Regiones Biogeográficas de España: Un Recorrido por su Flora y Paisajes

Las regiones biogeográficas de España

La Biogeografía es una rama de la Geografía que describe y explica la distribución del mundo viviente a partir de los datos del clima, suelo y vegetación, y de las relaciones de los seres vivos con el medio ambiente. En la vegetación incide, pues, el relieve, la litología y el clima en todas sus variantes. Todos estos condicionantes generan un contraste espacial que se manifiesta en una división zonal con modificaciones locales que constituyen las regiones biogeográficas: eurosiberiana, mediterránea y macaronésica. Formaciones vegetales de la España peninsular e insular.

La vegetación es el conjunto de especies vegetales existentes en un territorio. Los geógrafos suelen asociarlas en formaciones vegetales, agrupaciones de plantas que tienen el mismo porte y aspecto.

3.1. El paisaje de la región eurosiberiana

La región eurosiberiana corresponde al área septentrional peninsular de clima atlántico u oceánico (desde Galicia hasta el Pirineo occidental). El clima húmedo, con precipitaciones anuales superiores a 800 mm y sin sequía estival, y las temperaturas, templadas y moderadas, permiten el desarrollo de sus formaciones vegetales características: el bosque caducifolio, la landa y el prado, y el bosque marcescente.

  • El bosque caducifolio. En condiciones óptimas, se define por ser un bosque denso y umbrófilo, con árboles de hoja caduca, tronco recto y gran altura, que compiten entre ellos por ocupar los estratos superiores y alcanzar la luz. Por esta misma razón, en el estrato herbáceo crecen helechos y hierbas tempranas. El bosque ocupa un espacio reducido y, además, ha sido muy modificado por la intervención humana. Entre las formaciones primarias destacan el roble y el haya, y entre las secundarias, el castaño, el pino y el eucalipto.
  • La landa y los prados. La landa o arbusto atlántico es una formación leñosa y densa que aparece en las zonas de suelos más pobres y sustituye al bosque caducifolio cuando éste se degrada debido a la sobreexplotación o a los incendios. Las especies más comunes son el tojo, el brezo y la retama. Cuando la landa es destruida, domina una formación herbácea, los prados, que cuentan con una amplia extensión en la región atlántica.
  • El bosque marcescente. Formado por quejigos y rebollos, es una formación de tipo atlántico pero adaptada a la aridez y resistente al frío. Esto le permite ocupar el área más meridional de la zona atlántica de transición al clima mediterráneo y algunos sectores de montaña.

3.2. El paisaje de la región mediterránea

Se extiende por el espacio peninsular de clima mediterráneo (excepto las áreas de montaña), el archipiélago balear, Ceuta y Melilla. Esta región biogeográfica se caracteriza por la sequía estival, un rasgo que condiciona de manera decisiva el desarrollo de la vegetación. Las formaciones que ocupan esta región son el bosque esclerófilo mediterráneo y la formación arbustiva mediterránea.

  • El bosque esclerófilo mediterráneo. Son especies de hojas perennes, tronco de corteza gruesa y raíces profundas para encontrar agua. No suelen superar los 20 metros de altura, y su copa globosa ayuda a preservar la humedad del suelo. Las especies primarias más significativas son la encina, el alcornoque, el algarrobo y el acebuche. Entre las formaciones secundarias son muy abundantes los pinares. En las penillanuras salmantinas, extremeñas y algunas zonas de Sierra Morena cabe destacar el sistema de dehesa, un bosque aclarado que combina el uso forestal con un aprovechamiento agrícola y pastoril. La combinación más típica es la formada por la encina y el cerdo ibérico.
  • El matorral mediterráneo. Es el resultado de la degradación del bosque por la acción del ser humano. Hay tres tipos característicos: la maquia, que es una formación arbustiva de dos o más metros de altura entre los que destacan madroños, brezos y retama; la garriga, que es una formación menos densa, de porte más bajo y con menor variedad de especies (jara, romero, tomillo y lavanda); y la estepa, una formación abierta compuesta por especies arbustivas y herbáceas xerófilas. Se localiza en los Monegros y la zona semiárida del sureste peninsular. Entre sus especies destacan el esparto, el palmito y el espárrago silvestre.

3.3. El paisaje de la región macaronésica

El archipiélago canario forma parte de la región macaronésica. Las peculiares condiciones geográficas del archipiélago, como su latitud subtropical, su carácter insular y la naturaleza volcánica de sus suelos, dan lugar a una gran riqueza y diversidad de especies, con un elevado número de endemismos que conviven con especies mediterráneas, atlánticas y tropicales. Hay que tener en cuenta, por un lado, que las islas orientales son más secas, y por otro, que la originalidad vegetal del archipiélago se basa en el relieve, que da lugar a una sucesión de pisos que van desde el basal al supracanario, entre los que se distribuyen las distintas especies. Por encima de los 500 metros, coincidiendo con el mar de nubes donde se concentra la humedad, aparece la laurisilva. Son endémicas de Canarias especies como el drago o la violeta del Teide.

3.4. El paisaje de ribera

A lo largo de los ríos, el suelo se impregna de humedad, de modo que este espacio queda colonizado por las especies más exigentes en humedad, como son el aliso, el sauce, el chopo, el álamo, el fresno y el olmo.

3.5. El paisaje de montaña

La vegetación en la montaña se organiza en estratos o pisos; esto se denomina cliserie vegetal. El piso basal (800-1.000 metros) desarrolla una vegetación similar a la de las llanuras limítrofes. El piso montano (1.000-2.200 metros) lo ocupan especies que exigen más agua y soportan temperaturas más bajas, como el haya y algunas coníferas. El piso alpino o supraforestal (a partir de 2.200 metros) está ocupado por una vegetación de tipo herbácea y prados. Por último, en el piso nival (por encima de 3.000 metros) sólo crecen musgos y líquenes.

La intervención humana y sus consecuencias geográficas

Las formaciones vegetales españolas se alejan cada vez más de su estadio climácico o natural por causas como las altas temperaturas, el déficit hídrico o plagas de insectos u hongos, pero también como consecuencia de la actividad humana llevada a cabo durante siglos. Así, podemos destacar la transformación de los usos de los suelos, la sustitución de las especies autóctonas por otras de mayor rendimiento, la deforestación o tala de árboles destinada a obtener tierras para cultivo, pastos, residencias, industrias, infraestructuras, etc. Como consecuencia, se produce un aumento de la erosión del suelo y una pérdida de la biodiversidad y del valor estético y económico del paisaje. Frente a ello, se intentan implantar medidas para lograr una gestión sostenible y de conservación de nuestro patrimonio natural, creando, por ejemplo, una red de espacios protegidos (parques nacionales, reservas naturales, paisajes protegidos, etc.