LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL EN EL AULA. EL EFECTO PIGMALIÓN
El teorema de Thomas en el aula
Muchos maestros piensan que sus pequeños alumnos están ya dados y resulta difícil modificarles su conducta, modificarlos a ellos mismos. Muchos consideran que los niños, al crecer, evolucionan simplemente y la educación se limita a guiarlos. Al dar por supuesto que los niños son de tal manera, los maestros suelen actuar en consecuencia, es decir, concediendo una atención muy distinta (esperando unos resultados u otros), según el chico de que se trate. Los niños responden conforme a las expectativas que se depositan en ellos, y al cumplirlas grosso modo y adecuarse al papel asignado, el maestro cree haber acertado.
La cuestión incoada en el teorema de Thomas y en la profecía autocumplida de Merton debe aplicarse en las aulas escolares. Esta fue la investigación desarrollada en una escuela elemental norteamericana. Prosiguiendo la profecía mertoniana, la investigación trata de lo siguiente: El 20% de los alumnos de una escuela elemental fueron presentados a sus maestros como capaces de un desarrollo intelectual brillante. Los nombres de estos niños habían sido extraídos al azar. 8 meses después, el coeficiente intelectual de estos niños “milagro” había aumentado de una manera superior a la del resto de sus compañeros no destacados a la atención de sus maestros. El cambio en las expectativas de los maestros respecto al rendimiento intelectual de los niños considerados como “especiales” provocó un cambio real en el rendimiento intelectual de esos niños elegidos al azar.
La construcción social de la identidad
Según la profecía mertoniana, que procede del teorema de Thomas, las definiciones de la situación condicionan y obligan a los individuos a cumplir lo que se define, lo que se espera de ellos. Ambos sociólogos se refieren mayormente a experiencias e interacciones entre actores sociales adultos. En sus escritos, Albert Camus había anotado unos pensamientos para una psicología generosa: “Se ayuda más a un ser dándole una imagen favorable de sí mismo que enfrentándolo sin cesar con sus defectos. Normalmente, todo ser se esfuerza por parecerse a su mejor imagen. Puede extenderse a la pedagogía, la historia, la filosofía, la política”.
Camus dejó escrito un ensayo autobiográfico: El primer hombre. Se trata de una narración en la que agradece el Premio Nobel a su maestro (por sus desvelos, sus presiones para que se examinara de ingreso en el liceo).
A los 44 años, escribe a su querido señor Germain: “Cuando supe la noticia (del Nobel), pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto”. El Nobel francés, recordando que en la Roma antigua se llamaba hombre nuevo al primer miembro de una familia que lograba alguna dignidad, se dice a sí mismo premier homme. En el hombre, la identidad depende mucho del ambiente, favorable o adverso. Desde el punto de vista de la sociología, lo han explicado muchos autores. Uno de ellos es Berger. El sociólogo afirma que la identidad no es algo determinado, sino que se confiere en actos de reconocimiento social: “Nos convertimos en aquello a que nos hemos dedicado. Incluso con los problemas biológicos que se han quedado sin resolver, para ser humanos es necesario que se nos reconozca como seres humanos, igual que para ser un tipo determinado de hombre es preciso que a uno lo reconozcan como tal. El niño privado de afecto y atención humanos llega a deshumanizarse. El niño al que se le respeta llega a respetarse a sí mismo. Las identidades son conferidas socialmente”.
El poder educativo de la fe (Hartmann)
El hombre es un producto social de cabo a rabo. El texto más convincente para lo que nos concierne está en la Ética de Nicolai Hartmann. En un capítulo sobre la confianza y la fe, el profesor de Marburgo hace unos análisis que no se hallan ni en la Ética nicomaquea: “El valor propiamente moral de la vida sólo empieza en la esfera de confianza mutua”. La fuerza moral que emana del creyente es una importante fuerza educadora. La confianza, en general, hace bien al hombre, pero la desconfianza lo perjudica. La fe puede transfigurar al hombre, para bien o para mal; la fe puede mover montañas. La Biblia tiene razón. La primera edición de la Ethik data de 1926; el teorema, de 1928. ¿Influiría la una en el otro? Acaso fueran ideas que flotaban en el aire y que ambos recogieron e interpretaron a su manera. Los hombres y los niños se comportan en buena medida según se espera de ellos; sobre todo los niños dependen especialmente del juicio que se dictamina sobre ellos, juicio favorable o adverso que los estimula o los sofrena. Conviene considerar las consecuencias negativas que pueden seguirse de ciertos comentarios que algunos maestros hacen en presencia de los chicos.
En un trabajo sobre la conducta desviada, Stanton Wheeler considera el paso de los hechos delictivos a los roles delictivos; es decir, de algún acto esporádico al hábito. Los muchachos más proclives a tenerse por rebeldes son aquellos que creen que los demás piensan así de ellos.
Lo que otros sociólogos llaman desviación secundaria es la conducta desviante que se origina como respuesta al proceso global de calificar y asignar un rol desviante a un joven.
En la España actual, pueden leerse las reflexiones que ha publicado en Granada el juez de menores Emilio Calatayud. Es un libro que afronta los problemas de los menores que hacen delitos graves, de una juventud que acaba viviendo sólo de noche, de la imagen errónea de que solo existen derechos para los niños. “El sistema escolar ha fallado, y tenemos muchos problemas con chavales que no tienen ni la mínima formación profesional ni tampoco la titulación básica del Graduado Escolar”. El juez acaba con un irónico decálogo para formar a un delincuente; con esas normas que vemos cumplir a muchos.
La excelencia escolar: una realidad construida
En la escuela, ese microcosmos o pequeña sociedad moral que se constituye en el seno de la grande, se produce, día tras día, una determinada fabricación. La institución escolar, prolongada ya 10 o 12 años, forma y conforma, para bien o para mal, colaborando con la familia o con otros agentes de socialización. El título de este capítulo nos viene sugerido por el de un libro publicado en Ginebra en 1984. La fabrication de l’excellence scolaire, que se tradujo al español por La construcción del éxito y del fracaso escolar. Su autor, Philippe Perrenoud, ha publicado muchos trabajos de sociología de la educación. El traductor, que no se atrevió a hablar de fabricación en el título, vierte el capítulo primero, “L’excellence scolaire, une réalité construite”, por “La excelencia escolar, una realidad fabricada”. Construir o fabricar, no hay gran diferencia. Se trata de mostrar que la excelencia se fabrica en las aulas (pero también el fracaso). La escuela no ha inventado esas jerarquías de excelencia, pero es el lugar idóneo para transmitirlas.
¿Qué cosas suceden en el interior de la caja negra? A fin de averiguarlo, Perrenoud dice: “Tras un decenio, más o menos, la sociología de la educación no se contenta con analizar los flujos de alumnos, las poblaciones escolarizadas, las estructuras de los sistemas escolares, las políticas educativas o los mecanismos de reproducción. Estos problemas siguen vigentes, pero es preciso aclarar el interior de la caja negra que durante mucho tiempo ha sido el sistema de enseñanza, analizar la organización escolar, los establecimientos, las clases en su funcionamiento diario”.
El investigador suizo destaca la evidencia social de que en todas las situaciones de enseñanza colectiva las jerarquías de excelencia son omnipresentes. Es en definitiva la física social, que sigue funcionando en el interior de los muros escolares. En la escuela interior habita la verdad. “En una clase de primaria, los alumnos ya se observan y miden. En ausencia de competición formal se establecen comparaciones. Habrá quien sea el ama de casa más apreciada, el conversador más brillante, el coleccionista más despierto, el mejor catador de vinos. En casi todos los oficios, los individuos se observan unos a otros y aprenden en contacto mutuo”.
Recordemos a Elias. A lo largo de siglos, los europeos se coaccionan y se imitan. Pero ahora el proceso de socialización, que tanto ha variado, se cumple principalmente en la escuela; ahora el centro de gravedad se desplaza a las aulas, de forma que podemos hablar de “escolarización del proceso de socialización”. Hasta tal punto se ha escolarizado el proceso de socialización, que muchos padres españoles no ejercen lo bastante el derecho que les asiste ni cumplen la obligación moral que tienen de marcar a sus hijos pautas claras de conducta. La dejación es hoy más patente. De la escuela a la universidad, los españoles crecen con un horario excesivo, pero esa prolongación descomunal depende de nuestra jornada extraordinaria, en la que el pasado preindustrial parece seguir latiendo. Con más de dos mil horas de trabajo en 2007, aún resultan 219 más que la media de los países del entorno; si se añade la pausa larga para comer, es un panorama insufrible, una organización inaceptable que dificulta la natalidad y los menores aspectos de la vida cotidiana.