Obras Maestras del Arte: Un Viaje a Través de la Historia y el Significado
El Escriba Sentado: Escultura de autor desconocido, datada entre 2600-2500 a.C., IV Dinastía. Se encuentra en el Museo del Louvre, París. Es una escultura egipcia del Imperio Antiguo. Este hombre lleva sentado en la misma postura alrededor de 4500 años y, probablemente, son muchos más los que le esperan. Su paciencia infinita le hace merecedor de este análisis, pese a que de él dijo el gran egiptólogo Vandier que bastaba mirarlo para saber que “el modelo era inteligente, voluntarioso y poco propicio a la bondad”.
Análisis Detallado
FORMA: Escultura en bulto redondo. Mide 53 cm de altura, 44 de anchura y 33 de fondo. La altura de la estatua resulta casi equivalente a un codo egipcio, medida habitual de longitud en la época faraónica.
MÉTODO: Obra realizada mediante talla sobre piedra caliza, luego policromada. Se ha empleado un tono ocre rojizo para representar las partes desnudas del personaje, color negro para el cabello y las cejas y color blanco para el faldellín. Posteriormente se añadieron a la figura diversas incrustaciones para representar los ojos (cristal de roca) y los pezones (madera).
DESCRIPCIÓN GENERAL: La estatua nos representa a un escriba en la típica posición de trabajo: sentado, pero con el torso erguido y con las piernas cruzadas, lo que confiere a la figura una forma aproximadamente triangular. El escriba va vestido únicamente con un faldellín de color blanco que deja ver las rodillas. No lleva calzado. Sobre la falda aparece un rollo de papiro parcialmente desenrollado, sostenido con la mano izquierda. La derecha debía sujetar originariamente un utensilio para escribir (quizás un cálamo), hoy perdido. El personaje, de mediana edad, está apoyado sobre una base semicircular del mismo material y muestra una incipiente obesidad, visible en los pliegues del tórax (del que están ligeramente separados ambos brazos), en la anchura de sus caderas y en su escasa musculatura. Son claramente perceptibles las clavículas. El autor ha mostrado gran atención en la talla de las manos, en las que se muestran con detalle hasta las uñas. Por su parte, de los pies sólo resulta visible el derecho, del que únicamente podemos contemplar tres dedos. Pero, sin duda alguna, destaca sobremanera en esta figura el detalle en el trabajo del rostro, al que contribuyen la policromía y la vivacidad de su mirada, conseguida con fragmentos de cristal de roca muy pulimentados. Unas grandes orejas, labios finos y nariz proporcionada completan el conjunto de este rostro singular que acusa la tensión de quien está atento a escribir al dictado de otra persona. Toda la obra manifiesta los rasgos característicos de la escultura egipcia clásica: una frontalidad patente (la parte posterior está mucho menos trabajada), sólo rota por la diferente posición de ambas manos; elevados rasgos de rigidez y acusado hieratismo.
La Trinidad de Masaccio: Fresco. Hacia 1427. 667 x 317 cm. Santa María Novella, Florencia. Es una de las primeras pinturas hechas de acuerdo con estas matemáticas.
Iconografía y Composición
Iconografía: La obra representa la Trinidad (Dios Padre, Jesús en la cruz y el Espíritu Santo con forma de paloma blanca) con la Virgen y san Juan bajo la cruz, y los donantes -un mercader y su esposa- arrodillados. Nos podemos imaginar la sorpresa de los florentinos al ver esta pintura mural, como si fuese un agujero en la pared a través del que se pudiera ver una nueva capilla en el moderno estilo de Brunelleschi. Pero quizás les impresionó más la simplicidad y la magnitud de las figuras. En lugar de la delicadeza del gótico internacional, vemos pesadas y macizas figuras; en lugar de curvas suaves, sólidas formas angulares; y, en lugar de pequeños detalles como flores y piedras preciosas, arquitectura majestuosamente austera. Quizás sí que las figuras eran menos agradables a la vista que aquellas a las que estaban habituados, pero eran mucho más sinceras y emotivas. El gesto sencillo de la Virgen señalando al Hijo en la cruz es muy elocuente e impresionante porque es el único movimiento en el conjunto solemne de la pintura. Sus figuras, efectivamente, parecen estatuas, lo que se realza mediante la perspectiva del marco que las encuadra. Parece que las podamos tocar, y esta sensación es la que hace de ellas y de su mensaje algo nuevo para nosotros.
La composición: Masaccio representa a la Trinidad, cuyo símbolo es el triángulo, y la composición queda rigurosamente inscrita en un triángulo. Pero si el pintor hubiese querido expresarse por símbolos no se habría limitado a implicar el triángulo en la disposición de las figuras. El símbolo, al que con tanta frecuencia recurría la pintura del Trecento, no interesa ya a Masaccio: le interesa la idea, y ésta no se comunica mediante símbolos sino a través de formas clarísimas. La Trinidad es una idea-dogma, y no hay dogma sin revelación ni revelación sin forma. En su eternidad, el dogma es también historia, y por ello las figuras, incluso la del Padre, son figuras reales e históricas que “ocupan un espacio”. Pero el espacio que se revela y se concreta con el dogma debe ser un espacio verdadero, cierto, absoluto, histórico (es decir, antiguo y actual) como el dogma mismo: y este espacio es, para Masaccio, el espacio prospéctico de la arquitectura de Brunelleschi.
Recursos pictóricos: La gran cantidad de estudios que tratan sobre La Trinidad de Masaccio no han dado ninguna importancia a cómo su iluminación y su perspectiva relacionan el mundo pictórico con el real, y cómo, al situar a los donantes en un escalón inferior, delante de la capilla, Masaccio pretende indicar que se encuentran en nuestro lado de la pared de la iglesia, justamente dentro del espacio y la luz de la nave. La arquitectura está iluminada desde la izquierda, o desde el sudoeste, que es de donde viene la luz predominante en el conjunto general de la nave.
La Noche Estrellada: (La Nuit Étoilée) es una pintura que fue creada en el mes de junio de 1889, mide 73 x 92 cm, uno de los cuadros más famosos de Vincent Van Gogh. El pintor vislumbró esta obra desde la panorámica que le ofrecía la ventana de la clínica. En la composición de Noche estrellada, Van Gogh aborda nuevamente el tema de los cuadros nocturnos de las épocas de Arles y París. Se trata de uno de las pocas pinturas donde el pintor renuncia a la observación directa de la naturaleza para crear formas y colores y se entrega para ello a las consignas de su fantasía, estableciendo de este modo una atmósfera de notoria originalidad. En el cielo se despliega un acontecimiento cósmico de imponente dramatismo. Dos enormes espirales nebulosas se envuelven una con otra, mientras once estrellas sobre-dimensionadas atraviesan la noche con sus halos de luz. La luna, pintada de color naranja en la parte superior derecha del lienzo, hace pensar en un sol radiante, y un ancho sendero luminoso se extiende sobre la línea del horizonte. El artista ha aplicado en este cuadro su característica, enérgica y rotunda pincelada. Sin embargo, el vigor de la técnica se encuentra atemperado por el ritmo de las curvas voluptuosas que dominan el cielo íntegramente y proporcionan, a la vez, una poderosa acción dinámica al cuadro. El ciprés -un elemento cargado de simbolismo que el artista había comenzado a utilizar en sus últimas representaciones-ocupa el primer plano, es la figura más oscura de la composición, y adopta una morfología flamígera acorde con el fondo. Junto con la torre de la iglesia del pueblo, el árbol determina una relación de repetición de formas que, en su carácter geométrico, aportan el elemento de estabilidad y firmeza que sostiene la composición. El pueblo, cuya serenidad contrasta con la virulencia del cielo, está representado con trazos rectos y breves, con lo cual se acentúa la oposición con las curvas que dominan la parte superior del cuadro. De la misma manera, las pequeñas luces de las casas son, al contrario que los astros, cuadradas y poco brillantes. La luz no se manifiesta sino en las formas de la luna y las estrellas como sólidas irradiaciones. De este modo, Van Gogh deja claro que el tema que supedita la obra está representado en el cielo y no en la tierra. Este predominio ha sido representado por el artista también en la elección y distribución de colores -azul, morado y amarillo, frecuentes en las obras realizadas por el artista durante la temporada estival de 1889-, aplicando los más vivos en el cielo y utilizando tonos sombríos en el poblado. Las características de esta singular pintura influenciaron notablemente a los artistas que más tarde se manifestarían dentro del movimiento expresionista. El óleo se encuentra en el Museum of Modern Art de Nueva York.
David de Miguel Ángel: Escultura realizada en mármol por Miguel Ángel Buonarroti. Data de 1501-1504 y pertenece al estilo del Renacimiento italiano en la época del Cinquecento. Actualmente se encuentra en la Galería de la Academia, Florencia (Italia). Hasta 1947 la escultura estuvo situada en la Plaza de la Señoría de la misma ciudad, donde ahora puede contemplarse una copia.
Análisis Detallado
FORMA: Escultura en bulto redondo. 4,34 metros de altura.
MÉTODO: Obra realizada sobre mármol, mediante cincel. Para su realización Miguel Ángel recibió un bloque de mármol, estrecho y muy alto, que llevaba abandonado muchos años en la catedral de Florencia.
DESCRIPCIÓN GENERAL: El David de Miguel Ángel representa a gran tamaño a este rey bíblico, al estilo clásico: completamente desnudo y como atleta, que porta en su mano izquierda una honda (apoyada sobre su hombro) y, en la derecha, una piedra. Son claramente apreciables los rasgos del rostro, el cabello rizado, la musculatura, la diartrosis y el contrapposto de la figura. Miguel Ángel representa al rey David como atleta, pero no como joven atleta, sino como un hombre en la plenitud de su vida. El artista eligió, como motivo para la obra, el momento previo al enfrentamiento de David con el gigante Goliat (cuya cabeza no aparece derrotada a sus pies, como era usual en otras representaciones). Por ello, el aspecto contenido y expectante que nos muestra la figura, con los rasgos típicos de un luchador que se apresta al combate. Esa expectación se traduce en la mirada, enormemente penetrante, y se expresa también mediante la tensión corporal: la musculatura (e incluso los tendones y las venas) son claramente perceptibles. En definitiva, podemos hablar de un movimiento claramente contenido, que se convierte en pura tensión corporal. Además, para que la tensión no pueda confundirse con un absoluto equilibrio, Miguel Ángel emplea el contrapposto y aumenta los volúmenes de ciertas partes del cuerpo, que vienen a simbolizar la fortaleza (no sólo ni mayormente física) del rey David. Tales rasgos son claramente perceptibles en el tamaño de la cabeza (cuyo canon corresponde a 1/8 del total del cuerpo) y en la potencia y tamaño de la mano derecha, que sujeta la piedra, arma que el rey empleará para derrotar a Goliat. Todo ello conduce al concepto de terribilitá que caracteriza otras obras del autor. Todos estos rasgos convierten a la figura escultórica del rey David en un símbolo de la libertad, y representan a la perfección los ideales renacentistas de belleza masculina. Miguel Ángel concluye la elaboración de esta escultura en 1504, cuando contaba 29 años de edad. Unos años antes había ya realizado la Piedad del Vaticano, en la que los rasgos de la terribilitá no son aún perceptibles. En este sentido, el David precede a la realización de las obras de la tumba del Papa Julio II y, de manera especial, a la escultura de Moisés, en la que tales rasgos son aún más destacados.
El Entierro del Conde Orgaz: El entierro del conde de Orgaz, está en la iglesia de Santo Tomé en Toledo fue encargo del párroco de Santo Tomé, para conmemorar la resolución favorable de un pleito emprendido contra los habitantes de villa Orgaz, que se negaba a pagar a la iglesia la suma anual establecida en testamento por su señor. El autor de este cuadro es El Greco, su fecha es 1586-1588 y su estilo es renacentista. El soporte es el lienzo y la técnica es el óleo. La temática de este cuadro es religioso, la idea es crear dos mundos (terrenal-divino). Respecto al predominio de la línea, predomina la línea curva, se puede ver en el conde haciendo una forma de s o los de detrás en forma de la línea, e incluso los que le sostiene en forma curva también, y en algunos casos es discontinua. El color en el mundo celestial predominan los colores fríos, apagados; se observa también en la virgen con ese azul de la pasión; la pincelada es más pastosa, violenta, en cambio en el mundo terrenal la pincelada es mas suelta, sigue habiendo el negro pero también hay colores cálidos (en San Agustín y San Esteban, en ellos también se observa ese detallismo que a el le cuesta pero aquí intenta hacerlo y se puede observar decoración vegetal, retratos.. refuerzan el color oscuro con la herradura y sobretodo la veladura en el párroco para crear la sensación de la túnica negra que lleva debajo.) Respecto a la luz ambos mundos tienen una luz diáfana (que no preceden de ningún punto concreto) luz artificial usada a criterio del autor; típico del manierismo, es decir, no se han tenido en cuenta las antorchas pintadas como procedencia de la luz del cuadro, ya que La luz recae sobre varias partes: los santos y el señor de Ordaz, las caras de los personajes que ven el entierro, o en la parte superior los personajes más importantes: Cristo, etc. Se crean así zonas más iluminadas y otras más oscuras (claroscuro). Encuanto al espacio y la perspectiva hay una falta de estudio en ellos, es otra característica manierista típica de El Greco, y aumenta la artificiosidad de su pintura. Eimportancia de señalar que recursos ha elegido el autor para generar la sensación de movimiento dentro de la obra cabe destacar la expresión de sentimiento de cristo, de la virgen, del conde muerto…. Destaca la composición romboidal de la escena superior, con Cristo, la Virgen, San Juan y el ángel, en los vértices del rombo. Pero el resto de los personajes aparecen abigarrados, sobre todo en algunas zonas más que en otras. En esta escena superior muchos personajes aparecen en escorzos (el ángel que lleva el alma), retorcidos (serpentinata), dinámicos, influencia de Miguel Ángel, con un canon más alargado que rompe con la proporción clásica y se adentra en el manierismo. Estas formas se convertirán en característica normal en la pintura de El Greco. En la zona inferior la composición es circular, los personajes aparecen más estáticos, bien de frente o de perfil o de espaldas (característica manierista).
Nacimiento de Venus: Técnica pictórica: Temple sobre lienzo. Longitud: 172,5 cm Anchura 278,5 cm
Localización: Galería Uffizi, Ciudad Florencia.
Es un tema tomado directamente de la obra Las metamorfosis de Ovidio.
Según cuenta la leyenda Venus la diosa del amor, y su nacimiento se debe a los genitales del dios Urano, cortados por su hijo Cronos y luego arrojados al mar. La escena que nos presenta Botticelli es en el momento de la llegada de la diosa, donde Venus emerge del mar con una delicada desnudez, en medio de la composición sobre una concha, la cual flota en un mar verdoso, sus largos y dorados cabellos cubran parte de su cuerpo, y con su brazo derecho trata delicada y casi inocentemente de taparse su pechos. Venus esta siendo impulsada por una pareja de dioses, ellos son Céfiro dios del viento y Aura diosa de la brisa, ellos se encuentran fuertemente abrazados, estos personajes simbolizan la unión de la materia y el espíritu. A su alrededor caen rosas, estas flores cuanta la leyenda después se convertirán en seres. A orillas del mar, en la zona terrestre se encuentra una de las diosas de las estaciones, una hora, específicamente La Primavera ya que lleva un traje floreado, esta la espera ofreciéndole una capa con motivos florales para cobijarla, un cinturón de rosas rodea la cintura de la hora y en el cuello luce una elegante guirnalda de mirto, el cual es el símbolo del amor eterno, su traje blanco bordado de acianos representa a la primavera, conocida como la estación del renacer.
ANÁLISIS:
Fue ejecutado por encargo de Pierfrancesco de Médicis para su hija. Muestra a la diosa desnuda sobre una concha que flota sobre las aguas de un mar verdoso; la costa, recortada y boscosa, cierra la composición por la derecha, lado que ocupa una figura femenina, ataviada con una ligera túnica floreada, que corre solícita a arropar a Venus: se trata de una alegoría de la Tierra o de la Primavera. A la izquierda, enlazados en un abrazo, aparecen las representaciones de Céfiro Cloris, cuyo rápido vuelo arranca rosas, flores sagradas de Venus, creadas al tiempo que la diosa del amor, que con su belleza y fragancia son el símbolo del amor, y con sus espinas nos recuerdan el dolor que éste puede acarrear. Puede ser, pues, el tema de Ovidio, que describe en forma literaria la Hora en el momento de abrigar a Venus con un manto, traducido plásticamente a sensaciones ópticas y táctiles, emotivas alusiones de una excepcional intensidad poética. Céfiro es el viento del oeste e hijo de la Aurora; la ninfa Cloris fue raptada por Céfiro del jardín de las Hespérides, y Céfiro se enamoró de su víctima,
que consintió en desposarlo, con lo cual ascendió al rango de diosa y se convirtió en Flora.
El análisis de la geometría de esta obra es particularmente interesante porque nos permite comprobar que la posición de Venus se ha desplazado con respecto a la línea central precisamente lo necesario para trasmitir una sensación de movimiento desde un punto de partida central, tal como lo exigen los céfiros, cuyo aliento empuja la concha hacia la playa. El efecto expresivo radica en la relación dialéctica que existe entre el dinamismo de las figuras secundarias y la inmovilidad de Venus, navegando majestuosamente hacia tierra. El desnudo femenino protagoniza con pleno derecho esta composición; sus contornos están trazados con un dibujo muy delicado, animándolo con un claroscuro de tan leves gradaciones que la carne adquiere irisaciones nacaradas.
Sin embargo, las figuras de Botticelli parecen menos sólidas que las de Pollaiuolo y no están tan correctamente dibujadas como las de éste o las de Masaccio. Los delicados movimientos y las líneas melódicas de su composición recuerdan la tradición gótica de Ghiberti y Fra Angélico. La Venus, no obstante, es tan bella que no nos damos cuenta del tamaño antinatural de su cuello, de la pronunciada caída de sus hombros y de la extraña manera cómo cae el brazo izquierdo.
Botticelli escogió la postura de la llamada Venus Púdica, en la que la diosa cubre su cuerpo con las manos; más parece mármol puro que carne, e imita la postura de una antigua estatua romana. Los largos y esbeltos juncos de la zona inferior izquierda remedan la pose y el dorado cabellos de la diosa. Un ceñidor de rosas rodea la cintura de la Hora; sobre los hombros luce una elegante guirnalda de mirto, símbolo del amor eterno, y con su airosa túnica blanca, bordada de acianos, representa la primavera, la estación del renacer.
Es una composición que manifiesta la transformación de las divinidades del Olimpo en elemento de representación simbólica de unos valores creados por Dios. La belleza adquiere así su condición de don divino, de manera que el asunto mitológico se convierte en expresión de la moral platónica.
No es, pues, una exaltación pagana de la belleza femenina; entre sus significados implícitos se encuentra también el de la correspondencia entre el mito del nacimiento de Venus desde el agua del mar y la idea cristiana del nacimiento del alma desde el agua del bautismo. La belleza que el pintor quiere exaltar es, antes que nada, una belleza espiritual y no física; la desnudez de Venus significa simplicidad, pureza, falta de adornos.
Lección de anatomía del Dr. Tulp: Se trata de una obra del pintor holandés Rembrandt. El cuadro que contemplamos constituyó una obra de especial importancia para su autor porque resultó un éxito rotundo, lo que le consagró como el pintor más importante del momento. Se trata de un encargo hecho al artista por el gremio de cirujanos de la ciudad de Amsterdam para homenajear al primer anatomista de la ciudad Nicolaes Tulp, tomando como temática la de una famosa lección que impartiera este cirujano sobre el cadáver de un ajusticiado. Se trata en primer lugar de un retrato de grupo o retrato colectivo, muy frecuente en los Países Bajos, y de los que Rembrandt realizó varios. En este caso dispone a los retratados, ninguno de los cuales era cirujano, en una estructura piramidal, pero agrupados estrechamente en torno al maestro cirujano, consiguiendo de esta forma un gran efecto de unidad entre todos ellos. Por lo demás la obra de Rembrandt destaca por una serie de características, algunas de las cuales coinciden con las mismas que hemos visto en Caravaggio, no sólo porque se trata de una pintura del mismo estilo barroco, sino porque la influencia de Caravaggio alcanzó a todos los grandes pintores de este periodo. Un primer aspecto a destacar es la nitidez y la claridad, el realismo en suma, que consigue Rembrandt en la reproducción de todos los detalles, incluso de los más pequeños. En este sentido es de destacar, por su morbosidad, la precisión en la imagen de la mano diseccionada en la que se centra la lección del doctor. En segundo lugar, también aquí la luz es protagonista. Y de nuevo una luz tenebrista, que crea contrastes violentos de luz y sombra. En este caso, parece que los rostros de los protagonistas se iluminen en medio de la penumbra del fondo y del negro de sus propias vestimentas, lo que acentúa sin duda la expresividad de todos los rostros. Este es otro de los elementos en los que Rembrandt mejor muestra su magisterio: la expresividad que inculcaba a sus rostros. En esta ocasión podemos observar cómo cada uno de ellos no sólo respeta la fisonomía peculiar de cada uno, sino que además cada cual mantiene una expresión y una posición distintas. Todos mostrando su curiosidad y una actitud reflexiva y atenta, transmitiendo en conjunto una atmósfera de serenidad, calma y orden. No falta tampoco en esta obra una línea diagonal que fija nuestra atención en la escena, como hemos visto también en otras obras de esta misma Sala. En esta ocasión dirigida desde las miradas de los tres espectadores que atienden los manejos del doctor Tulp hasta las tijeras que manipulan sus manos, que como dos luminarias parecen flotar en medio de la oscuridad que las envuelve, lo que determina que nuestra mirada se fije en este punto del cuadro irremediablemente. Su contraste con la luminosidad del cadáver acentúan aún más su expresividad.