La política exterior de Carlos V
La política exterior de Carlos V estuvo marcada más por los intereses dinásticos de los Austrias que por los de los reinos españoles. Carlos V no estableció una capital de su monarquía: siempre mantuvo una corte itinerante y se trasladaba donde surgían problemas. Su ideal era una monarquía universal y cristiana dirigida por un doble poder: el espiritual, que concierne al papado, y el terrenal, que correspondía al emperador. Desde esta perspectiva se explican los principales problemas de su reinado: el enfrentamiento con Francia y con los turcos, y la lucha contra la expansión del protestantismo.
La idea de la monarquía universal
La idea de la monarquía universal se enfrentaba a la oposición de Francia, la otra gran potencia de Europa. Durante el reinado de Carlos V, ambos países se enfrentaron en el norte de Italia y en Flandes y Borgoña. Carlos V quería neutralizar a Francia y desalojarla definitivamente de Italia. La superioridad militar española se mostró en la batalla de Pavia (1525), donde cayó prisionero el rey francés Francisco I. El conflicto prosiguió después en Italia, pues Francia se había aliado con el papa Clemente VII. Ello provocó el saqueo de Roma por las tropas de Carlos V (1527) y la firma de paz de Cambrai (1529). Pero la victoria definitiva sobre Francia no llegó hasta la paz de Cateau-Cambrésis en 1559, que firmó su hijo Felipe II.
La amenaza del Imperio Otomano
La otra gran amenaza para la monarquía y para la cristiandad era el Imperio Otomano. Desde el siglo XV, los turcos habían iniciado una expansión por los Balcanes, amenazando las posesiones imperiales en Austria. También amenazaban el Mediterráneo occidental y apoyaban la piratería que, desde el norte de África, asaltaba las rutas comerciales y los puertos de los territorios cristianos. Las actuaciones de Carlos V, en especial la conquista de Túnez (1535), no solucionaron el problema.
La expansión del protestantismo
Pero el asunto más grave fue la expansión del protestantismo, que presentó la ruptura de la unidad de la Iglesia Católica. El hecho de que su principal líder, Martín Lutero, fuese alemán y predicara en el Sacro Imperio representó un grave problema para Carlos V, pues la reforma socavaba una de las bases de su monarquía: la unidad cristiana. Los intentos de coalición, en la Dieta Imperial de Worms (1520), fracasaron. El peligro se agravó al aceptar algunos príncipes alemanes la doctrina de Lutero; rápidamente, el protestantismo se expandió por Alemania y Flandes. La lucha contra el protestantismo se convirtió en la principal preocupación del emperador.
La política exterior de Felipe II
Felipe II mantuvo los principios que inspiraron la política de su padre: la conservación de la herencia dinástica, el mantenimiento de la hegemonía en Europa y la defensa del catolicismo.
La rebelión de Flandes
La rebelión de Flandes fue el problema fundamental de Felipe II. El conflicto comenzó cuando el monarca quiso gobernar con los principios absolutistas con los que gobernaba Castilla. Ello suscitó la inmediata oposición de las oligarquías nobiliarias autóctonas, que veían peligrar su posición de dominio. A la oposición política se unió pronto la religiosa. El calvinismo se había difundido con éxito por las provincias del norte; los intentos del rey por contener su expansión mediante el empleo de la Inquisición fueron inútiles. Al contrario, la política represora enconó los ánimos de los calvinistas y de algunos nobles que se rebelaron contra el monarca en 1556. Para solucionar el conflicto, Felipe II optó por la represión: envió un potente ejército al mando del Duque de Alba, que sometió duramente a los sublevados y ajustició a sus líderes.