El Reinado de Felipe II: Unificación Ibérica y Hegemonía Española

La Monarquía Hispánica de Felipe II

El Rey y su Imperio

Felipe II, sucesor de Carlos I, gobernó desde 1556 hasta 1598. Fue monarca de un inmenso imperio y titular de la principal corona europea, aunque el título de Emperador permaneció en manos de su tío Fernando de Habsburgo. A diferencia de su padre, Felipe II se dedicó por completo al gobierno de su reino, permaneciendo mayormente en la península. Consolidó y reestructuró las instituciones de gobierno, estableciendo la capital en Madrid en 1566 y construyendo el monasterio de El Escorial, desde donde dirigía el imperio. Su labor fue principalmente burocrática, aunque contaba con un poderoso ejército y una eficaz armada. Al igual que su padre, buscó mantener la hegemonía de los Austrias en Europa, centrando su política en la defensa del catolicismo.

Conflictos y Enemigos

Felipe II enfrentó numerosos enemigos, entre ellos Inglaterra y los Países Bajos. Su reinado se caracterizó por la castellanización de la monarquía, convirtiendo a la Corona de Castilla en el eje de su política. Ejerció un poder autoritario, reprimiendo revueltas internas, aunque respetando, en general, las instituciones y derechos de los diferentes territorios del imperio. Francia continuó siendo un rival, pero tras la victoria en San Quintín en 1557 y la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559, la hegemonía española se consolidó. En el Mediterráneo, los Otomanos avanzaban, lo que llevó al Papa Pío V a convocar la Liga Santa. Esta coalición de reinos cristianos, bajo el mando de Juan de Austria, logró una victoria decisiva en la batalla de Lepanto en 1571, estabilizando la situación en la región.

La Rebelión en Flandes y la Guerra con Inglaterra

En Flandes, se desató un conflicto que duraría ochenta años (1568-1648), crucial en el declive de la hegemonía hispánica. La influencia del calvinismo y las tensiones políticas, como la ausencia del rey y los impuestos, fueron factores clave en el inicio de la revuelta. Ni la represión del duque de Alba ni los intentos de conciliación de don Juan de Austria lograron poner fin al conflicto. Con la llegada de Alejandro Farnesio como gobernador en 1578, se formó la Unión de Arras (católica) y la Unión de Utrecht (calvinista), dividiendo la región. El conflicto en Flandes se entrelazó con la hostilidad de la Inglaterra protestante de Isabel I, exacerbada por los ataques de piratas británicos en el Atlántico. Felipe II, en un intento por frenar estas amenazas, decidió invadir Inglaterra, sufriendo su mayor derrota con el fracaso de la Armada Invencible en 1588.

Política Religiosa y Represión

Felipe II se erigió como el máximo defensor del catolicismo en Europa, aplicando los principios del Concilio de Trento, declarados obligatorios en la península en 1564. Se censuraron libros, se prohibió estudiar en el extranjero y la Inquisición persiguió a los moriscos, quienes protagonizaron una insurrección en la Alpujarra. La represión religiosa también se utilizó como herramienta para sofocar cualquier forma de oposición a la autoridad real. El caso de Antonio Pérez, secretario de Felipe II, quien huyó a Aragón buscando protección, evidenció la centralización del poder. Felipe II, acusándolo de herejía ante la Inquisición, intervino militarmente en Aragón, poniendo fin a la autonomía foral y demostrando el alcance de su poder.

La Unidad Ibérica

La Unidad Ibérica se refiere a la unificación de todos los reinos de la Península Ibérica bajo un mismo monarca, un proyecto anhelado por visigodos y los Reyes Católicos. Felipe II logró esta unificación tras la muerte del rey Sebastián de Portugal en 1578 y de su sucesor, el cardenal Enrique, sin descendencia. La disputa por el trono portugués entre Antonio de Crato y Felipe II (apoyado por la alta nobleza y el clero portugués) se resolvió a favor de Felipe. Sus tropas, dirigidas por el Duque de Alba, vencieron en 1580. En 1581, las Cortes de Tomar reconocieron a Felipe como rey de Portugal con el título de Felipe I, quien prometió mantener los privilegios del reino. La Unidad Ibérica fue, por lo tanto, una unión personal de las coronas, logrando la unificación deseada por los Reyes Católicos, aunque Portugal recuperaría su independencia en 1640.