Nos encontramos ante un fragmento extraído de la obra
La casa de Bernarda Alba (1936), de Federico García Lorca, aclamado poeta, dramaturgo y miembro destacado de la Generación del 27. Este grupo literario de jóvenes poetas y escritores se caracterizó principalmente por la renovación del lenguaje poético a través de la perfecta conjugación entre tradición y vanguardia, y la combinación del léxico culto y popular.
Esta uníón entre tradición y vanguardia la supo hacer como nadie Federico García Lorca que, junto con Cervantes, es el más universal de nuestros escritores, y el de mayor influencia y popularidad del Siglo XX. Lorca nacíó en 1898 en Fuente Vaqueros, un pueblo de Granada, y moriría asesinado en esa misma localidad el 18 de Agosto de 1936, un mes después de comenzada la Guerra Civil Española.
En Granada estudió Filosofía y Letras, y Derecho. Además, es en esta ciudad andaluza donde García Lorca se impregnó del sentido y el ritmo de la poesía tradicional, canciones y romances, leyendas y sucesos populares, así como formas poéticas del pueblo, esencialmente orales, que posteriormente sabría adaptar con gran maestría y de forma admirable a su obra.
Con el tiempo, se trasladó a Madrid y se instaló en la Residencia de Estudiantes, conociendo numerosos literatos e intelectuales, como Juan Ramón Jiménez, quien influyó notablemente en su poesía. Años después viajó a Nueva York, donde escribíó su famoso poemario Poeta en Nueva York. De vuelta de nuevo en España, fundó el grupo de teatro universitario “La Barraca”, una compañía itinerante que promovía la alfabetización y la cultura mediante el acercamiento de las obras más representativas de la literatura española a las zonas rurales de todo el país.
Como dramaturgo, la evolución de la obra teatral de Lorca muestra un proceso de depuración y de contenidos que le lleva a un concepto renovador del arte escénico. Experimentó la escritura dramática vanguardista con la pieza El público; la trágica en Bodas de sangre o Yerma, y la esencialmente dramática en la obra que nos ocupa: La casa de Bernarda Alba. Lorca la escribíó en 1936, meses antes de su fusilamiento, por lo que es su última obra. El autor nunca llegaría a gozar de su puesta en escena, ni de la trascendencia y éxito posterior.
Si recordamos, este «drama de mujeres» representa la situación que se genera en la casa de Bernarda Alba tras el fallecimiento de su marido. El largo luto impuesto a sus cinco hijas genera sensaciones de asfixia y angustia ya que supone perder su libertad. Angustias, la hija mayor, nacida de otro matrimonio, ha acordado su boda con Pepe el Romano, pese a que este tiene relaciones ocultas con Adela, la más joven. Igualmente, Martirio se siente enamorada de él. El conflicto surge cuando Martirio y Adela se encuentran en el patio después de que esta última haya permanecido con Pepe el Romano. Acto seguido discuten por él y llegan incluso a luchar. La tragedia se desencadena con la irrupción de Bernarda, que ya no puede negar la evidencia. Adela confirma su amor por Pepe ante todas y se rebela ante su madre. Esta, en un arrebato de locura, dispara contra Pepe el Romano, que se halla fuera de la casa. Adela, que lo cree muerto, se suicida.
Como podemos comprobar, en este texto aparecen las fuerzas contrarias o antagónicas del teatro lorquiano conocidas como el conflicto entre el principio de autoridad y principio de libertad. La realidad represiva de la casa de Bernarda Alba se acabará imponiendo al deseo de libertad, especialmente representado en Adela.
Respecto al fragmento que nos ocupa, se sitúa en la mitad de la obra, concretamente en el Acto II. Presenciamos una discusión entre Martirio y Adela por Pepe el Romano y justo después se relata la llegada de Poncia del exterior. La Poncia le cuenta a Bernarda que en el pueblo quieren ejecutar a la Hija de la Librada por tener un hijo soltera y haberlo matado. Ante esta situación, Bernarda y Martirio apoyan con ímpetu el linchamiento, al contrario que Adela, ya que se siente identificada con la muchacha y exige que le dejen partir.
Además del tema principal de la obra, subyacen en este fragmento otros asuntos como la honra, pues se denuncia que la hija de la Librada haya tenido un hijo fuera del matrimonio. Es tal el peso de la honra y de las tradiciones que la propia hija de la Librada comete el atroz asesinato de su hijo para limpiar así su honra. “Para ocultar su vergüenza lo mató”, dice Bernarda, quien vive obsesionada por guardar las apariencias, otro tema del fragmento. Por lo tanto, la condición de la mujer en la sociedad española de la época será también un asunto relevante del fragmento.
La mujer es la protagonista principal del teatro lorquiano. Una mujer que representa el ansia de libertad en una sociedad patriarcal y machista; una mujer marcada siempre por un destino trágico. En esta primera escena aparecen e interviene algunos personajes relevantes de la obra:
Su indiscutible protagonista, Bernarda, una madre autoritaria y retrógrada, profundamente atemorizada por “el qué dirán” y que desea controlar la vida de los que la rodean. Posee el entendimiento de que una mujer debe estar siempre a las órdenes del hombre y se muestra intransigente ante cualquier opinión contraria. En este fragmento se refleja su odio visceral como en ningún otro, pues expresa sus deseos de que maten a la hija de la Librada.
Asimismo, Adela, la hija pequeña, es un personaje ROMántico, que representa el ansia de libertad en una sociedad patriarcal y machista. Adela se opone y lucha contra el régimen autoritario de Bernarda y manifiesta la tragedia que muestra la obra. Se da cuenta en este fragmento de las trabas que va a encontrar en su deseo de libertad por parte de su familia (Martirio) y el pueblo (que condena a la Hija de la Librada).
Otro personaje de gran importancia en el fragmento es Martirio, quien, al estar también enamorada de Pepe el Romano, demuestra continuamente envidia y crueldad hacia Adela y será la que al final grite “se acabó Pepe el Romano” (mintiendo, solo por desdén hacia Adela) desencadenando el suicidio de su hermana.
Por otra parte, el personaje clave en el fragmento es La Poncia, una de las criadas de la casa, que sale a la calle y relata el acontecimiento de la Hija de la Librada, es decir, funciona en esta escena como la mensajera y transmisora del mensaje. Por otro lado, a pesar de que no lo llegamos a ver ni oír, Pepe el Romano juega un papel significativo y omnipresente, un elemento fundamental, generador del conflicto, al ser el deseado por Angustias, Adela y Martirio, encarnando así el símbolo de la sexualidad y libertad.
Entre los personajes secundarios aparecen:
la criada, que se trata de un elemento figurativo, y la hija de la Librada;
A través de este personaje Lorca nos muestra la crueldad de una sociedad reprimida y represiva que castiga con la mayor dureza lo que considera actos inmorales y, lo que es peor, lleva a cometer acciones desmesuradas a las víctimas de dicha represión.
Con relación al espacio del fragmento, el texto transcurre en la casa de Bernarda Alba, que se caracteriza por sus “blancas paredes”, que se encargan de transmitir la virginidad y la pureza; “un silencio umbroso” y “muros gruesos” que reflejan la represión y el presidio. Es el mundo del luto, la ocultación y del silencio. En cierto modo es el reino de Bernarda, donde ella es la máxima autoridad y todo el mundo acata sus órdenes. A menudo, se alude a la casa con palabras como “convento”, “presidio”, “infierno”. Es una atmósfera asfixiante a la que no parece llegar nunca la felicidad y disfrute.
Asimismo, este fragmento se sitúa concretamente en el patio de la casa, que se convierte en un espacio de semilibertad porque pueden oír lo que ocurre en la calle. A su vez, la calle se constituye en espacio imaginario, dado que las hijas (y también los lectores de la obra) se lo imaginan desde el patio a través del ruido (expresado en las acotaciones) y de lo que Poncia les narra. Es por esta razón por lo que la calle se convierte en esta escena en un espacio invisible.
Con respecto al tiempo, encontramos dos variantes: el interno y el externo. Lorca sitúa la obra a principios del Siglo XX. Sin embargo, en cuanto al tiempo interno, el extracto sucede una calurosa tarde de verano en Agosto, generando un ambiente de opresión y tensión sexual.
A diferencia de sus obras anteriores, cargadas de elementos no literarios (canto y música), Lorca emplea en La casa de Bernarda Alba un lenguaje más realista. Su intención es dotar al texto de una mayor sencillez. Así pues, el lenguaje poético tan carácterístico de sus obras anteriores desaparece, aunque no del todo. A la sencillez formal, Lorca incorpora con naturalidad un lenguaje estético, rico en recursos retóricos, sobre todo proveniente del lenguaje poético que el autor encuentra en el habla de la gente de pueblo.
En este sentido, en el fragmento que nos ocupa encontramos: ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado!, en el que la metáfora se utiliza como forma despiadada de castigo. Asimismo, observamos metáforas en “Agradece la casualidad de que no desaté mi lengua”, que deja un ambiente de curiosidad por saber qué habría dicho Martirio, empleando la expresión “desaté mi lengua” como sinónimo de “hablar más de la cuenta”.
Personificaciones “agradece la casualidad”, “pisotea su decencia” aportándole cualidades o carácterísticas a elementos inmuebles y símiles “He ido como arrastrada por una maroma.”, para explicar el involuntario enamoramiento de Adela por Pepe el Romano. Por último, el autor emplea una hipérbole, una exageración intencionada de la realidad mostrada (“dando unas voces que estremecen los campos”)
Además, es muy importante señalar el valor connotativo de ciertas intervenciones. Es interesante el valor simbólico de los perros cuando se dice: “pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron …lo han puesto en el tranco de su puerta”. Los perros actúan aquí como representación del pueblo, que es vigilante y que está pendiente de lo que pasa, porque en el fondo son los que delatan a la Hija de la Librada. Esta idea de los perros como vigilancia conecta con su origen etimológico: “can cerbero”, que en la mitología griega era un perro de tres cabezas considerado el guardián del Hades (infierno). Por consiguiente, Lorca señala expresamente “varas de olivo y mangos de azadón”, armas con las que Bernarda reivindica que los hombres maten a la Hija de la Librada y que representan, junto con el bastón de Bernarda, símbolos fálicos de opresión que pueden interpretarse como el deseo de autoridad masculina por parte de Bernarda. En ese sentido, la idea que subyace es la del machismo fiero ejercido por las propias mujeres en aquella época.
Por otro lado, y a diferencia del lenguaje connotativo de los diálogos, las acotaciones poseen un lenguaje denotativo, es decir, reflejan sin interpretaciones la realidad tal cual es. Estas transmiten una información escénica muy precisa en las que predominan las indicaciones sobre movimientos (“Las mujeres corren para salir”), sonidos (“Se oyen rumores lejanos”), incluso indican actitudes (“suplicante”) o gestos significativos de los personajes como (“cogíéndose el vientre”), donde se puede deducir que quizá Adela estaba embarazada de Pepe, razón por la que defendía a la hija de la Librada. A su vez, en este texto se muestran las entradas y salidas a escena de los personajes (“Entrando. Salen y sale Bernarda”). Las acotaciones marcan las distancias entre los personajes (“a Poncia”), y configuran así los espacios y movimientos teatrales.
Es indiscutible que La casa de Bernarda Alba suponga todo un referente dentro de la Generación del 27, así como para los futuros escritores. Su evolución teatral muestra un proceso paralelo de depuración formal y de contenidos, un concepto renovador del arte escénico que ha convertido a Lorca en el dramaturgo español más conocido de todos los tiempos, un clásico cuyas obras aún continúan en los repertorios de las más conocidas compañías teatrales de todo el mundo.