Transformaciones Demográficas a Principios del Siglo XX
A principios del siglo XX, España experimentó un importante éxodo rural, con migraciones del campo a las ciudades. Cataluña, en particular, recibió población de Aragón, Murcia y Almería, mientras que el interior y los Pirineos vieron una disminución de habitantes en favor de zonas costeras e industriales como el Barcelonés, Baix Llobregat y Vallés Occidental. Simultáneamente, se produjeron migraciones transatlánticas hacia América, especialmente a Argentina, Cuba y Brasil, con un retorno limitado de emigrantes, particularmente gallegos en Buenos Aires.
El aumento de población en este periodo se atribuye a la transición demográfica, caracterizada por una disminución tanto de la mortalidad como de la natalidad. Las mejoras sanitarias e higiénicas en las ciudades, como el acceso a agua potable, alcantarillado, recolección de basura y una mejor alimentación, contribuyeron a reducir la mortalidad infantil del 41% al 23% y a aumentar la esperanza de vida en 15 años. A diferencia del resto de España, que mantenía un ciclo demográfico antiguo con alta natalidad y mortalidad, Cataluña experimentó una disminución de la natalidad debido a la adopción de nuevas pautas sociales por parte de las mujeres, con mayor dedicación al estudio y la cultura. En 1914, las emigraciones exteriores se detuvieron, mientras que las interiores continuaron.
España presentó un desequilibrio demográfico, con regiones como Cataluña, Madrid, País Vasco, Canarias y Comunidad Valenciana atrayendo población, mientras que zonas agrícolas como Castilla-La Mancha, Castilla y León, Galicia, Andalucía y Aragón perdieron habitantes. El proceso de urbanización se intensificó, con ciudades como Barcelona duplicando su población gracias a la industria, lo que impulsó el desarrollo del Eixample y otras reformas urbanas. Centros industriales cercanos a Barcelona, como Badalona, Sabadell y Terrassa, también crecieron, al igual que Bilbao, cerca de las zonas mineras. En el interior, solo Madrid, Zaragoza y Valladolid experimentaron un crecimiento significativo.
La Agricultura Española en el Siglo XIX y XX
La economía española del siglo XIX estaba dominada por una agricultura tradicional, principalmente cerealista, de baja productividad. Coexistía con una agricultura más dinámica, centrada en frutas, hortalizas y verduras, e introdujo nuevos cultivos como la patata y la remolacha. Sin embargo, la desigualdad en la propiedad de la tierra, con grandes latifundios y jornaleros temporales, dificultaba la supervivencia y la innovación. La baja productividad, agravada por el clima y la escasa irrigación, desincentivaba la inversión y generaba productos poco competitivos, lo que llevó al gobierno a aplicar políticas arancelarias.
El gobierno de la Restauración evitó abordar los problemas agrarios, pero en 1902 implementó un plan de obras públicas para ampliar las zonas de regadío. A pesar de ello, la pobreza y los problemas sociales en el campo persistieron. La filoxera, una plaga proveniente de Francia, afectó a los viñedos catalanes, pero la introducción de cepas resistentes de California permitió la recuperación y la mecanización del sector. Esto llevó a los propietarios a intentar cambiar las condiciones de los contratos con los rabassaires, quienes se resistieron.
La agricultura catalana experimentó una dualidad: mientras comarcas como Barcelona y Tarragona ampliaron el regadío y se especializaron en productos de exportación, las zonas de interior y montaña, dedicadas al cultivo de cereales, se empobrecieron. A principios del siglo XX, se observó un crecimiento en sectores como el arroz en el Ebro, el aceite en Tarragona, los frutos secos en Lleida, la patata en el Maresme y Osona, y el sector ganadero, con la producción de leche y carne.
Proteccionismo e Intervencionismo en la Economía Española
La economía española de este periodo se caracterizó por la restricción de la competencia y la intervención estatal. La política proteccionista favoreció a sectores agrarios, industriales y mineros, encareciendo los precios, restringiendo la demanda, limitando la productividad y las exportaciones. El intervencionismo se concretó en leyes y aranceles que gravaban la importación de productos protegidos y en la ley de protección a la industria, que priorizaba los productos fabricados en España en los contratos estatales.
La transformación social en el mundo urbano se manifestó en el crecimiento de la población urbana, el aumento del peso social de la burguesía industrial y financiera, y el desarrollo de las clases medias. El proletariado se expandió en las zonas industriales, especialmente en Cataluña, donde la expansión urbana del Eixample y los barrios obreros llevó a Barcelona a alcanzar el millón de habitantes. En el ámbito rural, persistió la desigualdad en la propiedad de la tierra entre la aristocracia y la burguesía agraria, por un lado, y los pequeños y medianos propietarios, arrendatarios y jornaleros, por otro. En Cataluña, se consolidaron los medianos propietarios agrarios.