ÉTICA: Razón
Razón Teórica y Razón Práctica
La ética se divide en dos ramas principales:
- Razón teórica: Se ocupa de cómo son las cosas, del ser, y se expresa a través de juicios.
- Razón práctica: Se ocupa de cómo debe ser la conducta humana, del deber ser, y se expresa a través de imperativos y mandatos.
Los principios éticos deben proceder de la propia razón y ser a priori, universales y necesarios (independientemente de las circunstancias).
Éticas Materiales (Ética Aristotélica)
Son aquellas que tienen un contenido concreto. Se basan en establecer un bien supremo, y para alcanzarlo, crean unos medios y unas normas que aconsejan sobre qué se tiene que hacer. Sus características son:
- Empíricas o a posteriori.
- Hipotéticas o condicionales.
- Heterónomas.
Ética Formal o Moral (Ética Kantiana)
No establecen ningún fin o bien concreto; no son teleológicas. Son vacías de contenido, no dicen qué debemos hacer, sino cómo debemos actuar. Kant piensa que la auténtica moralidad debe establecer sus principios desde la razón. Sus características son:
- Son a priori, independientes de la experiencia.
- Universales y necesarias.
- Categóricas (no dependen de las circunstancias).
- Autónomas (la razón establece sus principios).
- Son leyes.
Existen dos tipos de imperativos: hipotéticos y categóricos (que son los de Kant).
Imperativo Categórico
No se refiere al contenido de una acción porque no busca un fin ni obtener nada. Es universalmente válido y debe seguirse aunque vaya en contra de nuestras inclinaciones; hay que hacerlo siempre, por eso es autónomo y es el principio supremo de la moralidad. Hay que realizarlo nos guste o no. Formulaciones:
- Obra de acuerdo con la máxima por la cual puedas querer al mismo tiempo que se convierta en ley universal: cuando obras, tienes que actuar de tal forma que la norma que estás siguiendo quieras que sea válida para todos en cualquier circunstancia.
- Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu propia persona como en la persona de cualquier otro, siempre a la vez como un fin, nunca simplemente como un medio: la persona es un fin en sí mismo; hay que tratarla como un fin y no como un medio para conseguir otra cosa. La persona no es un medio, no es un objeto, no tiene un precio, sino que tiene dignidad. Es un fin, un sujeto, no es intercambiable.
Para que se pueda dar el imperativo categórico, debemos estar en igualdad de condiciones, con las mismas necesidades. Por ejemplo, en una relación de pareja. Una situación de desigualdad social impide que la relación sea justa. Y para que haya igualdad, los actores tienen que ir a la acción con la misma libertad. Así, con libertad e igualdad de condiciones se puede dar el imperativo categórico.
El Deber y la Buena Voluntad
El deber hace referencia a un acto moral que respeta completamente la ley; es el fundamento de la voluntad. Para Kant, hay tres tipos de acciones conforme al deber:
- Contraria al deber: informal e ilegal.
- Conforme al deber: es buena, positiva, pero se usa como un medio y no como un fin. Es legal, pero inmoral, ya que hay una intencionalidad.
- Por deber: es el deber kantiano; no busca las consecuencias, sino la voluntad. Es legal y moral.
Cuando se siguen los pasos kantianos de buena voluntad y se actúa siguiendo la ley moral, se alcanza la santidad. Nos convertimos en santos, más que humanos. Voluntad santa es aquella cuya máxima puede ser una ley universal y aplicable a todo el mundo porque sigue el imperativo categórico. El problema es que actuar por deber no lleva a la felicidad; no coinciden la virtud y la felicidad. Cuando una persona hace lo correcto, a veces lo hará a disgusto; Kant lo denomina antonimia de la razón práctica. A su vez, cuando actuamos, debemos ser responsables de las consecuencias, aunque sean malas. Por tanto, la virtud para Kant es obrar correctamente, y por ello no lleva a la felicidad, porque no siempre lo harás porque quieras, sino por deber. De ahí que el bien supremo, que para Kant es la unión de la virtud y felicidad, no se pueda alcanzar en el mundo fenoménico, pero sí en el noménico.
Postulados de la Razón Práctica
No se pueden demostrar, pero son necesarios para la ley moral. No son vivencias, por lo que no son demostrables; hay que admitirlos. De esta manera, tenemos que admitir las ideas trascendentales para poder continuar. La razón práctica las necesita y actúa como si fueran reales; por ello, Kant las retoma.
Es necesario postular la voluntad para que se pueda hablar de acción moral, ya que, si no existe la libertad, tampoco existe la responsabilidad. Si no hubiera libertad, los actos estarían determinados y no tendría sentido la ética. Como ningún ser humano es siempre capaz de actuar según el imperativo categórico, es necesario postular la inmortalidad del alma. De este modo, la inmortalidad del alma y el bien supremo (virtud y felicidad) requieren la existencia de un ser supremo: Dios. No actuamos para ser felices, sino para ser dignos de la felicidad.