich.

4.5. Propaganda y adoctrinamiento

El régimen nazi ejerció un control totalitario sobre todos los aspectos de la vida cultural e intelectual. La educación fue completamente reorganizada para imponer la ideología nazi desde la infancia, siendo la afiliación a las Juventudes Hitlerianas prácticamente obligatoria. Los medios de comunicación (prensa, radio, cine) fueron estrictamente controlados y utilizados como instrumentos de propaganda masiva, bajo la dirección del ministro Joseph Goebbels. La censura fue total, prohibiéndose y quemándose libros considerados “anti-alemanes”. La propaganda glorificaba constantemente la figura de Hitler como un líder infalible, promovía el odio racial (especialmente el antisemitismo), exaltaba el nacionalismo alemán y preparaba psicológicamente a la población para la guerra.

4.6. Racismo y antisemitismo

El racismo, y en particular el antisemitismo, fue un pilar fundamental e inseparable de la ideología y la práctica del régimen nazi. Los nazis creían en la existencia de una “raza aria” superior destinada a dominar el mundo, y consideraban a los judíos como una “raza inferior” y perniciosa, responsable de todos los males de Alemania y del mundo. Esta ideología racista se tradujo en una política sistemática de persecución contra los judíos alemanes:

  • Primero fueron discriminados legalmente mediante las Leyes de Núremberg (1935), que les privaron de la ciudadanía alemana y prohibieron los matrimonios mixtos.
  • Luego sufrieron la expropiación de sus bienes y la exclusión de la vida económica y social.
  • Posteriormente fueron objeto de violencia física organizada, como en el pogromo de la Noche de los cristales rotos (Kristallnacht, noviembre de 1938).
  • Finalmente, durante la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi implementó la llamada “Solución Final” (Endlösung), el plan de exterminio sistemático de la población judía de Europa, conocido como el Holocausto. Más de seis millones de judíos, junto con millones de otras personas consideradas “indeseables” (gitanos, homosexuales, discapacitados, opositores políticos, prisioneros de guerra soviéticos), fueron asesinados en campos de concentración y exterminio como Auschwitz-Birkenau.

4.7. Economía: autarquía y rearme

En el terreno económico, el régimen nazi aplicó inicialmente políticas para combatir el desempleo masivo, logrando una rápida recuperación gracias a un ambicioso programa de obras públicas (autopistas, etc.) y, sobre todo, a un masivo rearme militar, que violaba abiertamente el Tratado de Versalles. Se promovió la autarquía económica para reducir la dependencia del exterior. Se eliminaron los sindicatos libres, que fueron sustituidos por el Frente Alemán del Trabajo (DAF), una organización controlada por el Estado que encuadraba obligatoriamente a trabajadores y empresarios. A partir de 1936, con el Plan Cuatrienal dirigido por Hermann Goering, toda la economía alemana se orientó de forma prioritaria a preparar al país para una guerra inminente. La búsqueda del “espacio vital” (Lebensraum) en Europa del Este se convirtió en el objetivo central de la política exterior nazi, justificando la futura agresión militar y la expansión territorial a costa de sus vecinos.