Primeros Años y Formación (1452-1481)
Leonardo da Vinci nació en 1452 en la villa toscana de Vinci. Era hijo natural de una campesina, Caterina, y de Ser Piero, un rico notario florentino. En aquella época, Italia estaba fragmentada en ciudades-estado como Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de príncipes o el Papa. El Imperio romano de Oriente había caído en 1453 ante los turcos, y apenas sobrevivía, muy reducido, el Sacro Imperio Romano Germánico. Era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de las cortes no tenía límites.
Aunque su padre se casó cuatro veces, solo tuvo hijos (once en total) en sus dos últimos matrimonios. Leonardo se crio como hijo único y su enorme curiosidad se manifestó tempranamente, dibujando animales mitológicos de su propia invención, inspirados en una profunda observación del entorno natural. Giorgio Vasari, su primer biógrafo, relata cómo el genio de Leonardo, siendo aún un niño, creó un escudo de Medusa con dragones que aterrorizó a su padre.
Consciente del talento de su hijo, su padre lo autorizó a ingresar como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio en Florencia. Allí, durante seis años, aprendió pintura, escultura, técnicas y mecánicas de la creación artística. Su primer trabajo del que se tiene noticia fue la construcción de la esfera de cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la iglesia de Santa Maria dei Fiori. Junto al taller de Verrocchio, se encontraba el de Antonio Pollaiuollo, donde Leonardo hizo sus primeros estudios de anatomía y, quizá, se inició en el conocimiento del latín y el griego.
Juventud y Descubrimientos Técnicos
Leonardo era un joven agraciado y vigoroso. Es probable que fuera el modelo para la cabeza de San Miguel en el cuadro de Verrocchio Tobías y el ángel. Su gran imaginación creativa y la temprana maestría de su pincel no tardaron en superar a las de su maestro. En el Bautismo de Cristo, por ejemplo, un dinámico e inspirado ángel pintado por Leonardo contrasta con la brusquedad del Bautista hecho por Verrocchio.
El joven discípulo utilizaba allí por primera vez una novedosa técnica recién llegada de los Países Bajos: la pintura al óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda penetración en la tela. Sus grandes obras de este período son un San Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos (ambos inconclusos), notables por el innovador dinamismo y el extraordinario manejo de la técnica del claroscuro.
Florencia era una de las ciudades más ricas de Europa. Sus talleres de manufacturas de sedas, brocados y lanas la convertían en el gran centro comercial de la península itálica. Los Médicis habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con que contaba. Pero cuando Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo el Magnífico más que alabanzas a sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más próspero.
Primer Período Milanés (1482-1499)
En 1482, Leonardo se presentó ante el poderoso Ludovico Sforza, el hombre fuerte de Milán, en cuya corte se quedaría diecisiete años como «pictor et ingenierius ducalis». Aunque su ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos abarcaron la hidráulica, la mecánica, la arquitectura, además de la pintura y la escultura. Fue su período de pleno desarrollo. Siguiendo las bases matemáticas fijadas por León Bautista Alberti y Piero della Francesca, Leonardo comenzó sus apuntes para la formulación de una ciencia de la pintura, al tiempo que se ejercitaba en la ejecución y fabricación de laúdes.
Estimulado por la dramática peste que asoló Milán, proyectó espaciosas villas, hizo planos para canalizaciones de ríos e ingeniosos sistemas de defensa ante la artillería enemiga. Recibió de Ludovico el encargo de crear una monumental estatua ecuestre en honor de Francesco Sforza. Leonardo trabajó durante dieciséis años en el proyecto del «gran caballo», que no se concretaría más que en una maqueta, destruida poco después durante una batalla.
Resultó fecunda su amistad con el matemático Luca Pacioli, fraile franciscano que en 1494 publicó su tratado de la Divina proportione, ilustrada por Leonardo. Ponderando la vista como el instrumento de conocimiento más certero, Leonardo sostuvo que a través de una atenta observación debían reconocerse los objetos en su forma y estructura para describirlos en la pintura de la manera más exacta. De este modo, el dibujo se convertía en el instrumento fundamental de su método didáctico. Da Vinci ha sido reconocido como el creador de la moderna ilustración científica.
El ideal del saper vedere guió todos sus estudios, que en la década de 1490 comenzaron a perfilarse como una serie de tratados (inconclusos, recopilados luego en el Codex Atlanticus). Incluye trabajos sobre pintura, arquitectura, mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica, aerodinámica, fundiendo arte y ciencia en una cosmología individual.
Aunque Leonardo no parece que se preocupara demasiado por formar su propia escuela, en su taller milanés se creó un grupo de fieles aprendices y alumnos: Giovanni Boltraffio, Ambrogio de Predis, Andrea Solari, su inseparable Salai, entre otros. Los estudiosos no se han puesto de acuerdo aún acerca de la exacta atribución de algunas obras de este período, tales como la Madona Litta o el retrato de Lucrezia Crivelli. Contratado en 1483 por la hermandad de la Inmaculada Concepción, Leonardo emprendió la realización de la celebérrima Virgen de las Rocas, cuyo resultado final, en dos versiones, no estaría listo a los ocho meses que marcaba el contrato, sino veinte años más tarde.
A este mismo período pertenecen el retrato de Ginevra de Benci (1475-1478) y La belle Ferronière. Hacia 1498, Leonardo finalizaba una pintura mural para el refectorio del convento dominico de Santa Maria dalle Grazie: La última cena. La genial captación plástica del dramático momento en que Cristo dice a los apóstoles «uno de vosotros me traicionará» otorga a la escena una unidad psicológica y una dinámica aprehensión del momento. El mural se convirtió en un celebrado icono cristiano y en un objeto de peregrinación para artistas de todo el continente.
Regreso a Florencia (1500-1506)
A finales de 1499, los franceses entraron en Milán y Ludovico el Moro perdió el poder. Leonardo abandonó la ciudad y, tras una breve estancia en casa de su admiradora la marquesa Isabel de Este, en Mantua, llegó a Venecia. Acosada por los turcos, la Signoria contrató a Leonardo como ingeniero militar.
En pocas semanas, proyectó artefactos cuya realización concreta no se haría sino hasta los siglos XIX o XX: desde una suerte de submarino individual hasta grandes piezas de artillería y barcos con doble pared. Los costes desorbitados y la falta de tiempo hicieron que las geniales ideas no pasaran de bocetos. En abril de 1500, Da Vinci entró en Florencia, tras veinte años de ausencia.
César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, dominaba Florencia. Leonardo, nuevamente como ingeniero militar, recorrió el norte de Italia, trazando mapas, calculando distancias y proyectando puentes y nuevas armas. Pero poco después, el condottiero cayó en desgracia. En 1503, Leonardo volvió a la ciudad, que se encontraba en guerra con Pisa, y concibió su proyecto de desviar el río Arno, que solo se concretó en los extraordinarios mapas de su autor.
Leonardo ya era reconocido como uno de los mayores maestros de Italia. En 1501, había causado admiración con su Santa Ana, la Virgen y el Niño. En 1503, recibió el encargo de pintar un gran mural en el palacio Viejo: La batalla de Anghiari, que quedaría inconclusa. Importante por los bocetos y copias, éstas inspirarían a Rafael y a Peter Paul Rubens.
Dama con armiño (1483-84)
Solo en copias sobrevivió otra gran obra de este periodo: Leda y el cisne. Sin embargo, la cumbre de esta etapa florentina fue el retrato de Mona Lisa. Obra famosa desde su creación, se convirtió en modelo de retrato. La mítica Gioconda ha inspirado infinidad de libros, leyendas y hasta una ópera. Ni siquiera se conoce quién encargó el cuadro, que Leonardo se llevó consigo a Francia, donde lo vendió al rey Francisco I. Perfeccionando su propio hallazgo del sfumato, Leonardo logró plasmar un gesto entre lo fugaz y lo perenne: la «enigmática sonrisa» de la Gioconda es uno de los capítulos más admirados de la historia del arte.
Segundo Período en Milán (1506-1513)
El interés de Leonardo por los estudios científicos era cada vez más intenso: asistía a disecciones de cadáveres y hacía observaciones sistemáticas del vuelo de los pájaros, convencido de que el hombre podría volar si llegaba a conocer las leyes de la resistencia del aire. Algunos apuntes de este período se han visto como precursores del moderno helicóptero.
Absorto por estas inquietudes, Leonardo no dudó en abandonar Florencia cuando, en 1506, Charles d’Amboise, gobernador francés de Milán, le ofreció el cargo de arquitecto y pintor de la corte. Honrado y admirado por su nuevo patrón, Da Vinci proyectó para él un castillo y ejecutó bocetos para un oratorio. Su estadía milanesa solo se interrumpió en el invierno de 1507 cuando, en Florencia, colaboró con el escultor Giovanni Francesco Rustici en la ejecución de los bronces del baptisterio de la ciudad.
Rafael tomó el rostro de Leonardo, quizás avejentado para sus cincuenta años, como modelo del sublime Platón para su obra La escuela de Atenas. Leonardo, en cambio, pintaba poco, dedicándose a recopilar sus escritos y a profundizar sus estudios. Con la idea de tener finalizado para 1510 su tratado de anatomía, trabajaba junto a Marcantonio della Torre en la descripción de órganos y el estudio de la fisiología humana. El ideal leonardesco de la «percepción cosmológica» se manifestaba en múltiples ramas: escribía sobre matemáticas, óptica, mecánica, geología, botánica. Su búsqueda tendía hacia el encuentro de leyes, funciones y armonías compatibles para todas estas disciplinas, para la naturaleza como unidad. A sus antiguos discípulos se sumaron algunos nuevos, entre ellos el joven noble Francesco Melzi, fiel amigo del maestro hasta su muerte. Junto a Ambrogio de Predis, Leonardo culminó en 1508 la segunda versión de La Virgen de las Rocas.
Últimos Años: Roma y Francia (1513-1519)
Gian Giacomo Tivulzio era el nuevo hombre fuerte de Milán y pretendía retomar el proyecto del «gran caballo», convirtiéndolo en una estatua funeraria para su propia tumba. Pero tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó de los bocetos. En 1513, una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán. Junto a Melzi y Salai, marchó a Roma, donde se albergó en el Belvedere de Giuliano de Médicis, hermano del nuevo papa León X.
En el Vaticano, vivió una etapa de tranquilidad: dibujó mapas, estudió antiguos monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia y trabó una estrecha amistad con el gran arquitecto Bramante, hasta la muerte de éste en 1514. En 1516, muerto su protector Giuliano de Médicis, Leonardo dejó Italia definitivamente para pasar los tres últimos años de su vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del rey».
El gran respeto que Francisco I le dispensó hizo que Leonardo pasase esta última etapa de su vida más bien como un miembro de la nobleza. Fatigado y concentrado en la redacción de sus últimas páginas para su tratado sobre la pintura, pintó poco, aunque ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan Bautista, un andrógino duende que desborda gracia, sensualidad y misterio. Sus discípulos lo imitarían poco después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en el Louvre de París.
A partir de 1517, su salud comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado, pero con su incansable mano izquierda, Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes de ríos y hasta decorados para las fiestas palaciegas. Su casa de Amboise se convirtió en una especie de museo, plena de papeles y apuntes conteniendo las ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar siglos para demostrar su factibilidad e incluso su necesidad. Llegó incluso a concebir la idea de hacer casas prefabricadas. Solo por las tres telas que eligió para que lo acompañasen en su última etapa, la Gioconda, el San Juan y Santa Ana, la Virgen y el Niño, puede decirse que Leonardo poseía entonces uno de los grandes tesoros de su tiempo.
El 2 de mayo de 1519, murió en Cloux. Su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que éste se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en torno a su muerte algunas leyendas. Una de ellas, inspirada por Vasari, pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regida por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del lecho mortuorio para recibir, antes de expirar, los sacramentos.
El hombre de Vitruvio, canon del cuerpo humano