Miguel Hernández: Evolución Poética entre Tradición y Vanguardia

La Fusión en la Generación del 27: Tradición y Vanguardia

La poesía del Grupo del 27 marcó el inicio de la poesía contemporánea española e implicó la posibilidad de fusión entre Tradición y Vanguardia. En sus comienzos, fusionaron las Vanguardias y la poesía pura con los ecos de Bécquer. Sin embargo, las convulsiones histórico-sociales llevarían a una rehumanización del arte que, en el terreno de la Vanguardia, tendría su base en el Surrealismo.

La irrupción de la poesía surrealista implicó un giro en la concepción del quehacer poético, que comenzó por rechazar el concepto de “poesía pura”. Con la entrada de la década de 1930, que en España vivió la llegada de la Segunda República y la Guerra Civil, comenzaría lo que Neruda llama la “poesía impura”, manchada de sudor, lágrimas y humanidad. Con la amenaza y la llegada de la Guerra Civil, muchos de los poetas del 27 convirtieron su “poesía impura” en “poesía comprometida”, un compromiso que llevó a muchos al exilio.

Miguel Hernández: Síntesis de la Evolución del Grupo del 27

Miguel Hernández, aunque pertenece cronológicamente a la Generación del 36, sintetiza en su corta carrera literaria la modulación de los poetas del 27. Comenzó con los clásicos de nuestro Siglo de Oro. De adolescente, conoció a los poetas del 27: Jorge Guillén fue, tal vez, uno de los caminos que llevó a Hernández a Góngora. De este conocimiento del poeta culterano vino la composición de octavas reales (la estrofa de la Fábula de Polifemo y Galatea).

Almarcha, que luego sería obispo de León, ayudó a Hernández a publicar su primer poemario, Perito en lunas, una colección de octavas reales que fusionan gongorismo, simbolismo y ultraísmo. Hernández siempre le rendiría admiración a Lorca, quien, por el contrario, lo ignoraría. Quienes no lo ignoraron y fueron sus padrinos en el camino de la madurez poética serían Pablo Neruda y Vicente Aleixandre.

Se adentró en el camino de la “poesía impura”, el surrealismo y la “rehumanización del arte”, siempre fusionado con la tradición de nuestro Siglo de Oro. Con El rayo que no cesa, Miguel Hernández aceleró su proceso de maduración. Con la llegada de la guerra y su compromiso político, Miguel Hernández se adentró en la poesía comprometida con Viento del pueblo y, más tarde (y más pesimista), El hombre acecha. Ya en la cárcel, encontramos al Miguel Hernández más original y maduro: poesía popular y poesía íntima, humanísima y depurada sería la del Cancionero y Romancero de ausencias.

Clasicismo y Vanguardia en la Poesía de Miguel Hernández

La poesía española de principios del siglo XX aparece dominada por la corriente simbolista, con Juan Ramón Jiménez como figura máxima. El Madrid de los años 30 es un enmarañado laberinto de corrientes poéticas y movimientos de vanguardia. Las grandes figuras: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Miguel de Unamuno. Además, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Cernuda, Aleixandre, Rafael Alberti, poetas de la Generación del 27, proclaman una poesía “deshumanizada”, de minorías selectas, antisentimental; rehúyen la proyección de lo personal y evitan todo elemento anecdótico, narrativo y dramático (excepto Lorca).

Se sigue una estética de origen simbolista y se dedican al cultivo intenso de la metáfora; estudian y revalorizan la figura de Góngora. Miguel Hernández, joven autodidacta, evidencia en su obra las lecturas clásicas del Siglo de Oro. Toma de ellos sus recursos estilísticos, moldes métricos y temas. En 1935, M.H. había logrado un dominio bastante perfecto de las formas líricas, gracias al magisterio de los autores del Siglo de Oro. Se acercaban a su fin los años de más perfecto barroquismo neogongoriano, la etapa de Perito en lunas; presentía la existencia de otra poesía.

M.H. se había iniciado con la poesía religiosa del Barroco, y sobre todo los Autos sacramentales, con su conceptismo y su gusto por la metáfora. Títulos como Tríptico a María Santísima, Mar y Dios.

Crisis Religiosa

Entre 1934 y 1935, reside en Madrid, donde comienza una honda crisis. En especial Pablo Neruda, de ideología comunista y anticlerical, fue un factor importante en el proceso de cambio ideológico de M.H. Sijé intenta neutralizar la influencia de Neruda: “Miguel, acuérdate de tu nombre”, pero Neruda reintegra sus burlas anticlericales. M.H. va siendo absorbido por la mentalidad anticristiana, y una concepción marxista de los problemas sociales y políticos reemplaza y apaga su religiosidad.

En el poema “Sonreídme”, el anticlericalismo se hace evidente, pero M.H. no llegó a ser militante del ateísmo; él confesó: “Nos pudo separar la política, pero la religión no”. En los últimos días de su vida, M.H. vuelve a sus orígenes cristianos, reconciliándose con la Iglesia y con Dios, quedando escrito en las paredes de la cárcel estos versos: “Adiós hermanos, camaradas, amigos, despedidme del sol y de los trigos”.