Poesía española: desde principios del siglo XX hasta la posguerra
En el siglo XIX, la literatura española no fue tan brillante como en otras naciones. El Romanticismo llegó tarde y no brilló con la misma intensidad, los poetas se perpetuaron en un estilo romántico que ya no sorprendía al público, como ocurrió con Zorrilla. Mientras en España no se producía nada nuevo ni innovador, en Francia se estaba produciendo una revolución absoluta con el Simbolismo, con Baudelaire y Mallarmé, entre otros. La renovación de nuestra poesía llegaría desde América por medio de Rubén Darío y su obra Azul de 1888, con un gran simbolismo y parnasianismo, introduciendo el Modernismo.
El Modernismo
El Modernismo se inicia con Rubén Darío, pero nunca llegaría a ser una poesía sólida ni consolidada en España. No se puede hablar de un grupo modernista en nuestra poesía, pero nuestros grandes poetas tuvieron inicios que jugaban con las técnicas y los símbolos modernistas, como Machado, Juan Ramón Jiménez o Valle-Inclán.
La Vanguardia
La Vanguardia, que surge del Modernismo, surge de los autores modernistas que se reunían en el café Pombo. El fenómeno vanguardista se extiende gracias a las revistas literarias, como Grecia, Cervantes o Cosmópolis. Autores como Gómez de la Serna, Guillermo de la Torre o Gerardo Diego se acercan a los vanguardistas y traen a España el Creacionismo.
Juan Ramón Jiménez
En 1916 se publica Diario de un poeta recién casado, que supuso un punto de inflexión en nuestra literatura. Refleja perfectamente cómo ha bebido de los movimientos anteriores y servirá de ejemplo para autores más jóvenes. En su diario, Juan Ramón hace una interpretación personal de toda la poesía pura de autores precedentes.
Generación del 27
Todos los autores de esta generación, en sus primeros libros, tienen como maestro a Juan Ramón Jiménez. Es una generación que rinde homenaje a Góngora en el año 1927.
Miguel Hernández
En Miguel Hernández hay una síntesis de toda la poesía anterior. Cuando empieza a escribir, ha leído autores como Rubén Darío y Vicente Medina, pero su obra poética se abre gracias a la lectura de autores de la Generación del 27. Miguel se entusiasma con la lectura de Jorge Guillén. Otra de sus influencias es Federico García Lorca, por quien conocerá a Góngora. Miguel leerá su Polifemo y Las Soledades y comenzará a escribir en octavas reales, donde se aprecia la influencia de Rubén Darío, García Lorca y Góngora. Después viaja a Madrid, donde recibe la influencia de Pablo Neruda, quien le aporta irracionalismo. Después, poco a poco, adquiere un tono personal. La Guerra Civil produce un giro en su poesía, se refleja la figura del poeta en la trinchera y su poesía se vuelve combativa y desgarrada ante el horror de la guerra.
Poesía de Posguerra
Acabada la guerra, el país está en ruinas y dividido en dos bandos, al igual que su literatura. Los grandes poetas anteriores al 36 pierden su unión: los que no han muerto (Unamuno, Machado, García Lorca) han huido al exilio (Juan Ramón Jiménez, Alberti). Permanecen en España Dámaso Alonso y otros. Se distinguen tres grupos:
- Los del bando perdedor, exiliados o que se exiliaron antes de la guerra: El tema de la patria perdida y el lamento por España son recurrentes (Juan Ramón Jiménez, Alberti).
- El bando vencedor: Es el caso de Leopoldo Panero.
- Los que permanecen en España sin pasión ni alegría por la situación: Debido a la censura, no afrontan una crítica contra el régimen, sino que cultivan una poesía vanguardista (Dámaso Alonso y Aleixandre).
Tradición y vanguardia en Miguel Hernández
Una primera etapa vendría marcada por los balbucientes escarceos del pastor-poeta oriolano, observador agudo y perspicaz de cuanto existe a su alrededor —en especial, los elementos de la naturaleza y el paisaje levantinos— y admirador de poetas como Virgilio, San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Garcilaso, Góngora, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Antonio Machado y, de forma muy particular, su paisano Gabriel Miró. Algo más tarde, recibirá la influencia de Calderón y de Quevedo, para regresar nuevamente a Góngora.
Además de Miró, otra persona que marcó poderosamente al joven Hernández fue su amigo José Marín (Ramón Sijé), a quien conoció en 1929. Él sería quien contagió a Miguel el amor por los clásicos.
Por el camino de la modernidad y la vanguardia
El 30 de noviembre de 1931, Miguel Hernández emprende su primer viaje a Madrid, con la ilusión y la esperanza de ver reconocida la todavía incipiente creación de ese pastor “un poquito poeta”, como él mismo se autodefine en la carta que ese mismo mes dirige a Juan Ramón Jiménez pidiéndole que lo reciba en su casa y lea los poemas que lleva escritos.
Pero lo cierto es que, a pesar de las recomendaciones favorables de algunas personas, no obtiene los frutos apetecidos y se ve obligado a regresar a Orihuela el 15 de mayo de 1932. No obstante, la dura experiencia ha merecido la pena, pues ha podido constatar que su nivel poético no está a la altura de lo que él ha alcanzado a ver en la capital de España. De ahí su decisión de acercarse hacia los movimientos vanguardistas y de renovar su lenguaje, su técnica y su estilo, de modo que le permitan expresar de forma mucho más adecuada y actual, especialmente gracias a la metáfora, todo aquello que constituye su bagaje cultural y humano. Para dicho acercamiento a la poesía vanguardista, hay un acontecimiento que resultó de capital importancia: la conmemoración del tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, en 1927. Será a partir de entonces cuando Miguel entre en contacto con la poesía de Rafael Alberti. Será entonces cuando comience a cultivar el endecasílabo, las octavas reales, las décimas y el gusto por la metáfora elaborada, que darán como resultado su libro Perito en lunas.
El descubrimiento del amor
Con la publicación de El rayo que no cesa, Miguel Hernández aparece como un poeta que ha asimilado plenamente la influencia de Quevedo y del dolorido sentir garcilasiano, así como la forma estrófica del soneto. Todo lo cual le sirve para expresar a la perfección su pasión de enamorado, después de haber iniciado, en el otoño de 1933, una relación con la que acabaría siendo su esposa, Josefina Manresa. Por otra parte, también se puede observar la influencia de Pablo Neruda. En esta línea, comprobamos cómo, a partir de ahora, a Miguel le preocupa profundamente el problema de la existencia humana y, en particular, el de su vida particular y concreta, llena de amor y de dolor, de ansiedad y de deseo.
Poesía revolucionaria
Con el estallido de la Guerra Civil, la poesía de Miguel Hernández da un giro radical hasta llegar a convertirse en esa especie de paradigma, casi de mito, para quienes vieron en él al poeta comunista, luchador y mártir por la causa de la libertad, al tiempo que se olvidaban de aquel otro Miguel Hernández otrora cultivador de la poesía clásica y aferrado a un ferviente catolicismo.
Su producción bélica se puede resumir en dos libros de poesía: Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939), bastante diferentes en cuanto a registros poéticos.
Viento del pueblo, que ve la luz en el verano de 1937, es un libro en el que vemos a un escritor profundamente enraizado en el pueblo.
El hombre acecha, que estaba prácticamente concluido a comienzos de 1939, es un libro que se abre con una “Canción primera” en la que aparece una contundente afirmación: “Hoy el amor es muerte, / y el hombre acecha al hombre”. En efecto, El hombre acecha es el resultado de una visión trágica, desalentada de la vida y de la muerte. Muertes sin sentido, violencia, crueldad y odio configuran los 19 poemas de este libro, escrito también en versos heptasílabos y octosílabos, aunque con un predominio de endecasílabos y alejandrinos.
La cárcel y la muerte (1939-1942)
El que sería su último libro, Cancionero y romancero de ausencias, compuesto entre octubre de 1938 y septiembre de 1939, fue entregado por Miguel a su esposa en dicho mes de septiembre y permanecería inédito durante varios años. En este libro, en el que Miguel Hernández alcanza la expresión de su madurez poética, observamos cómo la metáfora se eleva hacia sus cotas más altas de perfección y de expresividad. Una poesía, además, plasmada en poemas breves y versos cortos —algunos de ellos podrían ser considerados auténticas sentencias quintaesenciadas—. En cuanto a los diversos asuntos tratados por el poeta, nos parece interesante destacar aquellos que están referidos al ámbito familiar: los besos a la mujer amada; la ausencia y la distancia. Todos estos temas dotan a sus poemas de una verdadera voz propia, muy intimista, gracias a la cual el poeta se aparta de muchas de las influencias literarias recibidas hasta el momento.