Exploración del Pensamiento de Nietzsche: Del Nihilismo al Superhombre

Nietzsche: El Nihilismo y la Búsqueda del Superhombre

La expresión de “Dios ha muerto” significa mucho más que la afirmación de algún tipo de ateísmo; es la gran metáfora que expresa la muerte de las verdades absolutas y de las ideas inmutables, la muerte de los ideales que guiaban la vida humana. El **nihilismo** acontece tras la muerte de Dios. Con este término, del latín “nihil” (nada), se hace referencia a la época en la que los valores han dejado de valer, es decir, aquello en lo que el ser humano ha puesto su confianza se derrumba. El ser humano está solo, sin nada trascendente. Nos encontramos ante una etapa de vacío y desorientación.

El nihilismo presenta dos caras. Una cara negativa, en la medida en que al perder los valores en los que habíamos creído ya no sabemos qué hacer, estamos perdidos y desorientados. Y una segunda cara positiva, porque es precisamente ahora, al manifestarse la falta de valor de aquello en lo que creíamos, cuando es posible adoptar una posición creadora, innovadora, aunque para ello hemos de reconocer la **voluntad de poder**, la autoafirmación de la voluntad que rechaza la moral de los esclavos y prepara la llegada del **superhombre**. La vida es una lucha constante entre fuerzas antagónicas que solo se pueden interpretar desde la voluntad de poder, la voluntad de superación constante, de vivir más. Donde hay vida, hay voluntad de poder, voluntad de querer incluso lo aparente y afirmar una vida que se despliega en múltiples direcciones. En el vacío dejado por la muerte de Dios y la decadencia de los valores, la voluntad de poder aparece como voluntad creadora de valores. En este sentido la voluntad de poder es hermenéutica, desde ella se reinterpreta el tema de la verdad. Ya no tiene sentido plantearse si un juicio de valor es verdadero o no, hay que preguntarse si favorece la vida, si la conserva y la aumenta. Como no existen un bien y un mal imperecederos, “quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad, ese tiene que ser antes un aniquilador”. Para poder realizar la transmutación de los valores hay que superar al hombre y llegar al superhombre. Nietzsche expone en su famoso libro Así habló Zaratustra las tres transformaciones del espíritu necesarias para alcanzar esta superación. Así, el superhombre, que nace cuando se ha superado el hombre-camello (que busca seguridad en la tradición y simboliza la moral de los esclavos) y el hombre-león (que quiere conquistar su libertad y se siente dueño de su destino, es aquel que reconoce el nihilismo), encuentra su mejor imagen en el niño, y su forma de vida en el juego y el riesgo. El superhombre es aquel que, tras pasar por el nihilismo, es capaz de asumir la vida tal y como es, encarando sus componentes de tragedia y sufrimiento. Es el hombre que se atreve a asumir el riesgo, que dice sí a la vida y afirma el sentido de su existencia en la tierra. Es un ser superior porque es capaz de guiarse por sí mismo y no aceptar normas impuestas, se rige por la moral de los señores. Crea sus propias normas, y está así más allá del bien y del mal, sobre todo porque estos conceptos han perdido su sentido y su valor; está obligado a crear valores y para ello ha de asumir la voluntad de poder, la fuerza, la energía. Solo será posible desde la ingenuidad y la inocencia.

El superhombre es capaz de vivir el tiempo también de manera diferente a como lo ha entendido y vivido la tradición occidental. El tiempo para él no tiene un sentido lineal, sino que es un continuo volver y retornar. El tiempo del superhombre es del **eterno retorno**, un tiempo en el que cada momento tiene un valor infinito. El eterno retorno es la infinita repetición de todo aquello existente. Este concepto ha sido interpretado de maneras diferentes. Se vincula con la visión cíclica del tiempo propia de algunos pensadores griegos y que fue sustituida por la visión lineal del tiempo (con un inicio y un final) judeo-cristiana. El mundo, eternamente, se ve dominado por la voluntad de aceptarse y de repetirse. El eterno retorno solo puede ser deseado por personas felices que tengan apego a la tierra y vivan cada instante en toda su plenitud. El concepto del “**amor fati**” (amor al destino) unifica las ideas del superhombre, la voluntad de poder y el eterno retorno. El amor al destino de Nietzsche consiste en amar lo que es necesario; es la aceptación, por parte de la voluntad, del destino enigmático del mundo.

Análisis de Fragmento de El crepúsculo de los ídolos

Resumen

Este fragmento comienza en “¿Me pregunta usted…” y termina en “…si fuera real”. Pertenece a El crepúsculo de los ídolos, de Nietzsche. En este fragmento Nietzsche resume la crítica a la metafísica tradicional en cuatro tesis. Así, en la primera tesis afirma que el llamado mundo aparente es el verdaderamente real. En la segunda tesis expone que lo que la filosofía había llamado “mundo real” no existe en ninguna parte, su origen está en una hipótesis: es la conversión en realidad del mundo del lenguaje y de la razón, que es opuesto al mundo sensible. En la tercera dice que hablar de otro mundo, de otra vida, solo revela un sentimiento de venganza, de odio contra la vida. En la cuarta tesis explica que la distinción entre mundo aparente y real es un síntoma de decadencia y pesimismo. Pero aclara que el artista trágico no es pesimista, ya que dice “sí” incluso a todo lo problemático y terrible de la vida, es dionisíaco.

Nociones: “El arte trágico y lo dionisíaco”

En El nacimiento de la tragedia Nietzsche expone cómo en el mundo griego convivían el espíritu apolíneo y el dionisíaco en una lucha constante que originaba un equilibrio. Ambos se reflejan en el arte: el espíritu apolíneo se plasma en la arquitectura y la escultura, en la belleza de las formas estáticas; lo dionisíaco se expresa en la tragedia y, sobre todo, en la música.

En la naturaleza y en la vida ambos espíritus convivían en un equilibrio del que el hombre extraía fuerzas para afrontar el componente trágico y el sufrimiento que produce la existencia. Ese sufrimiento era la existencia misma, la forma de vida propia del hombre trágico.

Era preciso aceptarlo todo: la vida comunitaria y la vida separada de los individuos. A la primera dimensión, que inclinaba a los individuos a dejarse llevar por la vida común y, por tanto, a perder su individualidad, Nietzsche la llamó el instinto dionisíaco. Por ella se entraba en contacto con la anónima voluntad de vivir. A la dimensión que aceptaba la vida individual como una ilusión bella y excitante la llamó el instinto apolíneo. No se podía vivir sin asumir estas dos fuerzas a la vez. Por una, el hombre se reconciliaba con la muerte. Por otra, se dejaba engañar por la belleza de la vida. No se trataba de afirmar la voluntad de vivir y negar el principio de individuación. Era preciso afirmar la existencia entera, sin elegir, tal y como se manifestaba. A esta afirmación completa Nietzsche la llamó “dionisíaca”. Se aceptaba el ciclo completo por el cual los individuos iban a la muerte y regresaban a la vida.