Fenomenismo de Hume: La Realidad como Percepción

David Hume (1711 – 1776)

Fenomenismo

De “fenómeno”, lo que aparece o se muestra. Teoría filosófica según la cual no es posible el conocimiento de algo distinto a nuestras propias percepciones. Hume cree que es la única postura filosófica razonable, aunque contraria a las creencias naturales o de sentido común.

El empirismo clásico defendió una tesis que, llevada hasta el final, conduce inevitablemente al fenomenismo: cuando percibimos, lo que verdaderamente percibimos no es algo exterior a nuestra mente sino nuestras propias sensaciones. Llegaron a este punto de vista de distintas maneras, pero en lo fundamental observando que en el acto de percepción el objeto percibido no es una parte real de la propia vivencia de percepción, no se incluye como un objeto en la percepción misma sino que se presenta como algo exterior a la propia mente y es el objeto supuesto o inferido. Si percibo la mesa en la que estoy escribiendo, la mesa misma no es una parte de mi percepción ya que la percepción es algo mental, es algo que se da en mi mente y la mesa un objeto físico, un objeto exterior a la propia mente. Cuando digo que veo una mesa, en realidad lo que tengo en mi mente es un conjunto de sensaciones visuales variadas (sensaciones de color, de formas, de intensidades luminosas, de tamaños y de movimientos), pero no tengo en absoluto la mesa misma. Como reconoce el propio Hume, todas las personas corrientes y la mayor parte de filósofos consideran que existen objetos exteriores a la propia mente, que son la causa de nuestras percepciones y en mayor o menor medida con formas o aspectos semejantes a las que se ofrecen en la propia vivencia. Sin embargo, si aceptásemos la tesis empirista antes explicada y comprendiésemos perfectamente sus consecuencias, tendríamos que decir que nos es imposible el conocimiento de la realidad tal y como pueda ser en sí misma, de la realidad independientemente de nuestro modo de conocerla, tendríamos que aceptar que la realidad es más bien la suma o combinación de nuestras propias vivencias. ¿Cómo podemos saber si existe la mesa en la que escribo y cuáles son sus rasgos? Para afirmar que mi percepción de la mesa describe algo verdaderamente exterior a mi propia mente debería poder comparar la realidad en sí misma con mi propia percepción, pero –dice Hume– yo nunca puedo salir de mi propia mente para hacer dicha comparación.

El punto de vista fenomenista es tan extraño y contrario a las ideas de sentido común que ningún empirista lo aceptó de modo pleno y consciente. Locke lo negó al creer que son válidos los argumentos causales para remontarnos a las cosas exteriores a nuestras propias percepciones. Berkeley lo aceptó en relación a los objetos físicos, pero consideró que hay substancias distintas a nuestras propias percepciones y en las que creyó: las substancias espirituales. Hume fue, de todos los empiristas de esta época, el que llevó hasta el final el principio empirista citado, y consideró que la posición fenomenista era la más coherente y verdadera si se asume el punto de vista filosófico. Pero su punto de vista es también ambiguo, pues parece defender dos verdades, la verdad de la filosofía (que es precisamente el fenomenismo), y la verdad del sentido común: aunque no podemos demostrar ni afirmar racionalmente la existencia de objetos externos a nuestras propias percepciones, no podemos dejar de creer en dichos objetos. En la vida práctica damos por supuesto que los objetos son indepen­dientes de nuestras percepciones y que mantienen constancia en su existencia. Hume no resolvió el problema de cómo conciliar estas dos verdades opuestas, aunque parece dar más valor a la tesis consecuencia del sentido común que a los resultados de la investigación filosófica, pues llegó a considerar que la filosofía no afecta ni tiene porqué afectar a la vida práctica y a la vida corriente. Concibió la filosofía como una actividad meramente intelectual, incapaz de servir para la dirección y guía de nuestra vida ni de modificar radicalmente las creencias básicas –como la de la existencia de un realidad exterior a nuestras percepciones– que la naturaleza ha dispuesto en nuestra mente.

Hume intenta comprender también cuál es el fundamento de la tesis contraria al fenomenismo, la tesis según la cual conocemos los objetos exteriores a nuestra mente y aceptamos la independencia y constancia de los objetos: considera que esta creencia no se debe a la percepción misma pues ésta nos ofrece sólo sensaciones, no los objetos mismos; además algunas impresiones las referimos a objetos externos (como los colores, los movimientos,…) pero otras no (como los dolores, los placeres,… ). Tampoco es consecuencia del ejercicio de la razón, puesto que nadie hace argumentos para afirmar que lo que percibe (esta silla en la que me apoyo, por ejemplo) existe más allá de la propia percepción (de las sensaciones que tengo de ella); ni tampoco se debe a la intensidad o fuerza o violencia de ciertas impresiones, pues también hay impresiones intensas que son meramente subjetivas, como algunos dolores y placeres. No existe una justificación racional que explique la creencia en la existencia independiente y continua de los cuerpos.

Hume señala dos rasgos peculiares de la experiencia y que están a la base de nuestra creencia en la existencia de un mundo exterior, la constancia y la coherencia de nuestras percepciones: cuando todos los días regreso a mi casa tengo, al menos en lo esencial, las mismas impresiones o sensaciones (las sensaciones del color de las paredes del estudio, las sensaciones táctiles del sillón en el que me siento, … son las mismas un día tras otro); esta constancia en mis impresiones la interpreto como siendo una consecuencia de la constancia de los objetos que supuestamente las causan. Además, caliento la cafetera porque deseo tomar un café, salgo de la cocina y me ocupo de otras cosas, al rato oigo el ruido que interpreto como correspondiendo al agua que se filtra en la cafetera, dejo de percibirlo, vuelvo a la cocina y encuentro que en la parte superior de la cafetera tengo ya el café hecho. Mi experiencia de lo que ha ocurrido en la cocina es discontinua, puesto que no he percibido todos y cada uno de los procesos y hechos que ahí han ocurrido, pero parece responder a un proceso de la cosa misma: hay una coherencia en las impresiones que recibo que me lleva a atribuir realidad a aquello que siento. De este modo la constancia perceptiva y la coherencia en la sucesión de las percepciones crea en mi mente una predisposición o hábito que me lleva a creer en la existencia de una realidad distinta a la de mis propias percepciones. En definitiva, dirá Hume, esta creencia no es consecuencia de la razón ni de la experiencia misma, sino de la mera costumbre.