El siglo XX es uno de los periodos más inestables de la historia de Europa. Las revoluciones industriales del XIX siguen condicionando la economía y la sociedad, mientras que los medios de comunicación de masas adquieren protagonismo. En el ámbito del pensamiento, tres grandes corrientes marcan el siglo: el existencialismo, el psicoanálisis y el marxismo. En el arte, esas ideas tienen su correlato en las tendencias existencial, experimental y social. En España, la Guerra Civil (1936-1939) configura dos períodos históricos y literarios y el teatro no es una excepción.
El teatro comercial
En el primer tercio del siglo XX en España conviven dos grandes líneas teatrales: Un teatro comercial, de éxito entre los espectadores, que presenta pocas novedades técnicas, se dirige a un público burgués y es escasamente crítico. Y, por otro lado, un teatro renovador, que, en la línea del teatro europeo, busca innovar o bien, con el lenguaje escénico, o bien desde su carga crítica, o con ambas.
En cuanto a las corrientes del teatro comercial, encontramos la alta comedia o “comedia burguesa”. El autor que popularizó el género fue Jacinto Benavente. La alta comedia benaventina se caracteriza por presentar temas de actualidad con una leve crítica y suave ironía, y por la expresión elegante y distinguida. Su obra más destacada es, sin duda, Los intereses creados (1907), que se inspira en la commedia dell’arte italiana.
Por otro lado, se da un teatro poético en verso y con influencia modernista, en el que destacan Valle-Inclán con obras de tema imaginario y Marquina con obras de temática histórica como Las hijas del Cid (1908) y Doña María la brava (1909).
Por último, en la escena comercial, tiene lugar un teatro cómico que aborda temas superficiales con una trama fácil que se resuelve favorablemente y personajes populares que resultan divertidos por su jerga. En esta línea, se aprecia un teatro costumbrista como el de Carlos Arniches (que iniciará después una línea distinta, el teatro tragicómico) o el de los hermanos Quintero. Finalmente, otro tipo de teatro cómico de éxito fue el de Pedro Muñoz Seca creador del astracán, género teatral que basa su comicidad en situaciones disparatadas y en diálogos absurdos como ocurre en La venganza de don Mendo, 1918.
La renovación teatral
Hasta la década de 1920, no se percibe un intento de renovación teatral, que se puede relacionar directamente con nombres propios del panorama literario del momento, como Miguel de Unamuno, Azorín, Rafael Alberti o Max Aub. Aunque, sin duda, los dos nombres propios que representan la renovación teatral española más allá de nuestras fronteras son Ramón María del Valle-Inclán y Federico García Lorca.
Ramón María del Valle-Inclán
En el caso de Valle-Inclán (1866-1936), cuenta en su producción teatral con un teatro poético y modernista, que encontramos en obras como El marqués de Bradomín (1906). La trilogía de tragedias Comedias Bárbaras, y, su obra, Divinas Palabras (1919) representan el ciclo mítico de Valle, que sitúa en una Galicia intemporal y cuya sociedad está dominada por las bajas pasiones humanas.
También habrá sitio para la comedia en la obra de Valle-Inclán, es el caso de las farsas, como La marquesa Rosalinda (1912). También cultivará el teatro breve en Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (1927) y, finalmente, creará el esperpento y su estética deformadora y desgarrada en obras como Luces de Bohemia (1920), obra en la que explicita su teoría del esperpento. Según Valle, el esperpento lo había inventado Goya: es la imagen deformada que nos devuelven los espejos cóncavos.
Federico García Lorca
En el caso de García Lorca (1898-1936), el teatro, cree el autor, debe servir para elevar la sensibilidad del pueblo. Prueba de ese compromiso es la creación de La Barraca en 1931, un grupo de teatro universitario que llevaba los clásicos a los lugares más desfavorecidos del territorio español. En cuanto a su obra dramática, conviven las farsas, las tragedias y, como él mismo denominará, “el teatro imposible”.
La zapatera prodigiosa (1930) y Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín (1933) son dos obras (para actores) de su ciclo farsesco. Las tragedias de Lorca, en las que la protagonista es una mujer que se enfrenta a un medio hostil, son sus obras más representadas: Bodas de sangre (1932), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1936). En ellas, en las que destaca el lenguaje poético, el amor y la muerte son las dos fuerzas que dominan la acción. Finalmente, Lorca denomina “teatro imposible” a su teatro de vanguardia, piezas de influencia surrealista como El público (1933) o Comedia sin título (inacabada).