San Agustín: Política, Ética y la Búsqueda de la Felicidad en Dios

San Agustín: Política y Teología de la Historia

San Agustín es el primer filósofo que analizó el sentido de la historia universal y pretendió ir más allá de los hechos para encontrarles un sentido. Su filosofía de la historia es, en realidad, teología de la historia por ser cristiano. Las circunstancias que movieron sus reflexiones fueron:

  1. El cristianismo concibe la historia como el escenario donde Dios se manifiesta al ser humano y donde tiene lugar la salvación. San Agustín fue el primero en considerar la historia como un todo dotado de un sentido unitario profundo.
  2. Reflexiones motivadas por la caída del Imperio Romano, que se consideraba definitivo y eterno.

Adopta una perspectiva moral: el objetivo del ser humano es la felicidad, que se encuentra en el amor de Dios. Este tiene la posibilidad de vivir persiguiendo bienes mutables. Según San Agustín, hay dos clases de personas, y “el amor funda sociedades”:

  1. Ciudad Terrenal: “Se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios”.
  2. Ciudad de Dios: “Aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos”.

El mundo es un drama entre dos fuerzas en conflicto: la luz y las tinieblas, la ciudad celeste y la ciudad terrestre. La historia de la humanidad tiene una concepción lineal que comienza con la creación y acaba con el triunfo final de la Ciudad de Dios sobre la ciudad de los hombres y la salvación eterna.

El planteamiento de San Agustín se sitúa en un plano escatológico (estudio sobre el futuro y destino), ya que interpreta lo que ha de venir al final, que es la segunda venida de Cristo y el juicio. San Agustín posee esperanza fundada en la fe de que el bien vencerá al mal.

Buscó la sumisión del derecho civil a las leyes de la Iglesia y pretende que la Iglesia conforme moralmente el Estado, que tiene la religión católica como oficial y es un instrumento esencial en los planos divinos. Para San Agustín, todos los Estados son terrenales, incluso cuando los rigen emperadores cristianos que se encargan de organizar la convivencia de forma pacífica y tratar de que todos tengan acceso a bienes temporales. Si la autoridad solo corresponde a Dios, Dios quiere que los hombres ejerzan el poder como servicio y como responsabilidad.

Ética Agustiniana: La Ley Eterna y el Amor como Fundamento Moral

Las verdades eternas en la mente de Dios son los fundamentos del conocer, del ser y de la moralidad. Agustín designa la ley moral como ley eterna, como el principio último y más general de las normas morales. La ley eterna es la voluntad de Dios que manda conservar el orden natural y prohíbe perturbarlo; está grabada en nosotros. Abarca todo el orden del ser: el ser del mundo corpóreo, el ser ideal de la validez lógica y el ser de las prescripciones morales. Atendiendo a su contenido, coincide con la esencia de Dios, más exactamente con la divina sabiduría (ratio o Razón). Puede decir también Agustín que Dios es el último principio del bien moral. Todo lo bueno es bueno por Él, todo lo verdadero es verdadero por Él y todo lo que es en realidad tiene su ser sólo por Él.

La ley eterna sólo implica un orden de determinación causal física en la naturaleza irracional. En el reino del ser espiritual, se traduce en una prescripción de deber ideal que presupone la libertad. Agustín ya tiene detrás de sí a Plotino y, para este, el hombre es alma que se orienta a lo inteligible-Uno (Dios); y no sólo lo piensa, también lo quiere. Es su motivo existencial. Lo ético es para él voluntad o AMOR. La voluntad es todo el hombre. Ve Agustín el alma de la moral en el amor y la voluntad. Es Agustín el santo de corazón inflamado. El corazón tiene su ley. En la voluntad del hombre están inscritas las leyes del bien (ley moral-ley eterna). El corazón gravita hacia el amor. Pero todo está en el recto amar y en el recto querer.

El Amor a Dios como Camino a la Felicidad

“Ama, pero fíjate bien qué es lo que merece amarse”. Dios es el primer amor del que todo otro amor vive. Hay un trasfondo platónico: el eros/amor estimula al hombre y no le deja tener paz hasta que, desprendido del cuerpo, retorna a lo bueno en sí y en ello ya descansa feliz, amor agustiniano. En Agustín, la caritas (caridad/amor) constituye el paralelo de la sabiduría (sapientia). Son dos caminos hacia el mismo fin, lo bueno en sí. Esto se nos manifiesta por una vía racional y una vía emocional. Si el amor es el alma de la vida, se revela cuál ha de ser su fin: la felicidad. Tiene ante sus ojos toda la doctrina eudemonista de los antiguos, pero perfila una línea nueva guiada por su concepción de la moralidad como voluntad y amor. La meta de la felicidad es la plenitud del amor en la adecuación de la voluntad con su fin. Ser feliz es el objetivo final de todo ser humano; y para serlo tiene que volverse hacia el Soberano Bien. Se impone la necesidad de ser libre.

El Pecado Original y la Necesidad de la Gracia Divina

En vez de obrar así, el hombre se ha vuelto de espaldas a Dios para gozar de sí y hasta de las cosas que le son inferiores. En eso consiste el pecado. Como transgresión de la ley divina, el pecado original ha tenido por consecuencia la rebelión del cuerpo contra el alma, de donde provienen la concupiscencia y la ignorancia. Orientada desde ese momento hacia la materia, se contenta con lo sensible. Es esto lo que constituye la tumba del alma, y es el mal del que tiene que liberarse. En este estado, el alma no puede salvarse por sus propias fuerzas. El hombre ha podido caer por su libre albedrío; pero esto no le basta para levantarse.

El momento decisivo de Agustín fue aquel en que descubrió el pecado, su incapacidad para levantarse sin la gracia de la Redención. La gracia es un socorro que Dios pone a disposición del libre albedrío del hombre. Para hacer el bien se requieren dos condiciones: un don de Dios, que es la gracia, y el libre albedrío. El efecto de la gracia no es suprimir la voluntad, sino convertirla de mala en buena. Poder obrar el mal es inseparable del libre albedrío, pero poder no hacerlo es una señal de libertad; y hallarse confirmado en gracia hasta el punto de no poder ya realizar el mal es el grado supremo de la libertad. Por tanto, el hombre a quien domina por completo la gracia de Cristo es también el más libre.

La Conversión a Dios: Razón y Caridad

La caída fue un movimiento de egoísmo; el retorno a Dios constituye un movimiento de caridad, que es el amor de lo único que merece ser amado. Expresada en términos de conocimiento, esta conversión a Dios consiste en el esfuerzo de una razón que pugna por volver a lo inteligible, es decir, de la ciencia hacia la sabiduría. Se llama “razón inferior” a esa razón que se entrega al estudio de las cosas sensibles, reflejos cambiantes de las Ideas; se denomina “razón superior” a esa misma razón en su afán de despegarse de lo individual y sensible y elevarse progresivamente a la contemplación intelectual de las Ideas. Platón y Plotino sabían que ése es el objeto que hay que alcanzar.

Conversión en el Conocimiento

Mientras la concupiscencia arrastra a la voluntad hacia los cuerpos, la caridad la fuerza a gravitar hacia Dios para adherirse a Él, gozarse en Él y encontrar en Él su felicidad. Aquí es donde el cristiano se muestra auténticamente filósofo. La única razón de filosofar es ser feliz; y sólo el cristiano es feliz, porque es el único que posee el verdadero Bien, fuente de toda felicidad.

Conversión en el Ámbito Moral