Postimpresionismo: Cézanne, Van Gogh y Gauguin

Postimpresionismo

Contexto histórico

Hasta el último tercio del siglo XIX, el estado de ánimo dominante entre la burguesía era de claro optimismo y una fe ciega en el progreso. El formidable desarrollo científico, tecnológico e industrial, junto con la próspera expansión imperialista de las naciones europeas más desarrolladas por todo el mundo, permitía obtener toda clase de materias primas y ampliaba el mercado para consumir productos occidentales de forma planetaria. Daba la impresión de que la riqueza y el poder occidentales carecían de límites, garantizando la expansión infinita del sistema capitalista.

Pronto, esta ilusión se disolvió por la propia concurrencia de las potencias occidentales que se disputaban el mercado mundial, provocando rivalidades y guerras. En el siglo XX, la Guerra Franco-Prusiana, perdida por los franceses, generó el fenómeno revolucionario de la Comuna de París de 1871. Esta situación cambió el optimismo previo, repercutiendo especialmente en el terreno de la cultura.

Paul Cézanne (1839-1906)

Nacido en Aix-en-Provence, cerca de la costa del Mediterráneo, Cézanne, de vigoroso temperamento emocional, llegó a París en 1861, lleno de entusiasmo por los románticos. Delacroix fue su ídolo entre los pintores, y su admiración por él nunca se extinguió.

Como Manet, Cézanne se negó a someterse a las normas tradicionales del claroscuro: en vez de modelar una escala ininterrumpida de tonalidades que vaya del oscuro al luminoso, trató las sombras como formas por derecho propio. Pronto empezó a pintar luminosas escenas al aire libre, pero jamás sintió el interés de sus colegas impresionistas por los temas de “fragmentos de la vida”, por el movimiento y el cambio.

Hacia 1879, cuando compone el Autorretrato, había resuelto “hacer del impresionismo algo sólido y duradero, como el arte de los museos”. En su juventud, Cézanne tomó parte de las exposiciones de los impresionistas, pero quedó tan decepcionado con la acogida que se les brindó que se retiró a su ciudad natal. Pudo consagrar toda su vida a resolver los problemas artísticos que se planteó y a aplicar los criterios más exigentes a sus propias obras. Exteriormente vivió con apacibilidad y holgura, pero estuvo constantemente entregado a una lucha apasionada para conseguir en sus cuadros el ideal de perfección artística que se empeñó en perseguir.

Cristo en el Limbo tiene el fuerte impacto y la expresiva pincelada, eminentemente personal, de esta fase “neobarroca” de la evolución de Cézanne.

Vincent van Gogh (1853-1890)

Mientras Cézanne y Seurat convertían el impresionismo en un estilo más severo y clásico, Vincent van Gogh avanzaba en dirección opuesta, creyendo que el impresionismo no confería al artista suficiente libertad para expresar sus emociones.

Van Gogh, primer gran maestro holandés desde el siglo XVI, no llegó a ser artista hasta 1880 (27 años de edad). Y como murió 10 años más tarde, su carrera fue aún más breve que la de Seurat. Al principio, se interesó por la literatura y la religión. Quedó profundamente impresionado por el arte de Millet y por su mensaje social, decidiendo hacerse pintor.

Cuando pintó Comedores de Patatas, van Gogh no había descubierto todavía la importancia del color. Un año más tarde, en París, ciudad en la que su hermano Theo trabajaba en una galería dedicada al arte moderno, conocería a Degas, Seurat y otros destacados artistas contemporáneos franceses. Su efecto sobre él fue el de una descarga eléctrica; en adelante, sus cuadros fueron ascuas de color, e incluso llegó a experimentar brevemente con la técnica divisionista de Seurat.

Paul Gauguin (1848-1903)

Su estilo, aunque menos intensamente impersonal que el de Van Gogh, representaba en ciertos aspectos un progreso aún mayor sobre el impresionismo. Gauguin creía que la civilización occidental estaba “desquiciada”.

A la edad de 35 años, se persuadió de que debía dedicarse enteramente al arte; abandonó su carrera de comerciante, se separó de su familia, y en 1889 se había convertido en el personaje central del nuevo movimiento llamado Simbolismo o Sintetismo. Gauguin abandonó París para irse a vivir entre los campesinos de Bretaña, al oeste de Francia. Observó particularmente que la religión seguía formando parte de la vida ordinaria de las gentes del campo, y en cuadros tales como La Visión después del sermón (La lucha de Jacob con el ángel) trató de pintar su fe sencilla y firme.