Literatura española de finales del siglo XIX a principios del siglo XX: Modernismo, Generación del 98 y Novecentismo

LITERATURA DE FIN DE SIGLO: LA GENERACIÓN DEL 98 Y EL MODERNISMO. LA NOVELA Y EL TEATRO ANTERIOR A 1936

Tras el desastre de 1898, España vive años turbulentos en los que se pone de manifiesto la inoperancia de la política española, que no es capaz de sacar al país de la profunda crisis en la que se encuentra. Crisis que culminará en el año 1936 con el estallido de la Guerra Civil. Sin embargo, será una época muy fructífera desde el punto de vista literario, en la que se irán superponiendo tendencias y movimientos de gran relevancia.

En una primera etapa, triunfa el Modernismo, movimiento fundamentalmente poético, que nace en Hispanoamérica a finales del siglo XIX y es difundido en España por Rubén Darío (Azul, Prosas profanas, Cantos de vida y esperanza). Su auge fue breve y puede considerarse agotado hacia 1915, pero su importancia fue crucial porque supuso la total renovación de la poesía española. A través de él nos llegaron los aires franceses parnasianos y simbolistas y el decadentismo inglés e italiano con su gusto por la estética versallesca de modales cosmopolitas, mundanos, refinados y aristocráticos alejados del prosaísmo que impone el espíritu materialista burgués. Su rebeldía, malestar y constante insatisfacción les lleva a odiar la fea realidad que les ha tocado vivir y por ello se evadirán hacia mundos exóticos, orientales y mitológicos, estéticamente bellos, y adoptarán actitudes poco acordes con la estricta moralidad de la época. Su afán innovador y su insaciable búsqueda de la belleza convierten sus obras en una poesía sensorial: sus poemas se llenan de música, de colores y sabores… mezclando sensaciones a través de espectaculares sinestesias y se experimenta con los metros y con las formas estróficas tradicionales. Serán modernistas en sus primeras etapas Antonio Machado (Soledades, Galerías y otros poemas), Juan Ramón Jiménez (Arias tristes) y Valle-Inclán (Sonatas).

A raíz del desastre del 98, los noventayochistas proponen una reforma total de las conductas sociales y morales de los españoles. Desde una perspectiva muy subjetiva, presentan el tema de España con el objetivo de descubrir su alma a través del paisaje, especialmente de Castilla, y de la historia del hombre anónimo y de su vida cotidiana. Lo que Unamuno llamó intrahistoria.

Además, su preocupación existencial les lleva a abordar desde el sentido de la vida hasta los problemas religiosos y los conflictos psicológicos del ser humano. Su técnica estilística también se vio afectada por el talante reformador. Rechazan la expresión retórica y grandilocuente, defienden la claridad y la sencillez, la precisión léxica y la utilización de las palabras “terruñeras”, de sabor local o arcaico.

Cultivan todos los géneros. En poesía destacamos a Antonio Machado, quien en Campos de Castilla revela su pasión por esta tierra. Las Nivolas de Unamuno proyecta sus inquietudes existenciales y religiosas (Niebla, San Manuel Bueno, mártir). Pío Baroja centra su narrativa en la crítica a la hipocresía y la injusticia social (El árbol de la ciencia, La Busca). Azorín es el novelista del detalle lírico, del paso del tiempo (La voluntad). Valle Inclán evoluciona del Modernismo hacia una creación personal e innovadora, el esperpento, (Tirano Banderas).

La novela también será uno de los géneros preferidos por los novecentistas, partidarios de un arte intelectual y deshumanizado, quienes desarrollarán un estilo tendente a la morosidad, a la lentitud, a la digresión que refleja el pensamiento abstracto y deja en un segundo plano lo argumental y lo sentimental. En ella encontramos el humorismo de Wenceslao Fernández Flórez (El bosque animado), la novela deshumanizada de Benjamín Jarnés (El profesor inútil), la novela intelectual de Pérez de Ayala (A.M.D.G y Troteras y danzaderas) y la novela lírica de Gabriel Miró (Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso).

El teatro noventayochista será también innovador porque introduce las técnicas y temas profundos del teatro europeo, pero el público lo rechaza y por ello será un teatro marginado en su época. Unamuno (Fedra), Azorín (Old Spain) y sobre todo, Valle Inclán, que, junto a Lorca, es el más innovador de nuestros dramaturgos. Valle explora nuevos caminos en los que triunfan las pasiones violentas, supersticiones y episodios truculentos de su Galicia mítica y rural (Divinas palabras). Simultáneamente desarrolla las farsas, con personajes convertidos en fantoches y marionetas ridículas en un entorno grotesco. Finalmente la fórmula en la que cuajan las líneas anteriores es el esperpento, género literario propio, basado en la deformación sistemática de la realidad, de personajes y valores, con el que denuncia la sociedad española contemporánea (Luces de bohemia). Seguidores de esta senda innovadora son los novecentistas y los de la generación del 27, con Lorca a la cabeza (La casa de Bernarda Alba). Este tipo de teatro choca frontalmente con el teatro que triunfa, muy del gusto burgués, como el teatro modernista de Francisco Villaespesa (En Flandes se ha puesto el sol o Las hijas del Cid) y Eduardo Marquina (Aben Humeya). Triunfo espectacular tiene la comedia de Jacinto Benavente, que aborda someramente problemas típicos de la vida burguesa (Los intereses creados o La malquerida), los sainetes costumbristas de los hermanos Álvarez Quintero (Mariquilla Terremoto), la comedia grotesca de Arniches (La señorita de Trevélez) y el astracán disparatado de carcajada sonora de Pedro Muñoz Seca (La venganza de don Mendo).

LA NOVELA ESPAÑOLA DEL AÑO 75 HASTA NUESTROS DÍAS. TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS

En la década de los 70, España experimenta una profunda transformación, con la transición de la dictadura a la democracia. Desde la muerte de Franco (1975), nuestro país camina hacia la modernidad. Inicia relaciones con nuestros países vecinos y, en definitiva, consigue poco a poco la normalidad democrática. Sin embargo, desde un punto de vista literario no hay perspectiva suficiente para distinguir si realmente esta época supuso un verdadero punto de inflexión. Lo cierto es que se dice adiós a la censura que, durante casi cuarenta años, había marcado profundamente la creatividad de los escritores. Sin embargo, la desaparición de la censura no hizo aflorar grandes obras ocultas ni hizo eclosionar el supuesto talento oprimido por culpa del dictador. Regresaron numerosos exiliados y, aunque se les tributaron algunos homenajes, no alcanzaron la suficiente repercusión pública, pero sí es cierto que se pudo conocer mejor su obra.

En cuanto a la narrativa, conviven varias generaciones de novelistas en activo. La mayoría, sin abandonar del todo la tendencia experimental de años anteriores, que había surgido al abrigo aperturista de los últimos años del franquismo y que había dado a conocer los grandes novelistas europeos e hispanoamericanos, va a dar un giro hacia la narratividad, hacia la recuperación de los argumentos nítidos, de la anécdota y de la intriga, como ya anunciaba La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza (1975).

Podemos hablar así de unos rasgos comunes en las novelas de estos años como:

  • La preferencia por los ambientes urbanos.
  • La importancia de la memoria, de la indagación en el pasado (con frecuencia mediante el diálogo).
  • La mayor preocupación por los problemas individuales que por los colectivos.
  • La renuncia a las grandes pretensiones de los novelistas sociales puesto que no pretenden explicar ni cambiar el mundo.
  • El aprovechamiento de subgéneros como el policiaco o el histórico.
  • El rechazo de la tradición narrativa española en favor de la extranjera, especialmente anglosajona, filtrada muchas veces a través de la novela hispanoamericana.

Además, no podemos obviar un fenómeno importante como es los innumerables premios literarios que contribuyen a animar el panorama creativo. Algunos son institucionales como el Cervantes o el Nacional de Narrativa y otros son otorgados por las editoriales (Nadal, Planeta, Alfaguara) que son, en definitiva, quienes se benefician de la literatura comercial.

Desde los años ochenta, con reservas por falta de perspectiva, podemos destacar:

Novela testimonial

A modo de crónica generacional de quienes vivieron en su juventud los últimos años del franquismo y la transición como Muchos años después (1991), de José Antonio Gabriel y Galán.

Novela experimental y metanovela

Que reflexiona sobre el proceso de su propia creación, como las cuatro novelas que conforman Antagonía, de Luis Goytisolo o, en menor medida El desorden de tu nombre (1988), de Juan José Millás.

Novela lírica

Muchas veces de base autobiográfica, Francisco Umbral con Mortal y rosa o Las ninfas (1976). Julio Llamazares con La lluvia amarilla (1988), sobre el abandono del mundo rural. En una línea intimista, Carmen Martín Gaite con Nubosidad variable (1992). Introspección psicológica: El metro de platino iridiado, de Álvaro Pombo, también las novelas de Javier Marías, con cierta intriga, digresiones reflexivas y un lenguaje muy personal (Corazón tan blanco, 1992).

Novela histórica

Ya sea sobre historia reciente (El jinete polaco, 1991), de Antonio Muñoz Molina o lejana, El hereje (1998) de Miguel Delibes o más recientemente Santiago Posteguillo quien recrea en numerosas novelas la historia de la antigua Roma. Sobre la Guerra Civil, especialmente desde la óptica de los derrotados, El lápiz del carpintero (1988), de Manuel Rivas, El corazón helado (2007) de Almudena Grandes. La durísima posguerra es el tema de Los pacientes del doctor García que fue Premio Nacional de Narrativa en 2018, de Almudena Grandes o Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez. Otra temática desdibuja la frontera entre realidad y ficción entre autor real y narrador, mediante la investigación ficcionalizada sobre un personaje real La máscara del héroe (1996), de Juan Manuel de Prada, o Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas. Fernando Aramburu en Patria (2016) aborda el terrorismo de ETA.

Novela de intriga

Manuel Vázquez Montalbán: Los mares del sur (1979) y Antonio Muñoz Molina: El invierno en Lisboa (1987), Beltenebros. Eduardo Mendoza: El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas, La aventura del tocador de señoras, con influencia de la novela negra. Javier Cercas con su novela Terra Alta, Premio Planeta en 2019.

Novela realista

En un sentido amplio, que da cabida a manifestaciones deformantes, oníricas, etc. Luis Mateo Díez: La fuente de la edad (1986); Luis Landero con Juegos de la edad tardía (1989), recreación cervantina.

Para finalizar hay que hacer referencia a una generación de autores más jóvenes que cultivan una prosa ágil, con mucho diálogo y un lenguaje desenfadado que intenta retratar la generación del rock, las drogas y el sexo como Juan Ángel Mañas: Historias del Kronen o Lucía Etxebarría: Beatriz y los cuerpos celestes. Benjamín Prado: Alguien se acerca, con mayores pretensiones literarias y un largo etcétera pues estos últimos años son de enorme vitalidad para la novela.

EL NOVECENTISMO Y LA GENERACIÓN DEL 14: EL ENSAYO, LA NOVELA NOVECENTISTA. JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

La Primera Guerra Mundial pone fin al siglo XIX porque con ella muere el optimismo del pensamiento positivista y racionalista propio del capitalismo industrial de la sociedad burguesa decimonónica. La recuperación económica de la posguerra da lugar a los felices años veinte, un periodo de prosperidad que entiende la vida, el arte y la literatura como un juego alocado y sin finalidad trascendente. El crack bursátil del 29 acaba con esta jovialidad y con las vanguardias artísticas y literarias y se pasará a una literatura comprometida social y políticamente. La etapa se cierra con la Guerra Civil española (tras la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República) y la Segunda Guerra Mundial.

En España, en este periodo, se desarrollarán la generación del 14 o Novecentismo y las vanguardias.

El Novecentismo es un movimiento renovador, con una estética intelectual y racional, que reacciona en contra de los movimientos literarios precedentes. Para los novecentistas existe la estética de la inteligencia que produce un arte puro y autosuficiente dirigido a proporcionar un placer meramente estético que debe estar alejado de la realidad y del subjetivismo. Se potencia lo intelectual frente a lo sentimental y, por ello, la vida y el arte han de mantener una distancia absoluta. El arte se deshumaniza y por eso se convierte en un arte hermético y de minorías. La obra de arte bien hecha es fruto de un riguroso y disciplinado trabajo intelectual que ha de refrenar la libre inspiración. El estilo, en consecuencia, es más formal, frío, pulcro y racional, menos emocional y lírico ya que el autor se distancia de su obra.

Se cultiva el ensayo, con predilección por los temas del problema de España y de las ideas estéticas en el que destaca Ortega y Gasset. En La España invertebrada plantea los requisitos que la sociedad española tiene que superar para evitar su fragmentación. La rebelión de las masas manifiesta la necesidad de la dirección de una minoría intelectual que llevaría al país a la modernidad y en La deshumanización del arte sistematiza el nuevo arte al margen de los gustos populares.

La novela desarrollará un estilo tendente a la morosidad, a la lentitud, a la digresión que refleja el pensamiento abstracto y deja en un segundo plano lo argumental y lo sentimental. En ella encontramos el humorismo de Wenceslao Fernández Flórez (El bosque animado), la novela deshumanizada de Benjamín Jarnés (El profesor inútil), la novela intelectual de Pérez de Ayala (A.M.D.G y Troteras y danzaderas) y la novela lírica de Gabriel Miró (Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso).

En teatro, destacan Ramón Gómez de la Serna (Los medios seres) y Jacinto Grau (El señor de Pigmalión).

En cuanto a la poesía novecentista, se suele identificar con la poesía pura, poesía de la inteligencia que anhela la perfección formal y la palabra poética autosuficiente. Juan Ramón Jiménez y su búsqueda incansable de la belleza, del conocimiento y de la esencialidad es un claro ejemplo de esta poesía.

La trayectoria poética de Juan Ramón Jiménez puede identificarse con un progresivo proceso de depuración que lleva al poeta a buscar la esencialidad. Sus inicios coinciden con el auge del Modernismo, especialmente simbolista con obras como Arias tristes y Jardines lejanos en los que la musicalidad y los símbolos se muestran de forma constante. Pero rápidamente el poeta expresa su deseo de depuración.

Los excesos modernistas le saturan y pasa de la expresión del sentimiento a la meditación (La soledad sonora). El cambio total se produce cuando Juan Ramón conoce en Madrid a su esposa Zenobia Camprubí, de origen hindú y se deja influenciar por el vitalismo filosófico de Ortega y Gasset. El poeta necesita ahora “el nombre exacto de las cosas”, por ello, su poesía elimina totalmente los ropajes del Modernismo y se convierte en poesía desnuda, esencial. Diario de un poeta recién casado es la obra cumbre de este periodo. En ella confluyen el libro de viaje y el diario íntimo. El marco real es su viaje en barco a Nueva York para casarse con Zenobia y volver a España y le sirve a Juan Ramón para realizar un recorrido introspectivo por la propia conciencia, ese viaje interior se llena de profundo misticismo procedente del místico español San Juan de la Cruz, de la mística hindú y del poeta Tagore que el poeta conocía gracias a las traducciones de Zenobia. El mar y su dinamismo y ritmo cambiante generan el verso libre, el oleaje le lleva a abrazar el deseo de no sentirse seguro y firme y por ello experimentará con la nueva versificación.

En 1936 partió hacia Puerto Rico y allí escribe sus últimas obras: La estación total, Animal de fondo, etc. en los que sobrevuela el tema de la muerte y el ansia de eternidad pues Juan Ramón piensa que la muerte no es el final porque el hombre, cuando encuentra a Dios, se encuentra a sí mismo y así se entrega a la eternidad.