Oposición y Crisis Colonial en la Restauración Española: Carlistas, Republicanos y el Desastre del 98

La Oposición Política al Régimen de la Restauración

La oposición al régimen de la Restauración provino de carlistas, republicanos y movimientos sociales como el obrerismo y los nacionalismos periféricos. Los carlistas, derrotados militarmente en 1876, continuaron la lucha política, dividiéndose tras la muerte de Alfonso XII en el Partido Integrista y las Juntas Tradicionalistas. Los nacionalismos periféricos, como el catalán y el vasco, rechazaron el proyecto unitario del Estado, buscando autonomía o incluso independencia. Estos movimientos regionales crecieron en respuesta a la organización centralista del Estado y su impacto en las realidades locales.

El Nacionalismo Vasco

El nacionalismo vasco surgió tras las guerras carlistas y la abolición de los fueros, y se vio impulsado por la industrialización y la llegada de inmigrantes. La cuestión foral fue clave en la confrontación entre el Estado liberal y las provincias vascas. La literatura fuerista, de raíz romántica, idealizó el mundo rural y se convirtió en la base del primer nacionalismo vasco. Tras la derrota carlista, los fueristas se dividieron entre los que defendían los fueros y los que evolucionaron hacia el autonomismo. La burguesía industrial apoyó el sistema canovista, mientras que la clase obrera se distanció del nacionalismo. Sabino Arana, ex carlista, fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV) en 1895, defendiendo la independencia de Euskadi, un estado vasco con territorios de España y Francia. Su ideología incluía el radicalismo antiespañol, el integrismo religioso y la exaltación de la etnia vasca. Aunque inicialmente limitado a la pequeña burguesía tradicionalista, el PNV amplió su base hacia una burguesía industrial que optaba por la autonomía dentro del Estado español. Este equilibrio entre las bases independentistas y la dirección autonomista perduró durante décadas. El nacionalismo vasco se extendió especialmente entre la pequeña y media burguesía y el mundo rural.

El Regionalismo Gallego y Andaluz

El regionalismo gallego tuvo poca implantación hasta 1890, cuando se fundó la Asociación Regionalista Gallega, buscando la autonomía sin aspiraciones de independencia o federalismo.

El regionalismo andaluz comenzó con los movimientos cantonalistas de 1873 y, en 1883, en Antequera, se redactó un proyecto de Constitución Federalista Andaluza, aunque no se consolidó un partido andalucista debido a la vinculación de la burguesía andaluza con el poder central y el giro del movimiento obrero hacia el anarquismo.

El Republicanismo

En cuanto al republicanismo, surgieron tres corrientes: el Partido Posibilista de Castelar, moderado y burgués, que se integró en el sistema tras el sufragio universal; el Partido Centralista, más radical, que apoyaba levantamientos militares; y el Partido Federal de Pi i Margall, coherente con las ideas del Sexenio, que defendía la descentralización y el anticlericalismo. El republicanismo tuvo un papel social importante, especialmente en pueblos y ciudades, a través de clubes, prensa y escuelas, rivalizando con el ascenso del anarquismo y socialismo.

El Movimiento Obrero: Anarquismo y Socialismo

El movimiento obrero en España se oponía al sistema de la Restauración, buscando mejorar la situación de obreros y campesinos. A partir del sexenio democrático, el marxismo y anarquismo tuvieron eco, destacando el anarquismo por la llegada de Giuseppe Fanelli, discípulo de Bakunin, quien fundó la AIT en 1870. En 1874, tras un golpe de Estado, las asociaciones de la AIT fueron disueltas y pasaron a la clandestinidad. El anarquismo, que predominó en la Restauración, se extendió principalmente por la zona mediterránea, especialmente en Barcelona y Andalucía. Durante este periodo, los anarquistas prepararon acciones revolucionarias, pero en 1881 retornaron a la legalidad con la creación de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). Sin embargo, surgieron diferencias internas entre los sectores industriales y campesinos, lo que llevó a la violencia en Andalucía, simbolizada por la “Mano Negra”. La represión gubernamental debilitó el movimiento anarquista, que a finales del siglo XIX se limitó a grupos terroristas.

En las últimas décadas del siglo, el anarquismo adoptó la “propaganda por el hecho”, realizando atentados como el asesinato de Cánovas del Castillo en 1897, lo que llevó a un endurecimiento de la legislación. A cambio de siglo, el anarquismo dio paso al anarcosindicalismo, enfocándose en la acción colectiva a través de organizaciones sindicales.

En 1871, Paul Lafargue introdujo el marxismo en España, y en 1879, Pablo Iglesias fundó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) con un programa marxista centrado en la abolición de clases, la propiedad colectiva y el poder obrero. El PSOE fue inscrito en 1881 y se expandió principalmente en Madrid y regiones industriales. En 1888, fundó la Unión General de Trabajadores (UGT) para mejorar las condiciones laborales mediante negociación y huelgas. En 1889, participó en la creación de la 2ª Internacional y en 1890 celebró el 1º de mayo. A partir de 1891, se centró en la política electoral sin alianzas con partidos burgueses.

La Crisis de 1898 y la Liquidación del Imperio Colonial

Casi todo el Imperio español había alcanzado la independencia durante el reinado de Fernando VII, quedando solo Cuba y Puerto Rico en América, y las islas Filipinas en el Pacífico bajo soberanía española. Fue en la década final del siglo XIX cuando los problemas coloniales se agudizaron debido al auge del nacionalismo cubano y la creciente presión de los Estados Unidos. Los brotes de conflictividad provocados por los independentistas cubanos y su represión alimentaron el nacionalismo popular en Cuba, que se sumaron tanto los esclavos como los criollos ricos. Las tensiones entre la colonia y la metrópoli aumentaron por la oposición cubana a los aranceles proteccionistas impuestos por España, que dificultaban el comercio con Estados Unidos, principal comprador de productos cubanos a finales del siglo XIX. La política de los gobiernos españoles ante las demandas independentistas de las colonias fue insuficiente. La situación en Puerto Rico era más estable, ya que había conseguido su autonomía en 1872 y contaba con una economía saneada. Sin embargo, en Cuba, las reformas fueron más polémicas, ya que la isla tenía gran importancia para España. Entre la Paz de Zanjón (1878) y el inicio de la última guerra cubana (1895), los gobiernos españoles carecieron de un verdadero proceso descentralizador y no implementaron reformas adecuadas, lo que llevó a nuevas revueltas por la independencia. Desde la perspectiva española, la pérdida de las últimas colonias se denominó el “desastre del 98” y tuvo gran importancia en la conciencia nacional. La irresponsabilidad política de los gobiernos de la Restauración había llevado a una situación que costó la vida a miles de españoles, primero en la guerra contra los insurrectos cubanos y luego en una guerra contra Estados Unidos, que no se podía afrontar. Sin embargo, la pérdida de más de 50.000 combatientes provocó una conmoción social intensa. La crisis de 1898 fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica,

que causó un impacto psicológico importante entre la población y un resentimiento de los militares hacia los políticos. Estos se inclinaban hacia posturas más autoritarias, convencidos de que la derrota había sido culpa de la ineptitud y corrupción de los políticos. A pesar de la envergadura del “desastre”, las repercusiones inmediatas fueron menores de lo esperado. No hubo una gran crisis política ni quiebra de Estado, y el sistema de la Restauración sobrevivió, adaptándose a los nuevos tiempos y la retórica de la “regeneración”. Las estadísticas muestran que en los primeros años del nuevo siglo se produjo una inflación baja y una considerable inversión proveniente de capitales repatriados, lo que permitió a los viejos políticos conservadores y liberales mantener su control.

El regeneracionismo emergió como un movimiento crítico que rechazaba el sistema de la Restauración y proponía la necesidad de una renovación política y social en España. Esta crisis, por lo tanto, aunque no produjo un cambio de gobierno ni peligró la monarquía, fomentó el surgimiento de un pensamiento crítico que cuestionaba el estatus quo y abogaba por un futuro mejor.