El teatro en el exilio
En los países americanos prosigue la labor de los dramaturgos importantes exiliados. Siguen con su labor escritores de Teatro que alcanzaron su madurez antes de la guerra civil, como Jacinto Grau, Rafael Alberti, o José Bergamín. Algunos escriben una parte muy importante de sus obras dramáticas en el exilio: Max Aub (1903-1972) escribió más de una veintena de piezas en un acto, de carácter breve y serio y trascendente al mismo tiempo. De lo que él mismo denominaba teatro mayor destacan obras como Morir por cerrar los ojos (1944) o El rapto de Europa (1946), que versan sobre los convulsos tiempos de la guerra civil, los campos de concentración, el nazismo… Alejandro Casona (1903-1965) compuso alrededor de veinte piezas dramáticas durante el exilio en Argentina, tales como Prohibido suicidarse en primavera (1937), La dama del alba (1944) o Los árboles mueren de pie (1949). Sigue escribiendo igual que en los años treinta, con un lirismo y simbolismo no exentos de un cierto didactismo que le reprochan sus peores críticos. Un autor muy interesante que produjo casi toda su obra en el exilio en Chile fue José Ricardo Morales (1915), que siempre anduvo experimentando con el teatro y tratando de expresarse alrededor de los grandes problemas del hombre moderno. Un ejemplo muy importante fue La vida imposible (1947).
El teatro en los años cuarenta
El impacto sobre el teatro del triunfo de la dictadura franquista en la guerra fue tremendo. A la muerte y exilio de autores, directores, escenógrafos y actores, habría que añadir la acentuación de las presiones comerciales y, sobre todo, ideológicas—por medio de la censura—para explicar la extraordinaria pobreza que, en todos sus aspectos, afecta al teatro desde 1939. La censura, que se mantuvo hasta 1977, fue más perjudicial para el teatro que para otros géneros literarios, ya que no solo afectaba al texto sino a la representación, que podía ser suspendida en cualquier momento. Ello alejó a los empresarios de la más mínima aventura experimental e instauró el hábito de la autocensura en los escritores o, en otros casos, condujo a un alegorismo enrevesado para eludirla. El teatro de este período es muy poco interesante. Es un teatro condicionado por el público comercial, la sociedad burguesa del momento, y muy mediatizado por la dictadura franquista. Representa una realidad falsificada, formalmente es viejo y desdeña lo experimental.
- Un teatro cómico, heredero del sainete y del astracán, lleno de situaciones tópicas y chistes lingüísticos de nulo valor literario.
- Un teatro folclórico-musical que casi no es teatro, donde la música asfixia lo literario.
- Un teatro propagandístico del régimen, que oculta la realidad, canta glorias y héroes del pasado.
En la creación dramática son dos las líneas que sobresalen en estos años: El drama burgués y el teatro de humor. Autores como Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura destacan en este período.
El teatro realista de protesta y de denuncia
La década de los cincuenta se abre con tres importantes estrenos: Historia de una escalera (1949), de Antonio Buero Vallejo; la ya citada Tres sombreros de copa (1952), de Miguel Mihura, estrenada en vía muerta porque no lleva a ningún lado; y Escuadra hacia la muerte (1953), de Alfonso Sastre. Con los estrenos de Buero y Sastre se vio la posibilidad de hacer un teatro distinto, que reflejara los problemas del momento, porque ambos se insertan en una corriente que puede considerarse, de modo paralelo a lo que sucede en los otros géneros literarios, realismo social. Sin embargo, el panorama escénico de la España del momento sigue dominado por el melodrama y la comedia burguesa, así como los espectáculos de variedades, zarzuelas, musicales y revistas, y una floreciente cartelera cinematográfica que crece por el influjo de Hollywood. Además, persiste la censura previa, que no impide el crecimiento de un público inquieto, sobre todo de origen universitario. En ese entorno se estrenan con grandes dificultades las piezas de talante crítico, que con ser las literariamente más interesantes, pero que no suelen durar mucho tiempo en escena cuando consiguen vías de representación. En este momento surge un debate acerca de cómo enfrentarse a la dura realidad escénica marcada por la censura y los impedimentos comerciales. Una parte de los autores optan por rebajar su nivel crítico y burlar la censura con alegorías, símbolos o guiños al espectador, con tal de poder poner sus obras en escena. Son los llamados posibilistas, cuyo representante más destacado es Antonio Buero Vallejo. Otros, sin embargo, optan por crear con libertad, aun a riesgo de toparse con el régimen. Fue el denominado imposibilismo, con Alfonso Sastre a la cabeza.
El teatro experimental
Avanzada la década de los sesenta, surge un movimiento de renovación caracterizado por la oposición a la estética realista y la consideración del texto literario como un elemento más, para nada central, del hecho escénico. Adquieren importancia la expresión corporal, los efectos escénicos, la música, la rotura de la barrera frente al público, etc. Las experiencias más interesantes surgen de los grupos de teatro independiente, colectivos cuya actividad inquieta y renovadora se desarrolla al margen de los circuitos culturales establecidos. A pesar de los obstáculos políticos y económicos iniciales, surgen grupos por toda la península. Características generales de estos grupos son: La creación colectiva de la obra, en la que la improvisación desempeña un papel importante. La infravaloración del texto en detrimento de los aspectos más espectaculares del teatro (expresión corporal, danza, música, luces, etc.), provenientes del cabaret, del teatro de variedades, la revista, etc. El mantenimiento de enfoques críticos que no se limitan a lo político y lo social. La ruptura de las convenciones escénicas de espacio y tiempo. Se abandona el teatro a la italiana, por ejemplo, trasladando el escenario al patio de butacas y buscando la participación del espectador. Los grupos más destacados fueron: Els Joglars, Tábano, Teatro Lebrijano, Los Goliardos y el Teatro Experimental Independiente (TEI). Los autores individuales de este período se enfrentaron con más obstáculos que los representantes del realismo social. En primer lugar, porque siguieron siendo fuertemente críticos; en segundo lugar, porque sus novedades estéticas no fueron comprendidas ni aceptadas por un público y una crítica muy conservadores. De ahí que podamos hablar de un teatro soterrado o subterráneo, como en la generación anterior. Francisco Nieva (1929), escenógrafo y autor, ha etiquetado su creación como teatro furioso. El simbolismo, los elementos oníricos y la raíz dadaísta caracterizan obras como La carroza de plomo candente (1971). Fernando Arrabal (1932) consigue fama internacional con una producción escrita en su exilio francés. Su teatro pánico, provocador y rebelde, de gran libertad formal, recoge elementos de las vanguardias de entreguerras —Dadaísmo y Surrealismo—y del teatro del absurdo. Los hombres del triciclo (1958) se estrenó en España, pero fracasó y determinó su decisión de exiliarse. Solo a partir de 1977 se han podido montar en nuestro país títulos como Fando y Lis (1961), El cementerio de automóviles (1966) o El arquitecto y el emperador de Asiria (1967). Otros autores de este período son José Ruibal (1925) o Manuel Martínez Mediero (1939).