El Sistema Educativo como Subsistema Social: Evolución y Funciones

La Explosión Escolar en Occidente

La institución escolar está intrínsecamente vinculada a la sociedad de la que forma parte. Inicialmente, la formación, la paideía, era un interés de unos pocos que estudiaban por verdadera afición. Hasta hace poco, la enseñanza secundaria afectaba a una minoría inferior al 10% de la población. Sin embargo, hoy la educación es obligatoria durante diez años, que pronto serán doce, como en Estados Unidos y otros países. Esto representa un cambio radical. La universidad también ha dejado de ser un lugar exclusivo para las élites.

España se retrasó más de medio siglo en el proceso de escolarización. En el Pirineo, la escuela se extendió mucho antes y el crecimiento no fue tan repentino como en España. Sin embargo, también se ha considerado que hubo, y hay, una explosión escolar. Las familias de clases trabajadoras buscan elevar su estatus a través de los estudios de sus hijos. Además, algunas naciones con una política prospectiva elemental, consideraron que la enseñanza podía contribuir al desarrollo. Estados Unidos es un buen ejemplo de escolarización temprana. Se trata de una explosión escolar sin precedentes. Y esa explosión (europea, universal) ha sido más espectacular en España porque partíamos de niveles que no estaban a la altura de nuestro tiempo.

Para el ex secretario general de las Universidades, la universidad equivale hoy, en la sociedad del conocimiento, al bachillerato de hace medio siglo en una sociedad industrial; como el bachillerato equivalía entonces a la enseñanza primaria de la sociedad agraria. Hasta 1950, alrededor de la mitad de la población española dependía de la agricultura. No es casualidad que una asignatura del plan de Magisterio de 1950 fuera Agricultura e Industrias Rurales.

La Escuela como Institución Social

La socialización y las relaciones sociales que resultan de esta extensión escolar, y ahora universitaria, son diferentes. Parsons analizó la trascendencia de estos cambios. La amplitud y la duración de la escuela conllevan una reducción de la acción social y conformadora de la familia. Al constatar la importancia del grupo de iguales, Parsons concluye: “Desde esta perspectiva, la función de socialización de la clase reviste una importancia particular. Las funciones de socialización de la familia son bastante residuales en nuestros días, aunque no haya que subestimar su importancia en ningún caso”.

No debemos subestimar las funciones socializadoras de la familia, pero tampoco sobreestimarlas. Los diez o doce años escolares son suficientes para desplazar el centro de gravedad de la socialización en la infancia y la adolescencia. Si antes la socialización gravitaba sobre la familia, hoy el niño se convierte en escolar durante casi doscientos días al año, diez o doce años seguidos. Por consiguiente, la escuela es el ámbito donde el niño se vincula a la sociedad en que vive, donde aprende formalmente a incorporarse a la comunidad.

El sociólogo americano Parsons establece que “en la escuela el niño aprende a ajustarse a un sistema específico-universalista-adquisitivo, en una proporción mucho mayor que en el seno de su familia”. Si en la familia predominan las pautas de afectividad, auto-orientación, particularismo, adscripción y difusividad, la escuela se erige en bastión de sus contrarios: neutralidad afectiva, orientación colectiva, universalismo, adquisición y especificidad. Esas son las funciones que desempeñaba la public school. Tales escuelas se organizaron para desvincular a los niños de su entorno familiar, para que adquirieran en la escuela pública las pautas societarias y universalistas.

En España, la escuela trasladó en buena medida la vida de las familias, que pagaban hasta hace poco las llamadas permanencias a los maestros. No es casualidad, pues, que las sociedades hispanoamericanas hayan sido vistas como ejemplos que siguen la pauta adscriptiva-particularista. Este es un camino que la escuela española no ha terminado de recorrer; supongo que ese momento llegará cuando todos los abuelos puedan hablar a sus nietos de sus propios años escolares.

En el curso de los dos últimos siglos, la escuela se ha institucionalizado como lugar donde se aprenden las relaciones sociales. Mariano Fernández Enguita lo describe así: “Pero si la familia no proporciona un aprendizaje adecuado de las relaciones sociales de producción capitalistas, y si de lo que se trata no es simplemente de imponerlas, sino de asegurar que funcionen por sí solas, sin demasiados conflictos, entonces debe haber alguna otra institución que facilite este aprendizaje antes de la incorporación del individuo a la vida activa. La institución que se interpone entre la familia y el trabajo es la escuela, luego ahí es donde debemos buscar ese aprendizaje”.

¿Dónde, si no en la escuela, se iban a producir el aprendizaje y los que podríamos seguir llamando ritos de paso? Para Gilberto Freyre, estamos en el comienzo de una revolución biosocial en las relaciones entre los diversos grupos de edad. Tales grupos “constituyen unas como patrias en el tiempo, semejantes a las que separan a los hombres en el espacio”. En una época de cambio tan rápido, ¿no se delimitan con claridad los años receptivos? ¿No ven claramente las maestras de párvulos que estos son diferentes cada año que pasa? Ya dijo Ortega que si el movimiento es fácil de observar, es difícil de pensar.

La Educación como Agente de Cambio Social

La escuela es un lugar que favorece la socialización secundaria. La educación que se adquiere en las aulas (y también la que se produce en los pasillos, en los tiempos de recreo…) es de tan extraordinario valor que no se puede prescindir de ella; y vale para el pobre y para el rico. La escuela es una institución de clases medias, justo en la medida en que las sociedades occidentales se van convirtiendo en sociedades de clases medias. La escuela tira de arriba y de abajo, para bien o para mal, hacia una dialéctica mediocritas que puede tener un sentido meliorativo (que mejora).

Aunque en más de una ocasión he lamentado la sobrecarga que solemos echar sobre los hombros de los escolares en España, pienso que debe desestimarse la radical opinión de Illich cuando defiende una sociedad sin escuela. La escuela debe reducir su campo de acción, sobre todo en sus primeros años. Quizá en España la escuela esté sobrestimada por quienes no pudieron asistir a ella y la consideran una panacea de salvación. Quizá el mayor desequilibrio se encuentre en la sobredosis que los más pequeños se ven obligados a asimilar.

En el siglo XVII, la escuela sirvió al Estado, escribe Joël en una obra monumental; pero en el siglo XVIII, el Estado sirvió más bien a la escuela porque él sirve al hombre. El mismo autor matiza que el siglo XVIII se ganó el nombre de pedagógico, y el XIX fue el de la escolarización. Tras las meditaciones de Comenio, Locke y Rousseau, después de la Revolución y de la industria, la escolarización se pone en marcha y la escuela se instituye como un subsistema ineludible en las sociedades occidentales.