La Escultura, Pasión Predominante
Miguel Ángel, aunque incursionó en otras disciplinas artísticas, era principalmente escultor. Su pasión por esta forma de expresión lo llevaba a ver en cada bloque de piedra una escultura luchando por emerger. Su principal cometido era liberarla, darle vida.
Trabajó en el taller de Ghirlandaio durante tres años, aprendiendo de los frescos de maestros como Giotto y Masaccio.
Madonna della Scala
Esculpida en Florencia cuando apenas tenía dieciséis años, esta obra en bajorrelieve cumple con las normas del clasicismo. La virgen, de modelo claramente pagano, presenta una perfección en sus formas que contrasta con la torsión de la figura del niño.
Pietà
Realizada en Roma en 1498, esta obra presenta a un hombre maduro yaciente en el regazo de una joven María, quien, al representarse más joven que su hijo, simboliza la eterna virginidad. Su rostro, de una belleza perfecta, muestra una gran humanidad sin señales de sufrimiento. La figura de Cristo, más patética, contrasta con la composición piramidal de la obra. La maestría técnica de Miguel Ángel es evidente en esta escultura, la única firmada por él con la inscripción «Michelangelus Bonarrotus Florentinus Faciebat» en la cinta que cruza el pecho de la Virgen.
De Florencia a Roma: El David y la Tumba de Julio II
De regreso en Florencia en 1501, Miguel Ángel esculpió el David, apodado «el Gigante» por los florentinos, quienes lo interpretaron como un símbolo de su ciudad. Esta obra representa la máxima expresión del desnudo masculino desde el arte griego. Probablemente también pintó el Tondo Doni (Uffizi) en esta época.
Poco después, recibió el encargo del mural de la Batalla de Cascina, rivalizando con Leonardo da Vinci (Batalla de Anghiari), aunque ninguna de las dos composiciones se terminó.
En 1505, el Papa Julio II lo convocó a Roma para esculpir su sepulcro. Este proyecto, que se extendió entre 1505 y 1545, estuvo lleno de altibajos. Concebido con gran grandiosidad, sufrió recortes sucesivos por parte de los herederos del Papa. Del monumento final, erigido en San Pietro in Vincoli, solo el Moisés es obra de Miguel Ángel.
Moisés (1515)
Esta escultura simboliza la fuerza humana en su punto de desencadenamiento, la terribilità. Representa a Moisés en el momento de contemplar la adoración del becerro de oro, lleno de ira y decepción. El rostro se ha interpretado tanto como un autorretrato como un retrato de Julio II. La influencia del Laocoonte, descubierto en esa época, es evidente en el dramatismo de la obra.
Esclavos
De las figuras laterales del sepulcro de Julio II, solo los dos esclavos del Louvre están lo suficientemente esculpidos. Expresan el tormento interior de Miguel Ángel y representan el esfuerzo por liberarse de la prisión del cuerpo. El estudio anatómico, especialmente masculino, es notable en estas figuras.
La Capilla Sixtina y la Capilla Medici
Durante su estancia en Roma, Julio II también encargó a Miguel Ángel los frescos de la Capilla Sixtina y la remodelación de la plaza del Capitolio. Tras este trabajo, su arte evolucionó hacia nuevas concepciones manieristas.
Capilla Medici
Planeada como capilla funeraria de la familia Medici, este proyecto se abandonó en 1527 con la expulsión de los Medici de Florencia, reanudándose en 1530. La capilla combina escultura y arquitectura. Las figuras de Giuliano y Lorenzo de Medici simbolizan la vida activa y la vida contemplativa, respectivamente. A sus pies, cuatro figuras alegóricas: el Día y la Noche para la vida activa, y la Aurora (símbolo de la juventud) y el Crepúsculo (símbolo de la amargura) para la vida contemplativa. Lorenzo, reflexivo y nostálgico, contrasta con Giuliano, vivaz y ambicioso. Ambos miran hacia la Virgen del Altar.
El Juicio Final y la Pietà Rondanini
En 1536, Miguel Ángel comenzó a pintar el Juicio Final para la Capilla Sixtina. El horror del saco de Roma (1527) y la madurez del artista se reflejan en el dramatismo de la obra, rompiendo con la armonía clásica del techo.
La Piedad Rondanini
Miguel Ángel realizó dos Pietà más: una para su propia tumba en la catedral de Florencia, con su autorretrato en la figura de Nicodemo, y la Piedad Rondanini de Milán. En esta última obra, renuncia a los cánones del clasicismo, rompiendo las proporciones y la regularidad en favor de la tensión y el dramatismo, características del Manierismo.