Fábulas de Esopo: Sabiduría Clásica y Lecciones Morales

Colección de Fábulas Clásicas

La zorra y el león

Una zorra que nunca había visto a un león, cuando se encontró casualmente con uno por primera vez, se perturbó tanto al verlo que casi se muere de miedo. Al encontrarse con él por segunda vez, se asustó, pero no tanto como la primera. Al verlo por tercera vez, tomó tanta confianza que incluso se acercó a hablarle.

La fábula enseña que la costumbre calma también lo espantoso de los hechos.

La zorra y el leopardo

Una zorra y un leopardo discutían sobre su hermosura. Argumentaba el leopardo la policromía de su cuerpo, a lo que la zorra, respondiendo, dijo: “¿Y cuánto más bella soy yo que tú, que tengo adornado el espíritu, no el cuerpo?”

La fábula enseña que el ornato del pensamiento es mejor que la belleza corporal.

La zorra y la máscara

Una zorra, habiéndose dirigido a casa de un actor y revisando cada uno de sus aderezos, encontró una máscara de hermoso rostro. Cogiéndola con sus manos, dijo: “¡Oh, qué cabeza! Pero no tiene cerebro.”

La fábula se refiere a hombres grandes de cuerpo, pero insensatos de alma.

La zorra y las uvas

Una zorra hambrienta, al ver unas uvas colgando de una vid trepadora, quiso apoderarse de ellas y no podía. Alejándose, se dijo a sí misma: “Están verdes.”

Así también, algunos hombres que no pueden conseguir las cosas por debilidad, acusan a las circunstancias.

El hombre y el león

Una vez caminaba un león con un hombre. Cada uno de ellos se jactaba con palabras. En el camino había una estela de piedra que representaba a un hombre estrangulando a un león. El hombre, mostrándosela al león, dijo: “¿Ves cómo somos más fuertes que vosotros?” Y el león, sonriendo, dijo: “Si los leones supieran esculpir, verías a muchos hombres bajo las garras del león.”

La fábula muestra que muchos presumen de valientes con palabras, pero la experiencia desmiente a quienes no lo demuestran con hechos.

La rana y la zorra

Una vez, una rana que estaba en una charca gritó a todos los animales: “¡Yo soy médico y conozco todos los remedios!” Una zorra, al oírla, dijo: “¿Cómo vas a curar a otros, si no puedes curarte a ti misma, que estás coja?”

La fábula enseña que quien carece de formación no puede pretender educar a los demás.

El etíope

Un hombre compró un etíope, pensando que su color negro se debía a la negligencia de su anterior dueño. Habiéndolo llevado a casa, le aplicó toda clase de jabones e intentó lavarlo con todo tipo de baños, pero no pudo cambiarle el color y, además, lo hizo enfermar con tanto sufrimiento.

La fábula muestra que la naturaleza de las cosas permanece tal como se manifestó al principio.

La comadreja y la lima

Una comadreja, habiendo entrado al taller de un herrero, se puso a lamer una lima que allí había. Sucedió que, al rasparse la lengua, empezó a salirle mucha sangre. Ella se alegró, pensando que le estaba quitando algo al hierro, hasta que perdió la lengua por completo.

(Esta fábula advierte sobre el daño autoinfligido por perseguir algo inútil o dañino).

El labrador y sus hijos

Un labrador, estando a punto de morir y queriendo que sus hijos se hicieran expertos en agricultura, los llamó y les dijo: “Hijos míos, en una de mis viñas hay un tesoro escondido.” Ellos, tras la muerte del padre, cogieron azadas y bieldos, cavaron toda la viña y no encontraron el tesoro; pero la viña, bien removida, les dio una cosecha abundantísima.

La fábula muestra que el trabajo es el verdadero tesoro para los hombres.

La encina y la caña

Una encina y una caña discutían sobre su fortaleza. Al levantarse un fuerte viento, la caña, agitándose e inclinándose a su soplo, evitó ser arrancada; pero la encina, al resistirse con rigidez, fue arrancada de raíz.

La fábula enseña que no conviene porfiar ni oponerse a los más fuertes.

Zeus y la tinaja de los bienes

Zeus, habiendo reunido todos los bienes en una tinaja, la cerró y la dejó al lado de un hombre. El hombre, por curiosidad, queriendo saber qué había dentro, quitó la tapa, y todos los bienes volaron hacia la morada de los dioses. Así, huidos los bienes, solo quedó entre los hombres la Esperanza, que promete devolver algún día los bienes perdidos.

El Sol y las ranas

Se celebraban las bodas del Sol y todos los animales se regocijaban. Las ranas también lo hacían. Pero una rana vieja les dijo: “¡Oh, insensatas! ¿Por qué os regocijáis? Si el Sol, estando solo, seca nuestro pantano, ¿qué males no sufriremos si se casa y engendra un hijo semejante a él?”

La fábula muestra que muchos insensatos se alegran por cosas que no tienen ninguna gracia.

El citarista

Un citarista mediocre cantaba sin parar en su casa bien cerrada. Como la resonancia del lugar amplificaba su voz, creyó que tenía un canto hermosísimo y, envanecido por ello, decidió presentarse en el teatro. Al llegar a escena y cantar pésimamente, fue expulsado a pedradas.

Así también, algunos oradores que parecen brillantes en la escuela, al llegar a la vida pública, demuestran no valer nada.

El cuervo enfermo

Un cuervo enfermo dijo a su madre: “Madre, ruega a los dioses por mí y no llores.” Ella le respondió: “¿Y qué dios crees, hijo mío, que se apiadará de ti? ¿A cuál de ellos no le has robado la carne de sus sacrificios?”

La fábula enseña que quienes se crean muchos enemigos en la vida no encontrarán a nadie que les ayude en la necesidad.

La perra que llevaba un trozo de carne

Una perra que llevaba un trozo de carne atravesaba un río. Al ver su propia sombra reflejada en el agua, creyó que era otra perra con un trozo de carne más grande. Por ello, soltó su propio trozo para arrebatarle el ajeno. Pero le sucedió que se quedó sin ambos: uno porque no existía y el otro porque se lo llevó la corriente del río.

La fábula es adecuada para el hombre avaro.

El lobo y la cabra

Un lobo vio a una cabra pastando al borde de un precipicio. Como no podía alcanzarla, le aconsejó que bajara, no fuera a caerse por descuido. Le decía, además, que abajo, junto a él, el prado era más verde y la hierba más tierna. Pero ella le respondió: “No me invitas a comer a mí, sino que buscas tu propio alimento.”

Así también, los malvados que tienden trampas a quienes los conocen, ven inútiles sus artimañas.

El caminante y la Verdad

Un caminante que viajaba por el desierto encontró a una mujer sola, de aspecto desolado, y le preguntó: “¿Quién eres?” Ella respondió: “Soy la Verdad.” —¿Y por qué causa has dejado la ciudad para habitar en el desierto? Ella dijo: “Porque antiguamente la mentira solo se encontraba entre unos pocos, pero ahora se ha extendido a todos los hombres. Si quieres oírlo: la vida se vuelve muy mala y difícil para los hombres cuando la mentira prevalece sobre la verdad.”