Factores Clave de la Romanización en Hispania: Ciudades, Ejército y Vías

Fomento de la Urbanización

El pueblo romano era eminentemente urbano. Vivían en ciudades y ese era el modelo de población que exportaron a todo el Imperio. No entendían la civilización si no era en las ciudades. Así, los que se establecían en las provincias (veteranos de guerra, emigrantes de Roma o Italia) lo hacían en ciudades, la mayoría de las veces creadas ex professo para ellos (las colonias).

Desde la primera, Itálica, fundada por Escipión en el 206 a.C., la creación de este tipo de ciudad de nueva planta o junto a núcleos de población preexistentes fue constante, sobre todo en la época de César y de Augusto. En ellas está el origen de muchas ciudades españolas actuales, como Mérida, Barcelona, Zaragoza, Cáceres, Valencia, Palma, Tarragona, Elche, etc.

Además, los romanos potenciaron el crecimiento de las ciudades indígenas, otorgando a muchas de ellas el estatus jurídico privilegiado de municipium, que en algunos casos suponía la concesión de la ciudadanía romana a sus habitantes. Su fin era que los hispanos abandonaran sus aldeas y se concentraran en las ciudades, para que así se integraran con más facilidad en el estilo de vida romano y fueran más fáciles de controlar. Antiguos municipios romanos son las actuales Lérida, Huesca, Sagunto, Tortosa, Calatayud, Calahorra, etc.

En las ciudades, los hispanorromanos se impregnaban de la cultura romana: aprendían la lengua latina, practicaban los cultos religiosos oficiales (el culto a Roma y al emperador), se beneficiaban de los servicios públicos (acueductos, alcantarillados, mercados, termas, etc.) y asistían a espectáculos típicos romanos (teatro, carreras de carros y caballos, luchas de gladiadores), para los que los romanos construían magníficos recintos en las ciudades importantes. Asimismo, podían mandar a sus hijos a las escuelas, participar en las instituciones (en las asambleas y, caso de que fueran ricos, en el Senado y en las Magistraturas), etc.

La prueba de la eficacia de este factor de romanización es que allí donde la concentración urbana fue mayor, la romanización fue también más temprana y más intensa.

El Ejército como Agente Romanizador

Desde distintos enfoques, el ejército fue un factor decisivo de la romanización cultural, además de ser el instrumento fundamental de control y dominio de las provincias. En primer lugar, los legionarios fueron el primer y más abundante tipo de romano con que estuvo en contacto la población indígena durante la época de la conquista.

Sus cuarteles atraían a sectores de la población indígena; las parejas mixtas eran frecuentes y sus familias se instalaban en los alrededores, formando nuevos núcleos urbanos.

También fueron un importante factor de romanización las colonias de veteranos del ejército romano, quienes, al licenciarse, recibían casa y tierras donde establecerse. Este fue el caso de dos grandes ciudades de Hispania: Itálica, fundada para los veteranos (socii italianos) de la Segunda Guerra Púnica, y Emerita Augusta (Mérida), para los de las guerras cántabras.

El ejército contribuyó significativamente a la asimilación en las zonas más pobres y menos civilizadas mediante el reclutamiento de hispanos como tropas auxiliares. Una vez conseguida la pacificación relativa de la Península, pero sobre todo a partir de las guerras civiles y el comienzo del Imperio, los contingentes de hispanos aumentaron, ya que los romanos los necesitaban para sus guerras de conquista y para mantener las fronteras del Imperio. Para los hispanos, enrolarse era una manera de ganarse la vida y, eventualmente, obtener la ciudadanía romana. Una vez licenciados y romanizados, estos soldados veteranos volvían a sus tierras de origen y se convertían en focos de romanización.

La Red de Comunicaciones: Calzadas y Puentes

El Estado romano mantuvo una tupida red de calzadas por todo el Imperio, reforzada con puentes y túneles. Los motivos de este esfuerzo eran estratégicos, económicos y políticos.

En Hispania, las calzadas más importantes (comparables a las actuales autopistas y autovías) eran la llamada Vía Augusta, que se dirigía desde Gades (Cádiz) por el valle del Guadalquivir hacia la costa mediterránea, y por ella continuaba hasta las Galias (y después a Roma); y las que enlazaban las capitales de las distintas provincias, como la Vía de la Plata, que unía Asturica Augusta (Astorga), Emerita Augusta (Mérida) e Hispalis (Sevilla). Aparte de estas calzadas mayores, había multitud de caminos secundarios que cruzaban de un lado a otro los conventus (distritos jurídicos) de cada provincia.

Los restos de su característico empedrado se pueden encontrar por toda la Península Ibérica, a menudo al lado o debajo de nuestros caminos y carreteras actuales. Algunos de sus puentes, como el de Córdoba o el de Andújar, siguen soportando el tráfico hoy en día.

Los abundantísimos vestigios de estas obras públicas constituyen una de las muestras más características, elocuentes y perdurables de la presencia romana en la Península y del legado de la romanidad.