Nietzsche: La Muerte de Dios, la Transvaloración Moral y la Afirmación de la Vida

El Problema de Dios en Nietzsche

En el mundo contemporáneo, el ateísmo ha experimentado un auge en Europa desde la Ilustración. Las ideas de ciencia, razón y progreso gestadas durante el siglo XVIII han contribuido a que esta visión sea cada vez más popular. Nietzsche explica que la cultura occidental se encuentra en decadencia debido a la transvaloración de los valores (la inversión de los valores vitales originales), que ha llevado a la negación de la vida. Dios representa el pilar sobre el que se levantó la cultura occidental, un pilar cada vez más resquebrajado desde la Edad Media y, según Nietzsche, destruido por completo en la Ilustración. Esto se resume en su famosa frase: “Dios ha muerto“.

Con esta expresión, Nietzsche trata de expresar la culminación del nihilismo: la muerte de Dios trae consigo la pérdida total de sentido, la destrucción de los valores sobre los que se asentaba la cultura y la vida del ser humano. Esto implica que vivimos en una época absurda, un tiempo propicio para abandonarse y dejarse llevar. Es el tiempo del “último hombre”, aquel que desea extinguirse porque nada tiene sentido, que reduce su vida a la nada y evita emociones fuertes, narcotizándose para anular el deseo que impulsa las empresas humanas. Este nihilismo, según Nietzsche, se encuentra tanto en el cristianismo occidental como en el budismo oriental.

Además, la muerte de Dios indica el final de la época del dominio de la razón y, con ello, el fin de la metafísica clásica y sus engaños, iniciados con Sócrates. Con Nietzsche, comienza la destrucción de los “castillos metafísicos” creados por la propia razón. En conclusión, la muerte de Dios supone el fin del “más allá” y la necesidad de que el ser humano aprenda a vivir su vida de una nueva manera. Él mismo debe ser el encargado de dar sentido a su existencia y diseñar su propio sistema de valores, sin recurrir a instancias trascendentes como Dios.

La Crítica de Nietzsche a la Ética Occidental

Nietzsche es considerado el gran crítico de la moral occidental, pues sostiene que esta cultura reprime los valores propiamente humanos. Su filosofía es un vitalismo irracionalista: considera que en la vida hay que aceptar tanto lo apolíneo (que representa la perfección, la racionalidad, el orden y la proporción) como lo dionisíaco (que representa lo irracional, los instintos y la imperfección).

En su obra La genealogía de la moral, realiza un estudio de los orígenes históricos y psicológicos de los conceptos morales clave en Occidente. Critica que estos conceptos se han originado a partir de sentimientos de rencor hacia los demás o hacia uno mismo, propagando una cultura que niega la dimensión dionisíaca de la vida y promueve la debilidad en lugar de la fuerza característica de la cultura griega presocrática.

El filósofo alemán distingue entre dos tipos de moral:

  • La moral de esclavos (o tradicional): Predomina la debilidad y la indiferencia; el hombre solo se esfuerza si espera una satisfacción garantizada. Esta moral, conformada por la mayoría social, invierte los valores naturales de la vida, tratando de destruir a los individuos fuertes e independientes que desarrollan sentimientos de poder. Tiende al nihilismo al ocultar una voluntad reactiva que niega la vida.
  • La moral de señores: Es la moral de los espíritus creativos y fuertes, que dedican su vida al desarrollo excelente de sus capacidades. Requiere esfuerzo y sacrificio, viviendo independientemente e ignorando las preocupaciones de la mayoría, como el dolor o el miedo. El hombre con esta moral lucha por el futuro incluso ante la incertidumbre. Lo bueno es lo que eleva al individuo y le lleva a afirmar la vida. Para ello, deben desarrollar una ética de la vida y del cuerpo, renunciando a toda moral trascendente que prometa salvación divina y aceptando la “nada” en la que son conscientes de vivir. El nihilismo se presenta aquí como el mayor desafío a superar para fortalecerse.

Originalmente, dominaba la moral de señores. Sin embargo, con la aparición del judaísmo y el cristianismo, junto con la influencia del platonismo, se produjo una inversión de los valores morales. Se empezó a defender la debilidad y a condenar la fuerza, las pasiones y los excesos de la vida aristocrática. Así, la debilidad se convirtió en el modelo para crear los conceptos de Bien y Verdad (sumisión, limitaciones corporales, virtud como término medio, pureza virginal).

La moral occidental es, por tanto, platónico-cristiana, con una raíz metafísica y religiosa basada en el mundo inteligible de Platón y el más allá cristiano. Estas ideas someten los cuerpos a la represión y la contención. Nietzsche establece que la moral de los esclavos representa la mediocridad y la venganza contra quienes se atreven a arriesgarlo todo en la vida. Glorifica lo que hace la vida soportable para los débiles, no lo que les haría libres. Es la moral de la democracia, que busca igualar a las personas y volverlas impotentes, identificando lo bueno con lo pobre, enfermo e impotente.

En conclusión, la finalidad de la genealogía nietzscheana es desenmascarar las ficciones creadas por la moral dominante. El filósofo alemán explica que detrás de toda expresión humana (filosofía, política, arte) existe una moral subyacente. Detrás del amor, el pacifismo y la solidaridad proclamados por Occidente, Nietzsche ve miedo a la vida y odio hacia aquellos que no temen enfrentarse a su crudeza.

La Concepción Nietzscheana de la Realidad

Nietzsche, filósofo alemán contemporáneo, afirma que la cultura occidental reprime los valores propiamente humanos en todas sus manifestaciones. Realiza una dura crítica a la tradición intelectual y religiosa que fundamenta dicha cultura, la cual identifica al hombre ideal con el sabio, el científico y el religiosamente educado, estableciendo estas figuras como el modelo para comprender la realidad. Nietzsche sugiere que sería mejor vivir de manera “antifilosófica” (entendiendo esto como una oposición a la metafísica tradicional), ya que estas disciplinas han conducido a la negación de la propia vida por su oposición a todo lo espontáneo, libre o imaginativo. Es decir, la cultura occidental trata de eliminar la esencia vital, y su hostilidad hacia la vida surge del miedo a lo irracional e imprevisible de esta.

Nietzsche pertenece a la corriente del vitalismo irracionalista. Considera que la vida es una lucha constante entre dos fuerzas complementarias:

  • Lo apolíneo: Vinculado al dios griego Apolo, representa el orden, la proporción, la luz, la belleza y la perfección.
  • Lo dionisíaco: Vinculado a Dioniso, representa la vitalidad irracional, los instintos y la fuerza de la voluntad salvaje natural.

Estas fuerzas contrarias se complementan, representando una lucha equilibrada entre las pasiones y el orden.

Según Nietzsche, la cultura occidental anterior a Sócrates (especialmente a través de la tragedia griega) buscaba expresar la vida en su totalidad, mostrando incluso el sufrimiento ilimitado inherente a ella. Sin embargo, Sócrates inició el proceso de decadencia al afirmar que solo la vida racional merecía la pena ser vivida. Con él nace la represión de la tendencia dionisíaca y la defensa de la tendencia apolínea de la claridad científica y racional, excluyendo la pasión y la naturalidad.

Posteriormente, Nietzsche acusa a Platón de inventar un mundo “verdadero” (el Mundo de las Ideas) diferente del que muestran los sentidos, subordinando lo sensible a lo ideal. Toda la filosofía posterior, según él, ha continuado esta separación. Para Nietzsche, el Mundo de las Ideas es falso; la realidad sensible, con sus características de contingencia, particularidad y mutabilidad, es la única realidad, aunque no sea la deseable según la tradición. La cultura occidental ha convertido el único mundo existente en algo irreal al identificar el “ser” con lo estático, inmutable y eterno, algo que en realidad no existe. La base de la filosofía tradicional es, por tanto, el odio a la vida y al mundo tal y como son.

Para explicar la realidad, Nietzsche recurre a dos conceptos clave: la voluntad de poder y el eterno retorno.

  • La voluntad de poder: Frente a la realidad ordenada y perfecta del platonismo y el cristianismo, Nietzsche establece que no hay una estructura fija en el mundo, sino un devenir caótico regido por fuerzas en conflicto. Si la vida es el fundamento de la realidad, su esencia es la lucha, el cambio y la superación constante. La voluntad de poder es la tendencia inherente a la vida de afirmarse, expandirse y crecer. La realidad consiste en multiplicidades de fuerzas en constante lucha, donde las fuerzas dominantes se apropian de otras para fortalecerse.
  • El eterno retorno: Es la hipótesis de la repetición cíclica e infinita de todo lo existente. Solo existe la lucha constante entre fuerzas de poder. Este concepto funciona como una prueba existencial: ¿aceptarías tu vida con todas sus alegrías y sufrimientos si supieras que se repetirá eternamente? Quien es capaz de afirmar la vida en su totalidad, abrazando el eterno retorno, es quien vive conforme a la voluntad de poder.

El eterno retorno es también un criterio ético: exige vivir de tal manera que uno desee revivir su vida eternamente. Se opone a las religiones y filosofías que prometen salvación en otro mundo y propone amar la vida tal como es. Estas dos ideas son clave para entender la transvaloración de los valores: la sustitución de la moral tradicional (basada en el sometimiento) por una ética afirmativa de la vida. Nietzsche reivindica una moral de señores que exalte la fuerza y el coraje, frente a la moral de esclavos que exalta la sumisión y la negación del placer como virtudes.