Inscripción en la Puerta del Infierno: Un Viaje Literario al Dolor Eterno en la Divina Comedia

La Puerta del Infierno: Un Viaje al Dolor Eterno

“Por mí se va a la ciudad doliente…”

“Por mí se va a la ciudad doliente, por mí se va al eterno dolor, por mí se va tras la perdida gente. Justicia animó a mi Alto Hacedor: me hicieron la Divina Potestad, la Suprema Sabiduría y el Primer Amor. Antes de mí no hubo nada creado si no lo eterno, y yo duro eternamente. Abandonad toda esperanza, vosotros los que entráis”.

El canto se abre directamente con la inscripción que se halla sobre la puerta de entrada al Infierno. El poeta busca que el lector asuma el punto de vista de Dante personaje y sienta la misma impresión que él mientras ingresaba a este lugar. Por esa razón, no se da ninguna presentación previa del asunto, sino que, por el contrario, nos enfrenta directamente a las palabras escritas. Recién después de que hemos leído los tres tercetos nos enteramos de que son palabras grabadas sobre el dintel, con lo cual podemos sentir el mismo sobrecogimiento que experimentó el personaje en su pasaje. Si se nos hubiese advertido que leeríamos estos versos, el efecto no habría sido tan fuerte. Es frecuente a lo largo de todo el relato que el narrador nos coloque en el mismo lugar del personaje, haciéndonos asumir su punto de vista para, de esa manera, darle más intensidad a los acontecimientos.

Estructura y Simbolismo del Dolor

Esta inscripción, como toda la obra, está formada por tercetos endecasílabos. En el primero, el poeta nos presenta el aspecto más notorio del Infierno: el dolor. A través de una personificación, la puerta da características de ese dolor; primero se anuncia que el Infierno es una “ciudad doliente”, luego que ese dolor es eterno y, finalmente, que es consecuencia de la perdición del alma. El orden en que se van mencionando estos tres aspectos del sufrimiento que impera en el Infierno no es casual: en el primer verso se hace una referencia general que ya anuncia la idea de multitud (“ciudad” implica a la vez lugar y abundancia de habitantes); el segundo verso agrega una nota temporal (la eternidad); finalmente, la estrofa se cierra con la causa del dolor (el pecado que ha hecho perder la salvación).

Toda la primera estrofa es una definición del Infierno en relación con su estado general, el sufrimiento, pero ya se anuncia en ella que ese dolor no tiene fin, lo cual sobrecoge al lector, pues lo enfrenta a una realidad más terrible: estamos ingresando en el reino de lo absoluto y, a partir de aquí, ya no hay posibilidad de cambio. Si a esto se le agrega la idea de que ese dolor es consecuencia del pecado, entonces podemos imaginar el espanto que deberían experimentar quienes atravesaran la puerta.

Para reforzar aún más esta sensación de espanto, el poeta hace uso en esta estrofa de una anáfora (“Per me”), la cual contribuye al ritmo poético, a la vez que reafirma la impresión de pasaje: así, la puerta es un lugar de entrada, pero no de salida; una vez que se ingresa al recinto infernal, ya no se puede salir de él.

El Origen Divino del Infierno

En el segundo terceto se nos habla del origen del Infierno. Todo lo que existe procede de Dios, incluso el Infierno. Sin embargo, Dios no aparece mencionado directamente, sino a través de sus atributos: “Alto Hacedor”, “Divina Potestad”, “Suprema Sabiduría”, “Primer Amor”. La mención del nombre de Dios en el Infierno hubiera sido considerada un sacrilegio; exceptuando algunos casos particulares (por ejemplo, en algunas ocasiones en que Virgilio y Dante dialogan o cuando lo nombran los blasfemos), no aparece directamente el nombre de Dios en el Infierno. Para referirse a él se utilizan perífrasis como las que aparecen en esta estrofa.

Dios, “Alto Hacedor” del Infierno, ha creado este reino para realizar Justicia. Obsérvese que la palabra Justicia aparece personificada, como si fuera una entidad particular. “Justicia animó a mi Alto Hacedor”. De esta manera, el poeta nos recuerda que la justicia que mueve a Dios para sus acciones está muy por encima de lo que se entiende por justicia entre las personas. Ella es Justicia en sentido absoluto.

La Trinidad y la Creación del Infierno

Tres atributos definen a la divinidad creadora del Infierno a lo largo de los versos siguientes: el poder, el conocimiento y el amor. La referencia a tres atributos divinos recuerda también la insistencia de Dante en el número tres y sus múltiplos a lo largo de toda la obra: tres reinos, tres guías, tres fieras en el canto I, estrofas de tres versos, treinta y tres cantos… Esta insistencia en el tres no es casual, sino que tiene un valor simbólico asociado con diversos significados. En un sentido, se lo puede vincular con la numeración simbólica de la masonería (Dante estuvo muy vinculado a ella), pero también se lo asocia con el misterio de la Trinidad (el Credo católico recuerda que Dios es tres personas y una a la vez: Padre, Hijo y Espíritu Santo).

En el caso particular de esta estrofa, la referencia a los tres atributos divinos adquiere un sentido muy claro. Ante todas las cosas, Dios ejerce su poder para crear el Infierno; pero este poder no es semejante a cualquier otro que podamos conocer: es la “Divina Potestad”, es decir, una capacidad que está por encima de lo humano. Para que a través del poder se realice la Justicia, también se requiere la “Suprema Sabiduría”, con lo cual otra vez nos encontramos con un adjetivo que distingue todo conocimiento humano del de Dios. Es la sabiduría más absoluta, la que puede distinguir claramente el bien del mal.

De la misma manera, esta sabiduría, unida al poder divino, se une a un interés superior, el amor. La idea de que la creación del Infierno procede de un acto de amor puede resultar extraña, pero hay que recordar que Dios está identificado con el amor original, del cual emana todo.

La Eternidad del Infierno y la Desesperanza

Finalmente, el tercer terceto insiste en una idea ya planteada en el primero: la eternidad. Anteriormente se había mencionado que el dolor del Infierno era para siempre; ahora se profundiza más en este aspecto, al decir que su existencia está por fuera de cualquier escala temporal: el Infierno existe desde antes de la creación del ser humano y perdurará por siempre, sin límites. Quien lee estas líneas puede sentir la fuerza de la sentencia con que se cierra la inscripción: ”Abandonad toda esperanza, vosotros los que entráis”. Ya no hay lugar a dudas, el ámbito infernal es un lugar de sufrimiento eterno. La nota más terrible es, justamente, la desesperanza. Dentro del Infierno cada condenado va a sufrir un castigo de acuerdo con la culpa cometida, pero además de esos sufrimientos, todos los condenados, sin excepción, tienen una pena común: la pérdida de cualquier expectativa de cambio.

Conclusión: Un Orden Gradual hacia la Desesperanza

La inscripción sigue un orden que va desde lo más general a lo más particular. En la primera estrofa se presenta al Infierno como un lugar de dolor (espacio de dolor, dolor eterno, dolor como consecuencia del pecado). El segundo terceto explica quién lo ha creado y por qué razón (Dios crea el Infierno para hacer Justicia), con lo cual se refuerza la idea con que terminó la estrofa primera. Finalmente, la última estrofa da mayor fuerza a lo dicho en las anteriores, al recordar que la eternidad del dolor supone la desesperanza.

El tono lírico de los tres tercetos ha ido aumentando hasta llegar al último verso, que sintetiza y reafirma todo lo anterior. En esa línea todas las palabras tienen un valor absoluto, contundente y directo (“vosotros”, “abandonad”, “toda”).