La novela después de la Guerra Civil

La novela del exilio

Entre los exiliados se cuentan algunos de los grandes nombres de la novela española. Conviene, sin embargo, comprender que entre estos el vínculo es más ideológico (el rechazo de la dictadura) que estético, aunque en sus obras aparezcan temas recurrentes: la nostalgia de la España anterior al 36; las reflexiones sobre el conflicto; la descripción de nuevos ambientes relacionados con los lugares de acogida.

La imagen que de estos autores se dio en España aparecíó tergiversada y sus obras estuvieron prohibidas por la censura. Cabe destacar:

El Aragónés Ramón J. Sender (1901-1982), con una obra consolidada previa a la Guerra Civil, se considera el heredero de Pío Baroja, tanto por su extraordinaria habilidad para narrar, como por la variedad de sus temas y la sobriedad de su estilo. Su producción se ha dividido en narraciones realistas, entre las que destacan Imán (1930), desesperanzada visión de la guerra de Marruecos, y Réquiem por un campesino español (1953); novelas alegóricas, históricas (La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, impresionante reconstrucción de un episodio de la conquista de América); y autobiográficas, entre las que destaca Crónica del alba, una serie de nueve títulos que recrean la infancia y juventud del autor.

Max Aub (1903-1972) es el autor del que se considera el mejor ciclo narrativo sobre la Guerra Civil, El laberinto mágico, una serie de relatos compuestos entre 1943 y 1965. Cultivó también con fortuna el relato experimental en Josep Torres Campalans (1958), biografía imaginaria


de un amigo ficticio de Pablo Picasso, o en la colección de cuentos titulada La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco (1960).

Francisco Ayala (1906), jurista, profesor y crítico literario, es autor de una obra narrativa de singular clarividencia y cuidadísimo estilo, orientada hacia temas de carácter político-social, como la corrupción del poder y de las dictaduras. Hay que destacar Muertes de perro (1958) y En el fondo del vaso (1962), ambientadas en un imaginario país hispanoamericano sometido a la autoridad de un tirano.

La novela de la inmediata posguerra: Realismo existencial

La literatura española de los años cuarenta está dominada por la angustia y el desarraigo. La novela, que se mantuvo al margen de las innovaciones de las narrativas europea y americana, hace compatibles tres direcciones de interés muy diverso:

  • La continuación del Realismo decimonónico y tradicional, sostenida, por ejemplo, por Azorín y Baroja, que siguen publicando, pero lejos del vigor regenerador de sus mejores años; o por autores noveles como Ignacio Agustí, que recrea los avatares de las primeras décadas del siglo desde la perspectiva de la burguésía catalana en el ciclo La ceniza fue árbol
  • El acercamiento a la Guerra Civil desde la óptica de los vencedores. Entre las obras de mayor valor literario cabe mencionar Madrid, de corte a checa (1938), en que Agustín de Foxá recrea esperpénticamente la vida madrileña antes y durante la guerra; y La fiel infantería (1943), del falangista Rafael García Serrano, basada en las experiencias bélicas del autor.


  • La perspectiva más valiosa viene determinada por el grupo de novelas centradas en un personaje antiheroico enfrentado a una sociedad indiferente u hostil; sus temas son la amargura de la vida cotidiana, la soledad, la frustración y la muerte. Esta tendencia, a la que denominaremos Realismo existencial, irrumpe con dos títulos emblemáticos: La familia de Pascual Duarte (1942), escrita por un joven desconocido, Camilo José Cela, y Nada (1945), con la que su autora Carmen Laforet ganó el Premio Nadal, que relata las vivencias de una joven estudiante barcelonesa, acogida en un ambiente familiar sórdido, narradas con una prosa fresca, directa y con apariencia de espontaneidad. Ese mismo Premio Nadal se otorgará en el año 1947 a La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes, con lo que encontramos en esta primera etapa ya destacados a dos de los novelistas (Cela y Delibes) que desempeñarán un papel importantísimo en el género incluso después de concluida la dictadura.

La novela de los años cincuenta: Realismo social

La literatura de los cincuenta se preocupa por dejar constancia de los problemas económicos y sociopolíticos del país, al modo de corrientes como el Neorrealismo italiano, y en consonancia con una concepción del arte de inspiración marxista que recibíó el nombre de Realismo social.
La novela social española va de 1951 (fecha de la publicación de La colmena) hasta 1962, en que se publica Tiempo de silencio. Se han señalado dos corrientes dentro de la novela social:

El behaviorismo, conductismo o Realismo objtetivo, que se limita a reproducir la conducta externa de los


personajes, sus movimientos y actitudes, dejando a un lado cualquier forma de introspección, con lo que se obliga al lector a que saque sus conclusiones. La acción, escasa, se desarrolla a través de diálogos abundantes que incorporan recursos del habla. En esta línea destacan Rafael Sánchez Ferlosio, cuya novela El Jarama (1955) —un día de excursión al río de un grupo de jóvenes madrileños que termina de forma trágica— se considera paradigmática;
Juan García Hortelano y Carmen Martín Gaite, que en Nuevas amistades y Entre visillos, respectivamente, se centran en el microcosmos de la burguésía; y Jesús Fernández Santos, que presta su voz al medio rural leónés en Los bravos.

A través del Realismo crítico, sin embargo, el autor muestra su compromiso ideológico respecto de la narración, con una visión parcial que resalta las causas y las consecuencias de las injusticias sociales. Los personajes suelen ser prototipos: el obrero explotado, el campesino esclavizado, el patrono o el terrateniente sin escrúpulos. Hay novelas de ambientación urbana (La noria, de Luis Romero)
, ubicadas en el entorno rural (La zanja, de Alfonso Grosso, y la trilogía Los gozos y las sombras, de Gonzalo Torrente Ballester)
, centradas en el mundo laboral (Central eléctrica, de Jesús López Pacheco)
, o que denuncian la frivolidad burguesa (Juegos de manos, de Juan Goytisolo)
.

Además, en estos años se produce un extraordinario auge del relato corto, en el que encontramos lo mejor de la narrativa social, debido a la ausencia de mensaje explícito, la variedad temática y lo cuidado de la expresión. Descuella entre todos Ignacio Aldecoa como maestro de este género.


La narrativa experimental

Además de las circunstancias sociopolíticas y del agotamiento de la fórmula realista, dos factores literarios influyeron en la modernización de la novela española en los sesenta:

  • El descubrimiento de la novela hispanoamericana que se escribe en esos años, con obras tan eminentes como La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; y Rayuela, de Julio Cortázar.

  • La influencia de los grandes renovadores de la novela universal contemporánea, cuyas obras se traducen y cuyas innovaciones se incorporan a la narrativa nacional: Marcel Proust, Franz Kafka, James Joyce y William Faulkner son algunos de los más apreciados.

A partir de la publicación de Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos, se generaliza entre los novelistas españoles, incluidos los más veteranos, como Cela y Delibes, el uso de recursos técnicos y expresivos de carácter experimental. Resumiremos los más significativos:

Escasa acción, y en ocasiones desaparición del argumento (Oficio de tinieblas, 5, de Cela)
.Reflexión metaliteraria sobre las dificultades de confección del relato (Recuento, de Luis Goytisolo)
.

Perspectivismo: los acontecimientos se presentan desde el punto de vista de diferentes personajes (Tiempo de silencio).

El espacio y el tiempo se rompen caprichosamente mediante retrospecciones o anticipaciones de elementos argumentales (La saga/fuga de JB, de Torrente Ballester)
.

Cambios en las personas del relato: aparece el narrativo (Cinco horas con Mario, de Delibes)
, monólogos interiores caóticos (Señas de identidad, de Juan Goytisolo)
, y mezclas de estilos directo e indirecto.

Ruptura del párrafo como unidad textual que origina inacabables discursos sin puntuación o brevísimas secuencias de una sola frase (Tiempo de silencioParábola del náufrago, de Delibes)
.

La división tradicional en capítulos se sustituye por secuencias, distribuidas aparentemente de forma caprichosa (San Camilo, 1936, de Cela)
.

A mediados de los setenta, se abandonarán estas técnicas para regresar a las formas tradicionales con la intención de recuperar a los lectores, que han abandonado el género, intimidados por las novedades y las dificultades del experimentalismo.

Camilo José Cela (1916-2002)

Su producción literaria es heterogénea y extensa (poesía, novelas cortas —Café de artistas—, cuentos recogidos en varios volúMenes —El bonito crimen del carabinero—, libros de viajes surgidos de sus “vagabundajes” —Viaje a la Alcarria—, ensayos, artículos e incluso un Diccionario secreto.

Se inició en la novela con La familia de Pascual Duarte (1942), que constituyó el primer acontecimiento novelístico del llamado tremendismo.


Pascual, campesino extremeño condenado a muerte, escribe en la cárcel su vida sórdida: padres desnaturalizados, hermana prostituta, dos matrimonios desgraciados, peleas, críMenes y sangre. Su novedad radica en un argumento truculento, plagado de escenas violentas, narrado con un lenguaje que evoca de manera artística y cuidada el habla popular, capaz de conjugar el atraso del mundo rural español, el ambiente de pesimismo de la posguerra, el existencialismo europeo y la tradición realista española a través de la picaresca, el Naturalismo decimonónico y el Nihilismo barojiano.

La colmena (1951) se considera la obra cumbre de Cela, y salíó en Buenos Aires porque la censura había prohibido su publicación. Está estructurada en seis capítulos y un epílogo; cada capítulo consta de un número variable de secuencias cortas, que desarrollan episodios mezclados con otros que ocurren simultáneamente, de manera que el argumento se rompe en cientos de pequeñas anécdotas que, en conjunto, crean la ilusión del ir y venir incesante de los individuos de una colmena. El autor refleja, de forma objetiva, la realidad de las clases media y baja, gentes mediocres de futuro incierto que viven al día. Su estilo, aparentemente espontáneo, esconde un trabajo de orfebre lleno de recursos rítmicos, monólogos interiores y diálogos de amplios registros. 

Después de su consagración quiso participar en el experimentalismo con obras como San Camilo, 1936, un largo monólogo interior enmarcado en el comienzo de la Guerra Civil lleno de sordidez y sexo, y Oficio de tinieblas 5, una sistemática destrucción de la estructura tradicional de la novela, de influencias surrealistas, de la que dice


el autor: “Naturalmente, esto no es una novela, sino la purga de mi corazón”.

Aunque escribíó mucho, su producción novelística dentro de nuestra etapa democrática inicia el declive con obras de escaso valor que repiten hallazgos anteriores, alguna acusación de plagio incluida. Podríamos rescatar de esa profusión Mazurca para dos muertos y Madera de boj, que cerró en 1999 una trayectoria creativa reconocida con numerosos galardones (Premio Nobel en 1989).

Miguel Delibes (1920-2010)

Se inició con La sombra del ciprés es alargada (Premio Nadal, 1947), un relato fatalista de aprendizaje cuya mayor virtud es la captación del ambiente cerrado abulense. El camino (1950) contiene ya uno de sus grandes temas, la visión cercana y humanista del mundo rural que se extingue ante el ímpetu de las grandes ciudades, presente también en Diario de un cazador y Las ratas (1962), la más lograda de esta temática, un impresionante cuadro de la vida de un pueblo de la meseta castellana. 

La publicación de Cinco horas con Mario (1966) supone la irrupción del segundo de los grandes temas de la narrativa de Delibes, el análisis de las costumbres y de la mentalidad de la burguésía provinciana, pero también el tributo que rinde al experimentalismo narrativo en boga: toda la novela es un largo monólogo interior de Carmen, viuda de un catedrático de instituto de provincias, la noche que vela a su marido, que revela las distancias que han impuesto los años de matrimonio


entre ambos cónyuges, conservadora y clasista ella, progresista un punto ingenuo él. Los reproches de la viuda retratan con fidelidad un momento histórico español, y reproducen al mismo tiempo, con fina e irónica sensibilidad, los diferentes registros de ambos.

La defensa de los inocentes y oprimidos, el tercero de los grandes temas de Delibes, tiene en Los santos inocentes (1982) su muestra más relevante. Para entonces ya había publicado otras obras que recuperaban técnicas más sobrias del Realismo,  pero en esta vuelve a un discurso experimentalista que parece oral, sin párrafos ni puntos y aparte, como fruto de las escasas letras de la familia de Paco, que pugna por sacar la cabeza a la superficie desde la opresión humillante a que los tiene sometidos el “señorito” de turno por medio de la instrucción y el trabajo en la ciudad. Tal vez esta obra, que capta con maestría el habla campesina en una recreación estética memorable, suponga un compendio de las tres constantes temáticas que venimos explicando. Después de esta novela ya no publicará nada que mejore lo anterior. 

Se despidió de la creación literaria con una novela histórica, El hereje (1998), homenaje a la ciudad en que vivíó siempre, Valladolid, y prueba fehaciente de que conservaba su olfato infalible para ventear las modas y tendencias narrativas.