La Romanización de Hispania: Un Legado Imborrable

1. La Romanización: Un Proceso Transformador

El proceso de romanización, que se extendió desde el siglo III a.C. hasta el siglo II d.C., marcó un hito en la historia de la Península Ibérica. Este proceso implicó la adopción, por parte de las poblaciones autóctonas, de las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales de Roma. La romanización se puede analizar desde dos perspectivas principales:

1.1. La Conquista Militar

La conquista militar de la península se desarrolló en tres etapas principales:

  • Conquista de la fachada mediterránea (218 a.C. – 197 a.C.): Desde el desembarco de Publio y Cneo Escipión en Ampurias durante la Segunda Guerra Púnica hasta la primera división provincial.
  • Conquista de la Meseta (153 a.C. – 133 a.C.): Con dos episodios destacados: la guerra de Numancia y la guerra contra los lusitanos, liderados por Viriato.
  • Conquista de la cornisa cantábrica (29 a.C. – 19 a.C.): Con las guerras cántabras.

1.2. La Romanización Cultural

La romanización cultural, en un sentido amplio, abarcó aspectos políticos, económicos, administrativos y artísticos. Fue a través de esta dimensión que se evidenció la superioridad de Roma y la integración de la península en una estructura política superior, primero como parte de la República y luego del Imperio romano. Los elementos más importantes de esta romanización fueron:

1.2.1. La Lengua

El latín se convirtió en el principal vehículo de transmisión de la civilización romana, desplazando a las lenguas vernáculas. Impulsado por las legiones, el latín se convirtió en la lengua común y oficial de la administración, sentando las bases de la mayoría de las lenguas actuales de la península.

1.2.2. El Derecho

La integración de la península en la estructura política romana implicó la adopción de la ley romana. Esto se manifestó en el trato diferenciado a las ciudades (sometidas, estipendiarias y federadas) y en dos hitos clave: la extensión del derecho latino a todos los habitantes libres del imperio y la posterior concesión del derecho romano a todos los habitantes libres del imperio por el emperador Caracalla en el año 212 d.C.

1.2.3. La Administración

Tras la conquista militar, los romanos organizaron la administración de los nuevos territorios. En el año 197 a.C. se crearon dos provincias, Hispania Citerior e Hispania Ulterior. La división provincial se adaptó a medida que se incorporaban nuevos territorios. Con Augusto, se establecieron cinco provincias (Tarraconensis, Carthaginensis, Baetica, Lusitania, Gallaecia), que aumentaron a seis en el siglo III d.C. con la inclusión de la Balearica. Cada provincia, ya sea senatorial o imperial, tenía una capital (Tarraco, Cartago Nova, Hispalis, Bracara, Emerita Augusta, etc.), sede de las autoridades provinciales. Un pretor gobernaba la provincia, que se dividía en conventos jurídicos con su capital de convento. En la base, las ciudades eran gobernadas por una Curia compuesta por magistrados llamados Ediles y Duumviros. Esta magistratura local facilitó la integración de las clases altas de los pueblos de la península, generalmente dentro del orden social de los equites o caballeros.

1.2.4. La Economía

La conquista romana de la península supuso un cambio en el plano económico: los recursos se desarrollaron en función de las necesidades de Roma, la metrópoli. La organización económica implicó:

  • Desarrollo de vías de comunicación: Destacan los puertos (Tarraco, Gades, Cartago Nova) y las calzadas, como la Vía Augusta, que conectaba Roma con Gades por el litoral mediterráneo.
  • Circulación monetaria.
  • Organización de la explotación económica: Las tierras se concedieron a particulares (propietarios originales, terratenientes romanos, soldados licenciados) o fueron explotadas directamente por el emperador o el senado. La agricultura producía cereal, vid, olivo y productos de regadío, beneficiándose de nuevas técnicas. La minería fue otra actividad crucial, explotando plomo, mercurio, cobre, oro y plata. La artesanía y la pesca también fueron importantes. La península exportaba productos agrícolas (como el aceite), minerales, manufacturas, soldados, esclavos y otros productos como el garum.

2. El Impacto de la Romanización en Hispania

La Península Ibérica experimentó una romanización temprana e intensa, especialmente en la Baetica. Las ciudades, centros neurálgicos de la civilización romana, concentraron la política, la administración, la economía y las comunicaciones. En España, existen ejemplos notables de ciudades fundadas o potenciadas por la presencia romana, como León, Barcelona, Cartagena, Mérida, Zaragoza, Tarragona, Sevilla, Itálica, Segóbriga, Valeria y Baelo Claudia. La riqueza del patrimonio romano en la península es excepcional, incluyendo calzadas, acueductos, teatros, anfiteatros, circos, tumbas, epigrafía, esculturas y necrópolis. La región de Murcia destaca por el conjunto arqueológico de Cartagena, los restos de los puertos de Mazarrón y Águilas, y un conjunto de villas romanas.

La adaptación de los hispanos a la civilización romana fue tan profunda que grandes figuras de la historia romana tuvieron origen peninsular: emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio; el filósofo Séneca; el poeta Lucano; el poeta satírico Marcial; el naturalista Columela; el retórico Quintiliano; y el geógrafo Pomponio Mela.

3. Conclusión: Un Legado Perdurable

La romanización representó una ruptura histórica en la Península Ibérica. La península, que antes albergaba numerosos pueblos independientes, se integró en un imperio, transformando sus estructuras políticas, económicas, sociales y culturales. Aunque su origen fue una dominación militar, la romanización se considera un factor de progreso para la historia de España, incluso en zonas donde su impacto fue limitado, como el País Vasco.