El Catalanismo Durante el Siglo XIX
El nacionalismo catalán tuvo durante el siglo XIX dos etapas claramente diferenciadas. A partir de los años 30 apareció un catalanismo cultural que pretendía, sobre todo, la recuperación de la lengua catalana como vehículo de comunicación y como lengua literaria. Desde los Decretos de Nueva Planta, el catalán había sido prohibido oficialmente y no se podía utilizar ni en la enseñanza, ni en la iglesia, ni en los juzgados. Solo sobrevivió el uso cotidiano de la lengua catalana en una época en la que la mayoría de la población era monolingüe.
A partir de los años 80 del siglo XIX se fue constituyendo un nuevo catalanismo de carácter político. Esta corriente, entendida y vivida como un movimiento, buscó la manera de organizarse políticamente sobre la base real de la catalanidad y del uso general de la lengua, y con la incorporación de ideas de procedencia muy diversa. Además, el catalanismo político pide autogobierno para Cataluña como legítima aspiración de la nación catalana.
El Catalanismo Cultural: La Renaixença
El movimiento más importante dentro del catalanismo cultural del siglo XIX fue La Renaixença. Su inicio se suele fechar en 1833, con la publicación de la oda “La Patria” de Bonaventura Carles Aribau. Sin embargo, en 1815, Juan Pablo Ballot había publicado la Gramática y apología de la lengua catalana.
Más tarde, Joaquim Rubió i Ors publicó unos poemas en el Diario de Barcelona que en 1841 reunió en una colección. El prólogo de esta recopilación constituyó un auténtico manifiesto de la Renaixença.
En 1859 se restauraron los Juegos Florales, que dinamizaron y prestigiaron el uso del catalán como lengua propia y símbolo de la patria, principal seña de identidad del país y de su historia.
A partir de este momento, diversas instituciones como la Universidad de Barcelona, el Ateneu Barcelonès y la Academia de las Buenas Letras acogieron el movimiento y lo impulsaron.
Paralelamente a la Renaixença, la corriente popular de la literatura también experimentó un gran impulso. La figura más significativa fue Frederic Soler, más conocido como Serafí Pitarra. Pertenecía al grupo de intelectuales que se oponía a los literatos de la Renaixença y que reivindicaba el uso del catalán “que ahora se habla”, frente al arcaizante y poco viva lengua utilizada en los Juegos Florales.
El triunfo de la Renaixença como movimiento cultural se justifica por tres razones:
- Durante el siglo XIX, la industrialización de Cataluña y su progreso económico dieron protagonismo a una burguesía fuerte y próspera que hizo del catalán y la cultura catalana una seña de identidad.
- La Renaixença representa una reacción contra el fuerte centralismo cultural y administrativo con el que se construía el nuevo estado liberal en España.
- La influencia del Romanticismo europeo, que valoraba el pasado medieval de los pueblos y la búsqueda de sus raíces históricas. Edad Media, donde Cataluña había sido independiente de cualquier otro poder político.
El Catalanismo Político
La configuración del nuevo Estado liberal supuso una centralización en todos los sentidos. Pronto se empezaron a sentir las primeras protestas en forma de movimientos populares entre 1835 y 1843.
Las protestas más destacadas fueron los llamados “disturbios”, derivadas del malestar social y político con que determinados sectores de las clases populares recibieron el proceso de consolidación del Estado liberal y el proceso de industrialización catalán. El descontento iba dirigido hacia las autoridades y destacan la insurrección de Barcelona en 1842 y la Jamancia de 1843, en las que se pedía la descentralización del estado, la mayor participación política de las clases populares a través del sufragio universal y la mejora de las condiciones de vida y trabajo de estas clases.
Durante el Sexenio Revolucionario, el federalismo se desarrolló como doctrina política y tuvo mucha aceptación en Cataluña. El republicanismo defendía la forma republicana del gobierno, el laicismo y la ampliación de los derechos democráticos y sociales. Además, propugnaba una articulación federal del Estado español. Su figura principal fue Francisco Pi y Margall, que pensaba en un Estado federal. España o Iberia, con la incorporación de Portugal, debía ser la resultante de la federación voluntaria de los diferentes pueblos y regiones de la Península. En 1869, los republicanos federales catalanes, entre los que cabe destacar Valentí Almirall, Josep Anselm Clavé e Ildefons Cerdà, impulsaron el Pacto de Tortosa, en el que se llegó al acuerdo de construir el Estado federal español a partir de la Antigua Corona de Aragón. Sin embargo, durante el periodo de la Restauración, el republicanismo federal fue perdiendo peso en Cataluña, tras la frustrada experiencia republicana de 1873.
Valentí Almirall fue la figura principal del impulso del catalanismo político, sobre todo cuando en 1881 decidió impulsar la creación de una organización específicamente catalana al margen de partidos de ámbito estatal. El catalanismo de Almirall era de carácter republicano, laico, progresista y no era separatista, sino que consideraba que Cataluña era un elemento de progreso para España y que la revitalización de Cataluña supondría la regeneración de la vida política española. Todo ello queda recogido en su obra Lo catalanisme.
Almirall convocó en 1880 el Primer Congreso Catalanista, donde se tomaron tres acuerdos básicos:
- Redactar un documento para defender el derecho civil catalán.
- Constituir una Academia de la Lengua Catalana.
- Crear una entidad que difundiera el catalanismo.
A partir de este último acuerdo, se creó el Centre Català, que, tras convocar un Segundo Congreso Catalanista, tuvo como obra más relevante la redacción del Memorial de Greuges (1885) que fue presentado al rey Alfonso XII. En el documento se denunciaba la opresión del régimen centralista sobre Cataluña, pedía la armonización de intereses y aspiraciones de las diferentes regiones españolas y reivindicaba el proteccionismo y el derecho civil catalán. Este Memorial ha sido considerado como el primer manifiesto político unitario del catalanismo.
En 1887, varios intelectuales conservadores (Àngel Guimerà, Narcís Verdaguer i Callís, Lluís Domènech i Montaner, Josep Puig i Cadafalch, Enric Prat de la Riba) fundaron la Lliga de Catalunya. Una de sus primeras iniciativas fue el Mensaje a la Reina Regente (1888) dirigido a María Cristina de Habsburgo, en el que se pedía autonomía para Cataluña.
Un año más tarde, dirigieron una campaña para defender el derecho civil catalán contra el proyecto de reforma del Código Civil que se estaba debatiendo en las Cortes de Madrid. Finalmente, el gobierno español decidió respetar el ordenamiento jurídico catalán.
El Catalanismo Conservador y la Iglesia
A partir de los años 90 la hegemonía del catalanismo se fue decantando hacia sectores más conservadores. La Iglesia católica catalana se fue desmarcando del carlismo y fue buscando un espacio dentro del liberalismo conservador. En este sentido, cabe destacar la figura del obispo de Vic, Josep Torras i Bages, que en su obra La tradición catalana recoge el cuerpo doctrinal del catalanismo católico y pretende plantear una alternativa católica y conservadora al catalanismo laico partiendo de tres postulados:
- Rechazo a cualquier planteamiento revolucionario.
- Regreso a la Edad Media como época idealizada.
- Defensa de una estrategia regionalista alejada de la acción política para conseguir la regeneración social de Cataluña. Esta tarea debería recaer en la Iglesia y el clero.
En 1891 fue fundada la Unió Catalanista, que pretendía ser una federación de todos los grupos, centros y publicaciones catalanistas. Su base social estaba formada por clases medias, con el apoyo de la Cataluña rural.
Uno de los primeros actos de la Unió fue la celebración en Manresa en 1892 de una asamblea de delegados con el objetivo de aprobar su programa político, que recibió el nombre de Bases para la Constitución Regional Catalana. Se defiende la plena soberanía de Cataluña en el gobierno interior y la posesión de competencias absolutas en materia legislativa, educación, justicia, orden público, acuñación de moneda, etc. Proclama la oficialidad del catalán y establece que los cargos públicos en Cataluña solo puedan ser ejercidos por catalanes.
Otra iniciativa de la Unió Catalanista fue el manifiesto público Mensaje al rey de los helenos (1897), documento en el que se expresaba la solidaridad de los catalanistas con los habitantes de la isla de Creta, entonces bajo el dominio turco.
Estas iniciativas no fueron bien recibidas en el resto del Estado español y se inició un proceso de represión contra el catalanismo por creer que era un peligro para la unidad de España. Fue entonces que la opinión pública madrileña acuñó el concepto de separatismo.
La Evolución del Catalanismo Político Durante la Restauración
Durante los primeros años del siglo XX, cabe destacar la aportación ideológica de Enric Prat de la Riba. En su obra La nacionalidad catalana, publicada en 1906, el autor formulaba la distinción entre nación y Estado. La nación era una realidad natural creada por un espíritu colectivo basada en una lengua propia. El Estado era una organización política fruto de una realidad histórica. Prat de la Riba llegaba a la conclusión de que Cataluña tenía derecho a poseer un Estado, pero articulado dentro de un estado federal español.
La descomposición de la Restauración tuvo como consecuencia la descomposición de los partidos dinásticos y la aparición en Cataluña de otras formaciones políticas.
El catalanismo conservador fue representado por la Lliga Regionalista, fundada en 1901 y dirigida por Prat de la Riba y, a su muerte, por Francesc Cambó. Este partido vertebró la Solidaridad Catalana e impulsó una amplia campaña para alcanzar la autonomía política de Cataluña y fue responsable de la gestión de la Mancomunidad.
El catalanismo de izquierdas tuvo la figura de Domingo Martí i Julià, presidente de Unió Catalanista y que defendía la liberación social y nacional de Cataluña.
Del mundo republicano federal surgieron otros grupos como el Partido Republicano Catalán de Marcelino Domingo, Francesc Layret y Lluís Companys. Por otra parte, Francesc Macià fundó en 1922 el Estado Catalán, de carácter independentista. La unión de las dos formaciones dio lugar a la creación de Esquerra Republicana de Catalunya, que fue fundada en 1933.
Dentro del socialismo, Rafael Campalans, Manuel Serra i Moret y Gabriel Alomar, se escindieron del PSOE y fundaron Unión Socialista de Cataluña en 1923.
Finalmente, cabe destacar la aparición del Partido Republicano Radical, creado por Alejandro Lerroux, partido de carácter anticatalanista. Lerroux era un político andaluz que estaba dotado de una capacidad de liderazgo basada en una oratoria encendida y demagógica que llegaba a las clases populares. Utilizaba un lenguaje seudorevolucionario y enfrentaba a los obreros con sus enemigos (la burguesía, la Iglesia y el catalanismo). Este partido tuvo éxito sobre todo en las clases populares recién llegadas poco integradas en la sociedad catalana y tuvo importantes resultados electorales.
La Mancomunidad de Cataluña
El concepto de mancomunidad surge de la idea de agrupar las diferentes diputaciones provinciales de una región en una sola. La idea de formar una federación de las cuatro Diputaciones Provinciales de Cataluña ya se remontaba al siglo XIX.
El proyecto concreto se inició en 1911 por iniciativa de Prat de la Riba, que presidía la Diputación de Barcelona.
El anteproyecto de la Mancomunidad fue presentado al presidente del gobierno español, José Canalejas, que trasladó al Congreso de los Diputados una ley de Mancomunidades, aprobada con competencias muy recortadas.
El 6 de abril de 1914 se constituyó la Mancomunidad de Cataluña y Prat de la Riba fue el primer presidente. El gobierno fue formado por ocho consejeros, dos por provincia, y la Lliga tenía la mayoría.
Las competencias fueron muy escasas y la Mancomunidad nunca tuvo poder político real. Su financiación fue muy escasa, pero, sin embargo, su obra fue extraordinaria, sobre todo en el aspecto educativo y cultural. Apoyó la tarea de normalización lingüística del Institut d’Estudis Catalans, creó la Biblioteca de Cataluña y una red de bibliotecas populares.
En cuanto a la educación, cabe destacar la Escuela de Verano para maestros, la construcción de centros escolares. También se crearon escuelas de formación profesional y técnica, como la Escuela Industrial y otros centros como la Escuela de Administración local, la Escuela de Bibliotecarias, la Escuela de Enfermeras, la Escuela Catalana de Arte Dramático, etc.
También inició la creación de infraestructuras para hacer de Cataluña un país moderno (carreteras secundarias, obras hidráulicas, etc.). Desgraciadamente, muchas de estas obras no se pudieron terminar o se quedaron en fases de proyecto debido a la falta de recursos económicos anteriormente mencionada.
El golpe de Estado de Primo de Rivera, claramente anticatalanista, representó el inicio del fin de la Mancomunidad. El 29 de enero de 1924, un industrial de Terrassa, Alfons Sala i Argemí, fue nombrado presidente de la Mancomunidad con la misión de desmantelarla desde dentro, cosa que sucedió un año después.