Cual es el propósito de la Generación del 27 facts

1º. LA POESÍA DURANTE LA Guerra Civil (Miguel HERNÁNDEZ). LA POESÍA EN LOS AÑOS CUARENTA: POESÍA ARRAIGADA (Luis ROSALES) Y POESÍA DESARRAIGADA (DÁMASO ALONSO)
El compromiso cívico con la realidad conflictiva del momento se manifiesta en la tendencia de la poesía social y política. Durante la Guerra Civil, algunos poetas adoptan posturas muy activas a favor de la causa republicana, contribuyendo con combativos poemas a la creación de un cancionero y romancero de guerra. El poeta más crucial en este momento es Miguel HERNÁNDEZ, denominado “genial epígono” de la Generación del 27. Muy significado políticamente durante la República y la Guerra Civil, fue encarcelado al acabar la contienda en la cárcel de Alicante, donde murió enfermo con solo 32 años. Durante su estancia en prisión escribíó algunos de sus poemas más emotivos, los dedicados a su hijo recién nacido, entre los que destaca “Las nanas de la cebolla”. Aunque su primera obra
Perito en Lunas, es absolutamente gongorina, Miguel Hernández se encuentra en el extremo contrario del arte deshumanizado. Su poesía se caracteriza por su tono arrebatado, una sinceridad profunda y por la perfección técnica. Sus obras El rayo que no cesa, Viento del pueblo, El hombre acecha y el Cancionero y Romancero de ausencias reúnen versos con contenido humano y emocional, en los que el poeta lucha por la justicia y la libertad. Por este motivo, fue considerado un poeta simbólico para las generaciones de posguerra. Pero a partir de los años cuarenta la poesía lírica se encuentra con un panorama de silencio, dolor y muerte impuestos por un conflicto que había 


durado tres años. Difícil era asumir el papel de poeta en un país destrozado, tanto material como espiritualmente. Algunos poetas de las generaciones del 98 y del 27 estaban muertos (Unamuno, Machado, Lorca), otros expatriados (Guillén, Alberti, Cernuda, Salinas…) y otros obligados al silencio (Dámaso Alonso, Aleixandre…). El campo de la lírica quedaba así yermo. Las primeras corrientes poéticas de posguerra, que muestran su preocupación por los temas humanos, se fragmentarán en dos tendencias fundamentales: la poesía arraigada y la poesía desarraigada. Estos nombres, asignados por Dámaso Alonso, implican dos maneras distintas de analizar y vivir el momento histórico. Poesía arraigada: pertenecen casi todos los autores de la llamada Generación del 36 que permanecieron en España y que se identifican con el régimen franquista, aunque posteriormente se distancien de él. Nacidos en torno a 1910, estuvieron vinculados a las revistas Garcilaso y Escorial. En la primera se publicaban poemas de corte tradicional, con Garcilaso de la Vega como símbolo del equilibrio y recuperación de los valores del Imperio español. Entre las carácterísticas principales de esta corriente encontramos una visión del mundo distanciada de la realidad cotidiana del país, ya que los poetas se cobijan en una existencia agradable y ordenada que vuelve la vista a lo doméstico y familiar, al paisaje, al amor, a las cosas bellas…; esto está de acuerdo con la presencia de una religiosidad armónica en la que Dios, como elemento fundamental de orden, les aporta serenidad y confianza. Para plasmar todo ello, en lo formal se decantan por una métrica 


clásica que refleja ese espíritu equilibrado; por ello van a retomar estrofas y composiciones clásicas, sobre todo el soneto. Posteriormente, la mayoría de ellos utilizará el verso libre. Entre los poetas “arraigados” destaca Luis ROSALES, cuya obra La casa encendida (1949) ha sido considerada una de las mejores de la lírica española. Tibiamente falangista, su obra se vuelca en el mundo íntimo, familiar y armónico. Otros nombres en la misma línea son: Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco o Dionisio Ridruejo. Poesía desarraigada: Opuesta a la corriente anterior, tanto temática como formalmente, la poesía desarraigada se decanta por una mirada existencial que expresa la desorientación y el caos de la vida humana. La influencia de Miguel Hernández se hace notar. Estos poetas se reúnen en torno a una serie de revistas, como Espadaña. En consonancia con esa visión desorientada, estos poemas manifiestan un sentimiento de angustia y desesperación ante las circunstancias; la idea de haber sido arrojados a un mundo absurdo produce en ellos un vacío difícil de llenar. Dios no es ya un símbolo de equilibrio y serenidad, sino la única posibilidad de salvación del hombre, por lo que se dirigen a él increpándole y mostrándole el sufrimiento del mundo. La existencia se ve como una lucha con el medio o con el mundo interior. Por ello, hay un abandono del ámbito personal en un intento de solidarizarse con los que sufren; esta idea sentará, años después, las bases de la poesía social. Todo ello se evidencia con un estilo que deja de ser clásico y se torna desgarrado, casi violento; esto se refleja en la utilización de un lenguaje coloquial brusco y duro; la métrica 


tradicional se sustituye a veces por el verso libre y el versículo, que dejan mayor libertad a la angustia existencial. A esta corriente pertenecen autores de diferentes épocas y procedencias: Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre (Sombra del paraíso, 1944), como representantes de la Generación del 27, junto a poetas más jóvenes como Gabriel Celaya y Blas de Otero (en poemas como “Hombre”), que evolucionarán posteriormente hacia la poesía social. Cabe destacar un poemario de DÁMASO ALONSO que lo identifica plenamente con esta corriente tras haber cultivado una poesía pura en su etapa anterior. Se trata de Hijos de la ira (1944), libro que supone un grito terrible contra la injusticia y el sufrimiento humanos, en el que se pide a Dios que dé sentido a una vida dominada por el caos. El lenguaje es agresivo, con una combinación de símbolos y metáforas que configuran imágenes alucinantes. Poema emblemático es “Insomnio”, donde se ofrece la visión de un Madrid poblado de cadáveres reales y simbólicos en versículos que expresan una enorme desazón.


2º. LA POESÍA SOCIAL EN LOS AÑOS 50: GABRIEL CELAYA Y BLAS DE OTERO. Durante los años cincuenta las circunstancias sociales y políticas empiezan a cambiar gracias al reconocimiento internacional del régimen de Franco y la ayuda económica de otras naciones, que traerá consigo un incipiente desarrollo industrial y una mayor apertura de las costumbres. En este nuevo contexto sociopolítico se crea la necesidad de dar testimonio de la situación de España a través de la literatura de compromiso. A mediados de la década surge un nuevo concepto de poesía, alejado tanto de la expresión de la intimidad de los poetas arraigados como de las angustias existenciales de los desarraigados. El poeta se convierte en testigo de su época y utiliza su palabra para cambiar el mundo, tomando partido ante las circunstancias sociopolíticas españolas. Partiendo, pues, de la poesía “desarraigada” se ha pasado a la “poesía social”. Según Celaya, un poeta no puede ser neutral, por ello, los mismos que en la década anterior gritaron contra el dolor y manifestaron su angustia, a partir de 1950 denuncian la marginación, el paro, la falta de libertad, y exigen la justicia y la paz para España. La publicación en 1955 de Cantos Iberos, de Gabriel Celaya, y Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero marcará el comienzo de esta tendencia, que llega hasta los años sesenta. Entre las carácterísticas de la poesía social se encuentran la presencia de un lenguaje inmediato y desnudo de recursos retóricos, a veces cercano al prosaísmo y al panfleto, que se distancia de preocupaciones estéticas. Los poetas se dirigen “a la mayoría”, de ahí la pretensión de claridad y el tono coloquial. 


Por tanto, se valora más el contenido que el aspecto formal de los poemas, si bien los grandes poetas aciertan a descubrir los valores poéticos de la lengua cotidiana. Igualmente, se pasa del yo (existencial, personal) al nosotros (social y colectivo) en un intento de crear una conciencia solidaria que proteste por la injusticia social. Esto se relaciona con el tema de España, tratado desde una perspectiva con tintes políticos. De ello pueden dar cuenta algunos títulos: Que trata de España (Otero), Canto a España (José Hierro), Dios sobre España (Bousoño), etc.Los tres poetas más importantes de esta tendencia son: GABRIEL CELAYA: defendíó una poética de extrema sencillez y transparencia, de defensa de la solidaridad humana, que se abríó con Cantos íberos. Aunque es famoso su verso “la poesía es un arma cargada de futuro”, sin embargo, su poesía no solo estuvo dirigida a lo utilitario, sino que también buscó, en ocasiones, territorios más experimentales. BLAS DE OTERO: su obra ofrece una evolución en varias fases. En su primera etapa, cultivó una poesía desarraigada y existencial, en la que utiliza un lenguaje tenso y violento, como se aprecia en Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951). Más tarde, se convirtió en una de las figuras más representativas de la poesía social. Se aleja de lo personal para volverse solidariamente hacia lo colectivo. Utiliza un lenguaje coloquial y sencillo, en un intento de llegar “a la inmensa mayoría” (opuesto a la minoría por la que apostaba Juan Ramón Jiménez). A esta segunda etapa pertenecen obras como Pido la paz y la palabra (1955). Finalmente, en una tercera etapa, iniciada a mediados de los sesenta, intenta 


recuperar la palabra poética del prosaísmo en el que había caído. Retorna a lo íntimo y utiliza básicamente el verso libre, el versículo y algunos recursos del Surrealismo. JOSÉ HIERRO: también es un ejemplo de esta poesía directa en la que la identidad personal, el paso del tiempo y la derrota son temas fundamentales en unos poemas que llamaba a veces “reportajes” (Quinta del 42, Cuanto sé de mí). Aunque igualmente comprometida moralmente, desarrolló más tarde una lírica más imaginativa y fantástica o más íntima y humorística.


3º. LA POESÍA EN LOS SESENTA Y PRIMEROS SETENTA: LA GENERACIÓN DEL 50 (JOSÉ ÁNGEL VALENTE Y JAIME GIL DE BIEDMA) Y LOS NOVÍSIMOS O GENERACIÓN DEL 68 
GENERACIÓN DEL 50. Hacia 1955 comienzan a percibirse algunos cambios en el panorama poético español. El despegue económico y la elevación del nivel de vida en los sesenta provocan una actitud de conformismo social que hace que los poetas comprometidos de los cincuenta pierdan la esperanza en la poesía como instrumento para cambiar la realidad. Por otra parte, los poetas más jóvenes muestran cierto cansancio de la poesía social, a la que reprochan su excesivo prosaísmo y la ausencia de lo personal en sus poemas. Este nuevo grupo de poetas, nacidos entre 1924 y 1936, comienza a publicar a finales de la década de los cincuenta. 
Son los llamados “niños de la guerra”, que vivieron la contienda en su niñez o adolescencia, por lo que este tema estará también presente en su obra. Sus poemas han sido recogidos en ciertas antologías bajo el rótulo de grupo poético o promoción de los años 50, denominación que parece poco acertada porque, si bien comienzan a escribir en los cincuenta, su poesía marcará sobre todo la década siguiente, cuando alcanzarán su madurez creadora, coincidente con el agotamiento del Realismo social.
Además, a pesar de ese membrete común, estos autores presentan grandes diferencias en el lenguaje poético. No obstante, es indudable que presentan rasgos comunes, que marcan el nuevo rumbo de la poesía a principios de la década de 1960. Por ejemplo, una preocupación fundamental por el hombre, por los problemas 


éticos, sociales, existenciales e históricos que enlaza con el “humanismo existencial”, aunque en este caso huyen de todo tratamiento patético. Cabe señalar, en este sentido, el magisterio de Antonio Machado, y la influencia de otros poetas como Cernuda, Vicente Aleixandre, Leopoldo Panero o Luis Rosales. Para ello, muestran su inconformismo frente al mundo en que viven, aunque cierto escepticismo los aleja de la poesía social. Lo propio de estos poetas es la creación y consolidación de una poesía de la experiencia personal.
Así, sus temas se caracterizan por un retorno a lo íntimo: el fluir del tiempo, la evocación nostálgica de la infancia, lo familiar, el amor y el erotismo, la exaltación de la amistad como valor supremo y universal… 
De entre los numerosos poetas del grupo, podemos destacar:
JOSÉ ÁNGEL VALENTE. Es el principal defensor de la poesía como conocimiento de una realidad. En su poesía tiene tanta importancia lo que no se dice como lo explícitamente dicho. Por eso se habla de poesía del silencio. Lo no dicho se convierte en la esencia del poema.
Formalmente sus textos se caracterizan por una concentración extrema, la expresión sobria y la cuidada selección léxica. Esta condensación hace que a veces su poesía sea hermética y difícil, de breve extensión, por lo que también se ha denominado poesía minimalista. Entre sus obras destacan Poemas a Lázaro, La memoria y los signos.
JAIME GIL DE BIEDMA. Su influencia personal y poética fue la más significativa entre sus compañeros de promoción y, sobre todo, 


entre los poetas más jóvenes. Toma partido de la poesía como experiencia, por lo que sus textos adquieren un tono confesional y narrativo, con el que transmite una amarga visión de su clase social (la alta burguésía), pero usando el cinismo y la ironía intelectual. Poemarios destacados son Compañeros de viaje, Moralidades, Poemas póstumos.
ÁNGEL GONZÁLEZ. Es el ejemplo más claro de la transición de la poesía social al nuevo estilo poético. Perdura en él el compromiso social, pero la crítica y la denuncia se expresan a través de la ironía y el humor ácido. Juegos de palabras, narratividad y tono coloquial caracterizan muchas de sus composiciones en poemarios como Áspero mundo, Grado elemental, Tratado de urbanismo…
NOVÍSIMOS O GENERACIÓN DEL 68. Hacia mediados de la década de los sesenta vuelve a cambiar el rumbo de la poesía española. Un grupo de jóvenes poetas, nacidos entre 1939 y principios de los cincuenta, manifiesta una actitud de ruptura con la estética anterior. Estos autores comienzan su actividad en pleno desarrollo económico: se han formado en una situación de mayor apertura internacional, por lo que han podido leer la obra de escritores extranjeros y están influidos por los medios de comunicación de masas. Son los llamados novísimos, cuyos planteamientos estéticos son los dominantes desde 1966 hasta 1985, aunque algunos evolucionaron de forma más personal a partir de 1975.
En 1966 aparece Arde el mar, de Pere Gimferrer, libro que marca la ruptura con las poéticas anteriores. A partir de entonces aparecen una serie de poetas que se dieron a conocer a través de la 


antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), compilada por J.M.Castellet, y que dio nombre a la generación.
En este poemario aparecen autores tan destacados como Leopoldo María Panero, Manuel Vázquez Montalbán, Ana María Foix o Antonio Martínez Sarrión, entre otros.
Los novísimos fueron presentados como un movimiento de ruptura vanguardista con la poesía social e indagador de un nuevo lenguaje que llegó al experimentalismo formal. No creían que la poesía pudiera cambiar la realidad y rechazaron conceptos tan extendidos como compromiso, testimonio y solidaridad. Adoptaron, pues, una actitud formalista.  
En la poesía “novísima” se observa un deseo de ruptura con la poesía anterior, lo que se manifiesta claramente en el rechazo del uso directo del “yo”, en la oposición al estilo realista y en la ausencia de posturas éticas o sociales. En consecuencia, recurren a modelos poéticos muy variados: por un lado, recuperan la vanguardia (el Cubismo, el Surrealismo, a través de Aleixandre y los postistas…); por otro, recogen influencias del simbolismo francés, del Modernismo y de poetas ingleses contemporáneos.
Otra carácterística clave es el exhibicionismo cultural, mediante el cual introducen elementos temáticos provenientes de mitologías exóticas y decadentes (ambientaciones lujosas, exóticas, en la línea modernista) o de la cultura de masas (el cine, la televisión, el rock, las novelas policíacas, la publicidad, los cómics, las revistas de modas, la música pop, etc.). Así los medios de comunicación de masas se convierten en referente cultural y fuente de nuevos 


mitos populares. Los poemas se llenan de nombres de ciudades o de personas, de descripciones de vestidos, fiestas, mitos orientales o clásicos, y mitos contemporáneos (Marilyn, Bogart, Che Guevara, Kennedy, etc.). Asimilan, pues, una mitología frívolá o vuelven a temas y asuntos de otras épocas, de origen cultural e histórico, por lo que también se les llama culturalistas.
En relación con los rasgos anteriores, aparece la experimentación lingüística: estos poetas buscan una expresión poética llamativa, caracterizada por un lenguaje rico y Barroco. Practican la escritura automática, la disposición gráfica original, o la supresión de los signos de puntuación, y emplean técnicas como la del collage: extensas citas preceden al poema o se incorporan a él versos completos de otros autores, letras de canciones, frases publicitarias, textos de manuales de instrucciones… Este uso de la intertextualidad, en ocasiones excesivo, hace del poema un objeto metaliterario, cargado de referencias culturales. Además, alternan un lenguaje exuberante de imágenes opacas y visionarias con otras técnicas, como la métrica culta del Modernismo, pero tampoco abandonan el tono coloquial de algunos poetas de la generación anterior.