Exploración del Pensamiento Cartesiano: Razón, Método y Duda

El Conocimiento: Razón y Método

La unidad del saber y de la razón: Descartes tiene claro que aunque hay muchas ciencias, y muchos saberes, en último término son fruto de un saber único. Esta concepción unitaria del saber proviene, en último término, de una concepción unitaria de la razón. La sabiduría es única porque la razón es única: la razón que distingue lo verdadero de lo falso, es la misma y única razón. Sólo hay una razón.

La Estructura de la Razón y el Método

Puesto que la razón es única, interesa saber cuál es su estructura y su funcionamiento propios, para aplicarla correctamente y de este modo alcanzar conocimientos verdaderos. La cuestión es, ¿cómo conocemos? Dos son, a juicio de Descartes, los modos de conocimiento: la intuición y la deducción. La intuición es una especie de «luz natural», de «instinto natural» que tiene por objeto las naturalezas o elementos simples: por medio de ella captamos inmediatamente conceptos simples emanados de la razón misma, sin que quede posibilidad alguna de duda o error. La intuición es definida por Descartes como «Un concepto de la mente pura y atenta, tan fácil y distinto que no queda duda ninguna sobre lo que pensamos; es decir, un concepto no dudoso de la mente pura y atenta que nace de la sola luz de la razón, y es más cierto que la deducción misma.» (Regla III)

Todo el conocimiento intelectual se construye a partir de la intuición de naturalezas o elementos simples. Y entre unas naturalezas simples y otras, entre unas intuiciones y otras, aparecen conexiones que la inteligencia descubre y recorre por medio de la deducción. La deducción, por más que se prolongue en largas cadenas de razonamientos, es, en último término, una intuición sucesiva de las naturalezas simples y de las conexiones entre ellas.

Así, puesto que la intuición y la deducción constituyen el dinamismo interno, la dinámica propia del conocimiento, si queremos tener conocimientos, debemos actuar conforme a esta dinámica. Así lo entendió Descartes cuando propuso su método. El método es, así, el camino, el modo, para llegar a los conocimientos válidos y verdaderos. Con esta finalidad, Descartes propuso las cuatro reglas del método.

Las Cuatro Reglas del Método

La primera es una norma o regla previa a todo conocimiento. Es la regla de la evidencia. Descartes nos dice que sólo podemos considerar como verdadero aquello que sabemos con evidencia que lo es. Sólo se aceptará como verdadero lo que sabemos con seguridad que es verdadero, aquello de lo que no podemos dudar, aquello que es tan claro que es verdad que no es posible la duda. Como veremos después, esta primera regla es su conocido criterio de verdad.

La segunda regla es la regla del análisis: dividir cualquier problema o cuestión en tantos elementos como sea posible hasta llegar a los elementos simples, a las naturalezas simples. «Dividir cada una de las dificultades en tantas partes como sea posible y necesario para resolverlas mejor.» La razón de esta regla es obvia. Para que pueda actuar la intuición, antes hemos de llevar a cabo el análisis y hacer que aparezcan las naturalezas simples.

La tercera es la regla de la síntesis: es como un proceso de construcción, un proceso de síntesis, de reconstrucción deductiva de lo complejo a partir de lo simple. Es poner orden en el proceso de recomposición de lo que previamente se ha dividido en el análisis. «Conducir por orden mis pensamientos comenzando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para subir poco a poco, por pasos, hasta el conocimiento de los más complejos.» Se está refiriendo a la deducción, que ya conocemos.

La cuarta es la regla de la revisión. Es una regla previsora, en vistas de no olvidar nada, y evitar así cualquier error. Consiste esta regla en realizar recuentos y revisiones para tener la certeza de no haber omitido nada y de no haber cometido ningún error.

Esta forma de proceder no es arbitraria: es el único método que responde a la dinámica interna de una razón única. Hasta ahora, piensa Descartes, la razón ha sido utilizada de este modo sólo en el ámbito de las matemáticas, produciendo resultados admirables. En consecuencia, si hacemos uso de este método en todos los ámbitos del saber, seguro que se producirán unos frutos igualmente admirables.

La Duda y la Primera Verdad: «Pienso, Luego Existo»

La Duda Metódica

En resumen, el entendimiento ha de encontrar, en sí mismo, las verdades fundamentales (los axiomas, principios o postulados) a partir de las cuales sea posible deducir el edificio entero de nuestros conocimientos. Este punto de partida ha de ser una verdad absolutamente cierta sobre la cual no sea posible dudar en absoluto. La búsqueda de un punto de partida absolutamente cierto exige una tarea previa consistente en eliminar todos aquellos conocimientos, ideas y creencias que no aparezcan dotados de una certeza absoluta: hay que eliminar todo aquello de lo cual se pueda dudar. De ahí que Descartes comience con la duda. Esta duda es metódica, es una exigencia del método en su momento analítico (primera y segunda regla).

Para conseguir encontrar una verdad tengo que dudar de todo lo que se pueda dudar. ¿Y de qué puedo dudar? El escalonamiento de los motivos de duda presentados por Descartes hace que ésta adquiera máxima radicalidad. Veamos los motivos de duda:

  1. La primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se halla en las falacias de los sentidos. Y es que los sentidos nos inducen a veces a error; y si a veces nos llevan a error ¿qué garantía existe de que no nos lleven siempre a error? Cierto es que es altamente improbable que los sentidos nos induzcan siempre a error, pero la improbabilidad no equivale a la certeza y en consecuencia, la posibilidad de dudar acerca del testimonio de los sentidos no queda totalmente eliminada. En conclusión: no me puedo fiar de los sentidos. Esto significa que no sé si las cosas son como aparecen.

  2. Cabe, pues, dudar del testimonio de los sentidos. Esto nos permite dudar que las cosas sean como las percibimos por medio de los sentidos, pero no nos permite dudar de la existencia de las cosas que percibimos. De ahí que Descartes añada una segunda razón más radical para dudar: la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño. Los sueños nos muestran a menudo mundos de objetos con extremada viveza, y al despertar descubrimos que tales mundos de objetos no tienen existencia real. ¿Cómo distinguir el estado de sueño del estado de vigilia y cómo alcanzar certeza absoluta de que el mundo que percibimos es real? Por supuesto, la mayoría de los hombres —si no todos— cuentan con criterios para distinguir la vigilia del sueño; pero estos criterios, sin embargo, no sirven para fundamentar una certeza absoluta. De otra manera: no puedo garantizar que la realidad sea o exista, no puedo garantizar que haya algo real.

  3. La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño permite dudar de la existencia de las cosas y del mundo, pero no parece afectar a ciertas verdades, como las matemáticas: dormidos o despiertos, los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados en la geometría de Euclides. De ahí que Descartes añada el tercer y más radical motivo de duda: tal vez exista algún espíritu maligno —escribe Descartes— “de extremado poder e inteligencia que pone todo su empeño en inducirme a error” (Meditaciones, l). Esta hipótesis del «genio maligno» equivale a suponer que tal vez mi entendimiento es de tal naturaleza que se equivoca necesariamente y siempre cuando piensa captar la verdad. Una vez más se trata de una hipótesis improbable, pero que nos permite dudar de todos nuestros conocimientos. Puedo pensar que nada es cierto.

La Primera Verdad y el Criterio

La duda llevada hasta este extremo de radicalidad parece llevarnos irremisiblemente al escepticismo. Esto pensó Descartes durante algún tiempo hasta que, por fin, encontró una verdad absoluta, inmune a toda duda por muy radical que sea ésta: la existencia del propio sujeto que piensa y duda. Si yo pienso que el mundo existe, tal vez me equivoque en cuanto a que el mundo existe, pero no cabe error en cuanto a que yo lo pienso; igualmente, puedo dudar de todo menos de que yo dudo. Mi existencia, pues, como sujeto que piensa (que duda, que se equivoca, etc.) está exenta de todo error posible y de toda duda posible. Descartes lo expresa con su célebre «Pienso, luego existo».

Pero mi existencia como sujeto pensante no es solamente la primera verdad y la primera certeza: es también el prototipo de toda verdad y de toda certeza. ¿Por qué mi existencia como sujeto pensante es absolutamente indubitable? Porque la percibo con toda claridad y distinción. De aquí deduce Descartes su criterio de verdad o certeza: todo cuanto perciba con igual claridad y distinción que esta primera verdad, será verdadero y, por tanto, podré afirmarlo con inquebrantable certeza.

Las Ideas

Las Ideas, Objeto del Pensamiento

Tenemos ya una verdad absolutamente cierta: la existencia del yo como sujeto pensante. Esta existencia indubitable del yo no parece implicar, sin embargo, la existencia de ninguna otra realidad. Volvamos, en efecto, al ejemplo anteriormente utilizado: «yo pienso que el mundo existe»; tal vez el mundo no exista, (podemos, según Descartes, dudar de su existencia); lo único cierto es que yo pienso que el mundo existe. ¿Existe el mundo? ¿Cómo demostrar la existencia de una realidad extramental, exterior al pensamiento? ¿Cómo conseguir la certeza de que existe algo aparte de mi pensamiento, exterior a él?

A Descartes no le queda más remedio que deducir la existencia de la realidad a partir de la existencia del pensamiento. Así lo exige el ideal deductivo: puesto que la primera verdad es el «yo pienso», del «yo pienso» han de salir todos nuestros conocimientos, incluido, claro está, el conocimiento de que existen realidades extramentales.

Antes de seguir con la deducción detengámonos con Descartes a hacer balance e inventario de los elementos con que contamos para llevarla a cabo. Este balance nos muestra que contamos con dos elementos: el pensamiento como actividad (yo pienso) y las ideas que piensa del yo. Volvamos otra vez al ejemplo: «yo pienso que el mundo existe». Esta fórmula nos pone de manifiesto la presencia de tres factores: el yo que piensa, cuya existencia es indudable; el mundo como realidad exterior al pensamiento, cuya existencia es dudosa, y las ideas de «mundo» y de «existencia» que sin duda poseo (tal vez el mundo no exista, pero no puede dudarse de que poseo las ideas de «mundo» y de «existencia», ya que si no las poseyera, no podría pensar que el mundo existe).

De este análisis concluye Descartes que el pensamiento piensa siempre ideas. Es importante señalar que el concepto de «idea» cambia en Descartes respecto de la filosofía anterior. Para la filosofía anterior, el pensamiento no recae sobre las ideas, sino directamente sobre las cosas: si yo pienso que el mundo existe, estoy pensando en el mundo y no en mi idea de mundo (la idea sería algo así como un medio transparente a través del cual el pensamiento recae sobre las cosas: como una lente a través de la cual se ven las cosas, sin que ella misma sea percibida). Para Descartes, por el contrario, el pensamiento no recae directamente sobre las cosas (cuya existencia no nos consta en principio), sino sobre las ideas: en el ejemplo, yo pienso no en el mundo, sino en la idea de mundo (la idea no es una lente transparente, sino una representación que contemplo), y ¿cómo garantizar que a la idea de mundo corresponde una realidad: el mundo?

La Idea como Realidad Objetiva y como Acto Mental

La afirmación de que el objeto del pensamiento son las ideas, lleva a Descartes a distinguir cuidadosamente dos aspectos en ellas: las ideas en cuanto que son actos mentales («modos del pensamiento», en expresión de Descartes) y las ideas en cuanto que poseen un contenido objetivo. En tanto que actos mentales, todas las ideas poseen la misma realidad; en cuanto a su contenido, su realidad es diversa.

Clases de Ideas

Hay que partir de las ideas. Hay que someterlas a un análisis cuidadoso para tratar de descubrir si alguna de ellas nos sirve para romper el cerco del pensamiento y salir a la realidad extramental. Al realizar este análisis, Descartes distingue tres tipos de ideas:

  1. Ideas adventicias, es decir, aquellas que parecen provenir de nuestra experiencia externa (las ideas de hombre, de árbol, los colores, etc.). (Hemos escrito: «parecen provenir», y no: «provienen», porque aún no nos consta de la existencia de una realidad exterior.)
  2. Ideas facticias, es decir, aquellas ideas que construye la mente a partir de otras ideas (la idea de un caballo con alas, por ejemplo). Es claro que ninguna de estas ideas puede servirnos como punto de partida para la demostración de la existencia de la realidad extramental: las adventicias, porque parecen provenir del exterior y, por tanto, su validez depende de la problemática existencia de la realidad extramental; las facticias, porque al ser construidas por el pensamiento, su validez es cuestionable.
  3. Existen, sin embargo, algunas ideas (pocas, pero las más importantes) que no son ni adventicias ni facticias. Ahora bien, si no pueden provenir de la experiencia externa ni tampoco son construidas a partir de otras, ¿cuál es su origen? La única contestación posible es que el pensamiento las posee en sí mismo, es decir, son innatas. (Estamos ante la afirmación fundamental del racionalismo de que las ideas primitivas a partir de las cuales se ha de construir el edificio de nuestros conocimientos son innatas.) Ideas innatas son, por ejemplo, las ideas de «pensamiento» y «existencia», que ni son construidas por mí, ni proceden de la experiencia externa.

Influencias

Descartes recibe influencias de Platón, (desconfianza en los sentidos y primacía de la razón como única fuente de conocimiento válida, concepción dualista de la realidad y dualismo cuerpo-alma), de San Anselmo (usa su argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios), y de Montaigne (tema de la duda, aunque sin caer en su escepticismo).

Descartes ejerció una gran influencia en todos los racionalistas (Spinoza, Leibniz, Pascal, Malebranche,…) en el mismo Kant, en Ortega y Gasset, y en Chomsky entre otros. Incluso empiristas como Locke recibieron su influencia. Hay que señalar también que desde un punto de vista artístico Descartes participó del Barroco, pero su racionalismo, al proponer a la razón como medida, influyó en el neoclasicismo posterior, que trajo un orden racional nuevo: la claridad y sencillez.