Apolo y Dafne
Apolo, el dios del sol y de la música, era un hábil cazador. Una vez, orgulloso tras matar a la temible serpiente Pitón, se burló de Eros por usar arco y flechas siendo tan joven. Eros, irritado, se vengó. Disparó una flecha de oro a Apolo, causando que se enamorara perdidamente de la ninfa Dafne. A ella, le lanzó una flecha de plomo, generando odio hacia el amor, especialmente el de Apolo.
Apolo persiguió incansablemente a Dafne, mientras ella huía. Agotada, Dafne pidió ayuda a su padre, el dios río Peneo. Su súplica fue escuchada: sus cabellos se transformaron en hojas, sus brazos en ramas y sus pies en raíces. Apolo, aunque no pudo tenerla como esposa, prometió amarla eternamente como su árbol, el laurel, y que sus ramas coronarían las cabezas de los líderes.
Narciso y Eco
Un día, mientras Narciso cazaba ciervos, la ninfa Eco lo siguió sigilosamente. Anhelaba hablarle, pero la maldición de Hera le impedía hacerlo; solo podía repetir las últimas palabras de otros. Finalmente, Eco se reveló e intentó abrazar a Narciso, pero él la rechazó cruelmente. Eco, desconsolada, pasó el resto de su vida en soledad.
Narciso, sediento, se acercó a un arroyo. Al ver su reflejo, quedó fascinado por su propia belleza. Incapaz de apartar la mirada y temeroso de dañar su imagen, murió contemplándose. La flor del narciso creció en el lugar de su muerte.
Píramo y Tisbe
Píramo y Tisbe, dos jóvenes babilonios, vivían en casas vecinas y se amaban a pesar de la prohibición de sus padres. Se comunicaban a través de miradas y gestos, hasta que descubrieron una grieta en el muro que separaba sus hogares. Por allí se hablaron, se enamoraron y planearon escapar.
Acordaron encontrarse junto al monumento de Nino. Tisbe llegó primero, pero una leona, que regresaba de cazar, la asustó. Tisbe huyó, perdiendo su velo. La leona jugó con el velo, manchándolo de sangre. Píramo, al llegar, vio las huellas, el velo ensangrentado y creyó que Tisbe había muerto. Desesperado, se clavó su puñal.
Tisbe, temerosa, regresó y encontró a Píramo agonizante. Lo abrazó y, tomando el mismo puñal, se quitó la vida.
Aracne y Atenea
Aracne era famosa por su excepcional habilidad para tejer. Los elogios la volvieron arrogante, afirmando que su talento superaba al de Atenea, diosa de la sabiduría y la guerra. Atenea, ofendida, le dio una oportunidad para retractarse. Tomando la forma de una anciana, advirtió a Aracne que no desafiara a los dioses.
Aracne se burló y propuso un concurso de tejido. Atenea aceptó y se reveló. Atenea tejió la escena de su victoria sobre Poseidón. El tapiz de Aracne representó veintidós infidelidades de los dioses. Aunque la obra de Aracne era impecable, Atenea, furiosa por la insolencia, destruyó el tapiz y golpeó a Aracne. Aracne, humillada y llena de culpa, se ahorcó, y Atenea, en un acto de piedad, la transformó en araña.
Filemón y Baucis
Filemón, un anciano campesino, vivía con su esposa Baucis en Tiana. Un día, Zeus y Hermes, disfrazados de mendigos, llegaron a la ciudad durante una tormenta. Pidieron refugio, pero solo Filemón y Baucis los acogieron en su humilde cabaña.
Baucis notó que, a pesar de servir vino repetidamente, la jarra permanecía llena. Comprendió que sus huéspedes eran dioses. Zeus reveló su identidad y anunció que destruiría la ciudad por su falta de hospitalidad. Les ordenó subir a la montaña sin mirar atrás.
Desde la cima, vieron su ciudad inundada, pero su cabaña se había transformado en un templo. Zeus les concedió un deseo. Pidieron ser sacerdotes del templo y morir juntos. Así, al final de sus días, se convirtieron en árboles entrelazados: un tilo y un roble.
El Rey Midas
Midas, rey de Frigia, era conocido por su riqueza y amor por el oro. Vivía en un lujoso castillo con su hija Zoe. Creía que el oro le proporcionaba la mayor felicidad. Un día, Dionisio, dios del vino, pasó por sus tierras. Uno de sus acompañantes, Sileno, se quedó atrás y se durmió en los jardines de rosas de Midas.
Midas lo reconoció, lo invitó a su palacio y luego lo llevó con Dionisio. Agradecido, Dionisio le concedió un deseo. Midas pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro. Al principio, Midas se deleitó con su nuevo poder, pero pronto se dio cuenta de su error. La comida, el agua e incluso su hija se transformaron en oro.
Desesperado, Midas suplicó a Dionisio que revirtiera el don. Dionisio le indicó que se lavara en el río Pactolo. Midas obedeció, el río se llevó su don y todo volvió a la normalidad. Midas, arrepentido, regaló sus riquezas y se fue a vivir al bosque con su hija, aprendiendo a valorar las cosas simples de la vida.