Introducción
Desde el surgimiento de la filosofía moderna, especialmente a partir de René Descartes, se intensificó la reflexión sobre las capacidades y los límites del entendimiento humano, así como la urgencia de encontrar un fundamento firme para el saber. En este contexto, uno de los temas más relevantes fue el de la Metafísica concebida como ciencia, es decir, como un conocimiento que pretende ofrecer verdades necesarias y universales acerca de la totalidad de lo real. ¿Es posible conocer con certeza lo que está más allá del mundo sensible, más allá de lo perceptible? En este marco, la propuesta crítica de Immanuel Kant puso en duda que la Metafísica —entendida desde Platón hasta Leibniz y pasando por la tradición escolástica— pudiera mantenerse como un conocimiento riguroso y legítimo, obligándola a renunciar a sus pretensiones dogmáticas.
Desarrollo
La obra fundamental de Kant, Crítica de la razón pura, representa un punto de inflexión en la historia del pensamiento. Para entender su enfoque es necesario ubicarse en el contexto de la confrontación entre el racionalismo y el empirismo, las dos principales corrientes filosóficas de su época.
El racionalismo, que sostenía una defensa decidida de la Metafísica, afirmaba que la Razón era capaz de alcanzar conocimientos universales y necesarios sin necesidad de recurrir a la experiencia. Filósofos como Descartes o Leibniz sostenían que era posible conocer la realidad a través de ideas innatas y de razonamientos puramente deductivos, lo que Kant denominará conocimientos a priori. En cambio, el empirismo —representado por pensadores como Locke y Hume— defendía que todo conocimiento deriva de la experiencia, y que nuestras ideas no son más que reflejos de nuestras percepciones sensoriales. En términos kantianos, todo conocimiento sería entonces a posteriori.
Kant, inicialmente afín a la tradición metafísica, confesó que la lectura de Hume lo despertó de su “sueño dogmático”. El escocés había cuestionado profundamente los fundamentos de la Metafísica, y ese cuestionamiento empujó a Kant a formular su propia teoría del conocimiento: el idealismo trascendental. Esta propuesta supuso una verdadera revolución filosófica. Al igual que la revolución copernicana —en la que se comprendió que no es el Sol quien gira alrededor de la Tierra sino al revés—, Kant invierte el punto de vista tradicional: no es el objeto el que determina al sujeto, sino que es el sujeto quien estructura el conocimiento del objeto. Así, para Kant, “todo conocimiento comienza con la experiencia, pero no todo él procede de la experiencia”.
De este modo, el conocimiento surge de la interacción entre las formas a priori del sujeto (como el espacio y el tiempo, junto con las categorías del Entendimiento) y los datos sensibles que nos ofrece la experiencia. Los objetos tal y como los conocemos son, por tanto, el producto de una síntesis entre el contenido empírico y la forma que nuestra mente impone.
Por lo tanto, solo es posible conocer los fenómenos, es decir, los objetos en la forma en que se nos presentan. Lo que las cosas son en sí mismas —lo que Kant llama noúmenos— está más allá de nuestras capacidades cognitivas. En consecuencia, la Metafísica no puede considerarse una ciencia en sentido estricto, ya que trata de entidades que no pueden ser experimentadas: Dios, el alma o el mundo en su totalidad no son fenómenos, sino ideas trascendentales. Podemos pensarlas, pero no conocerlas en sentido estricto. Kant, sin embargo, no las elimina por completo, sino que les asigna una función orientadora, como ideales que guían la Razón en su búsqueda de unidad y totalidad. En definitiva, los grandes problemas de la Metafísica no se resuelven, sino que se disuelven al evidenciar los límites del conocimiento. Pretender usar la Razón más allá de su campo legítimo conduce a lo que Kant denomina la “ilusión trascendental”.
Conclusión
La crítica kantiana a la Metafísica, entendida como el uso de la Razón pura desligada de la experiencia, marcó un antes y un después en la evolución del pensamiento filosófico. Kant cuestionó la Metafísica tradicional como una disciplina que pretendía acceder al conocimiento absoluto, mostrando que nuestras facultades están condicionadas por las propias estructuras mentales del sujeto. En lugar de intentar conocer lo que trasciende la experiencia, Kant propuso que la Metafísica debía reflexionar sobre las condiciones que posibilitan cualquier conocimiento. Su filosofía trascendental influyó profundamente en corrientes posteriores, como el idealismo alemán, donde pensadores como Hegel desarrollaron la idea de que la realidad es esencialmente racional.
¿Tiene sentido hoy un uso crítico de la razón al estilo kantiano?
Si entendemos el pensamiento crítico kantiano como un ejercicio para liberarnos de fanatismos e ideologías cerradas que conducen al dogmatismo, entonces es evidente que sigue siendo sumamente relevante. En la actualidad, vivimos en una sociedad donde abundan las posturas polarizadas, y en la que se ha perdido en gran medida una actitud escéptica que permita el diálogo y la tolerancia, esenciales para la convivencia democrática. Una filosofía ejercida con rigor, análisis y una actitud crítica puede contribuir a formar ciudadanos más libres, responsables y autónomos. “Sapere aude”, decía Kant: atrévete a pensar por ti mismo. Hoy más que nunca necesitamos pensamiento crítico, debate racional y búsqueda de consensos. Solo así se puede alcanzar una auténtica ilustración, saliendo de la inmadurez intelectual en la que muchos prefieren permanecer cómodamente instalados.