La novela española de 1939 a 1975
El aislamiento de España, el exilio de algunos de los mejores novelistas y la censura se tradujeron en una narrativa que abandonó el camino de la innovación durante dos décadas y se alejó de las nuevas corrientes mundiales.
Entre los narradores en el exilio destaca Ramón J. Sender. Su obra es muy variada, tanto en argumentos como en técnicas. Crónica del Alba es un conjunto de nueve novelas autobiográficas en las que el autor relata, a través de un personaje, sus experiencias desde su infancia a la Guerra Civil. Max Aub escribió, bajo el título de El laberinto mágico, un ciclo de seis novelas sobre la Guerra Civil. En ellas narró todos los aspectos del conflicto, desde su génesis hasta el exilio, mostrando un compromiso con la libertad y con quienes lo dieron todo por ella. Aub cuida al máximo la técnica narrativa y da gran importancia a los personajes secundarios. Francisco Ayala reflexiona en sus cuentos y novelas sobre la maldad humana, el abuso del poder, la violencia y la degradación de los valores, empleando para ello la ironía, la burla y la parodia.
Durante los años 40 los escritores próximos a la ideología de los vencedores de la guerra escriben una novela propagandística que exalta la heroicidad de los combatientes derechistas (García Serrano) y presenta el falangismo como el sistema ideal de gobierno. También aparece una novela de mayor calidad que es realista y aborda la angustia existencial. Se centra en las vivencias de un protagonista asfixiado por una existencia sin sentido, enfrentado a la miseria, a la indiferencia ajena y a la soledad. Carmen Laforet muestra en Nada, a partir de elementos autobiográficos, una dura metáfora de las consecuencias de la Guerra Civil: la oscuridad y la cerrazón de la España en la que vive la protagonista, la destrucción del país, el enfrentamiento entre hermanos y la falta de estímulos para mirar hacia adelante en unos personajes que se han anclado en el rencor. Camilo José Cela, Nobel en 1989, abre el camino a la novela existencial y tremendista con La familia de Pascual Duarte. El tremendismo presenta la vertiente más brutal de las personas, que se comportan como animales y son capaces de los crímenes más atroces. La obra está influida por la picaresca, el esperpento de Valle-Inclán, los romances de ciego y el naturalismo. Miguel Delibes muestra en su obra una identificación sistemática con los débiles, una denuncia de los que abusan de ellos y una continua crítica de la hipocresía religiosa, siempre desde su humanismo cristiano. Emplea un vocabulario claro y preciso. La sombra del ciprés es alargada refleja inquietudes existenciales con un estilo lineal y sobrio: Pedro, huérfano desde niño, intenta superar la visión negativa del mundo que le han inculcado, pero va descubriendo que el hombre está condenado al fracaso.
La novela de los 50 se inclina hacia el realismo social, aunque no renuncia al existencialismo anterior. Algunos escritores buscan la objetividad mientras otros intentan esquivar la censura en lo posible para manifestar críticas al régimen y a la injusticia. El protagonista pasa a ser colectivo: la mayor parte de los personajes representan la clase social a la que pertenecen. La acción tiende a reflejar la vida cotidiana, a centrarse en un espacio muy concreto y bien caracterizado y a desarrollarse en un breve espacio de tiempo. Predomina el diálogo. La colmena, de Cela, es un giro clave en la literatura española. Se trata de una novela de personaje colectivo y contenidos sociales. Se divide en secuencias breves que reflejan la vida de varios centenares de madrileños durante tres días. Las historias que se relatan quedan inconclusas, puesto que el autor pretende reflejar el absurdo de la vida. Se pasa de una escena a otra y de unos personajes a otros sin ninguna indicación, de modo que es el lector quien debe organizar los elementos que se le ofrecen para dar sentido a decenas de historias cruzadas. Los personajes viven en un presente eterno que se pinta como su destino: no hay lugar para el cambio, ni para las esperanzas, ni para los sueños. Delibes, en Las ratas, muestra la miseria en un pueblo de Castilla cuyos habitantes viven sometidos a los caprichos del cacique y las exigencias de una naturaleza dura. La existencia de los personajes no tiene más sentido que la mera supervivencia. En la vertiente más objetiva, que aspira a reflejar la realidad como si la mostrara una cámara de cine, encontramos El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, que cuenta la historia de unos jóvenes durante un día de excursión, mediante diálogos triviales, sin perderse en digresiones ni realizar juicio alguno. Mucho más crítico es Ignacio Aldecoa, autor de El fulgor y la sangre, que pretende mostrarnos la asfixia moral y económica de la España de posguerra.
Durante los años 60, la novela se abre a las corrientes exteriores y opta por experimentar. Sin abandonar los problemas existenciales ni sociales, los autores expresan una mayor variedad temática. En ocasiones se cambia durante la novela de narrador y de punto de vista. Rompen con la estructura lineal del tiempo, vuelven a un protagonista individual a menudo desorientado y castigado por la soledad, sustituyen los capítulos por secuencias o fragmentos y buscan un lector activo. Emplean el estilo indirecto libre, el monólogo interior y el flujo de conciencia para imitar el desorden con el que las ideas vienen a nuestro cerebro. A veces rompen con las normas sintácticas y prescinden de los signos de puntuación. La obra cumbre de esta década es Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos. Presenta un recorrido desolador por las clases más humildes y las clases medias: el ambiente de miseria económica y moral, la falta de objetivos en la vida y la condena de las personas a una rutina embrutecedora. En ella se mezclan todos los registros posibles del lenguaje: desde los tecnicismos científicos, al habla marginal. Muestra una agresiva ironía, introduce en la narrativa española todos los instrumentos narratológicos que ya habían triunfado en el extranjero y consigue, además, aplicarlos a una historia desgarradora que une el componente social y el existencial. Juan Benet, en Volverás a Región, crea un espacio imaginario, reflejo de España. Con un estilo muy barroco, basado en frases larguísimas, detiene la acción para recrearse en la descripción del mundo interior de los personajes, de sus motivos y de los paisajes que los rodean, de carácter simbólico y mítico. Miguel Delibes, en Cinco horas con Mario, presenta un largo soliloquio de Carmen, que pasa 5 horas velando el cadáver de su marido, Mario. Ella, aunque le reprocha sus defectos, sin quererlo realza su humanidad, su generosidad y su nobleza, y, también de forma involuntaria, muestra el lado más abominable de la sociedad opresiva, el catolicismo mentiroso y la hipocresía.