Durante los años cincuenta continúan su labor muchos de los poetas de posguerra. Sigue siendo carácterística de la lírica española su gran diversidad. No obstante, también en la poesía es dominante el Realismo social.
Esta poesía se caracteriza por el lenguaje sencillo y coloquial, una mayor preocupación por los contenidos que por la estética, cierto carácter narrativo e incluso una deliberada tendencia hacia el prosaísmo. Se concibe la poesía como herramienta que ayudará a la toma de conciencia social y, en consecuencia, colaborará a la transformación de la realidad. Se reivindica, en oposición a la poesía selecta para minorías, una literatura cuyo destinatario sea la inmensa mayoría, expresión con la que Blas de Otero se enfrenta al conocido lema de Juan Ramón Jiménez “A la inmensa minoría”, y se revaloriza en estos años la figura de Antonio Machado. Con todo, a veces las dificultades con la censura obligan a refinamientos elusivos que hacen difícil la comprensión de los textos.
· Blas de Otero (1916-1979), cuya obra lírica es como una síntesis de la poesía compuesta en España desde el final de la Guerra Civil: sus versos pasan de ser típicos de la poesía arraigada de la inmediata posguerra a ser los más carácterísticos de la poesía desarraigada.
Durante los años cincuenta y sesenta es el representante más destacado de la poesía social. En Ángel fieramente humano (1950) nos encontramos una poesía desgarrada con el poeta y Dios como protagonistas, pero un Dios lejano, que no responde sino con el silencio a los gritos de súplica del poeta, tras los que se percibe la agónica soledad del ser humano. Formalmente, predominan las formas clásicas, y en particular los sonetos de raíz clásica, con bruscas rupturas rítmicas y con un lenguaje bronco y exaltado. Abundan también las fórmulas lingüísticas de la tradición religiosa y las referencias a la Biblia, de donde se toman imágenes, frases incluso el recurso del paralelismo de los salmos bíblicos. Todo ello en contraste con la refutación violenta, la amarga ironía o la parodia.
En Redoble de conciencia (1951) continúan las constantes temáticas y formales del libro anterior, aunque la rebelión contra el silencio de Dios es todavía más crispada, pero aparece ahora la expresión solidaria, el acercamiento del poeta los demás, y, de ese modo, se percibe una salida a su conflicto existencial.
Ambas obras son refundidas en 1958 en un nuevo libro, Ancia, cuyo título aglutina la primera sílaba del uno y la última del otro. Ahora se modifica el orden original de los textos, se cambian algunos títulos y se intercalan poemas nuevos.
Pido la paz y la palabra (1955) abre una nueva etapa en su poesía: la crisis existencial y la agonía individual son sustituidas por la preocupación social, no de carácter genérico, sino focalizada en la España contemporánea, cuya miserable situación se denuncia, sin caer en el pesimismo, alentada por la esperanza en un mundo mejor. El cambio, tanto ideológico como formal, es más evidente en su libro, En castellano (1959), donde es más contundente el mensaje político. Ambas obras tienden al verso libre y a los metros cortos, y buscan el ritmo sobre todo en las repeticiones fónica o morfosintácticas; además, usan procedimientos vanguardistas (alteraciones de la disposición tipográfica, supresión de signos ortográficos, fragmentación sintáctica…), o el recurso de la intertextualidad (interpolación de citas y palabras de otros autores).
En Que trata de España (1964) se desarrolla una geografía lírica, por medio del paseo por diversos lugares de España. Es evidente el anhelo de reconciliación nacional. Es un ejemplo de asimilación desde la poesía culta de las técnicas de la lírica popular: formas métricas de inspiración tradicional, preferencia por la asonancia incluso en estrofas clásicas como el soneto, uso de dodecasílabos, alejandrinos, heptasílabos y hasta largos versículos que cumplen el deseo del poeta de que el soneto se extienda, respire como un mar sin riberas.
Desde 1968 y hasta su muerte, compuso también numerosos poemas, que quedaron en su mayoría inéditos. En esta última poesía domina el verso libre de desigual extensión, y son habituales la ruptura de la lógica y las asociaciones extrañas en línea con la experimentación formal de los poetas más jóvenes de esa época y con ecos del lenguaje surrealista.
· Gabriel Celaya (1911-1991) conocíó de primera mano, por su paso por la Residencia de Estudiantes, la efervescencia poética de los años de la República. Publica Mareas del silencio en 1935. Durante los años cuarenta sus poemas manifiestan la presencia de elementos literarios de corrientes precedentes, como el Surrealismo, aunque va encontrando una voz personal: La soledad cerrada, Movimientos elementales, Tranquilamente hablando, los tres de 1947. En este último poemario se advierte ya la preferencia por el lenguaje coloquial y cierta exposición narrativa. Ello es más evidente en Las cartas boca arriba (1951), conjunto de epístolas poéticas de claro contenido social. Su libro más significativo es Cantos iberos (1955), donde es notorio el tono beligerante, de incitación y arenga, no solo por su contenido, sino también por su técnica, con versos repetitivos. La intención social y política y la energía materialista se valen de la poesía narrativa en Las resistencias del diamante (1957), relato de las peripecias de cuatro comunistas vascos en la España franquista, y en Episodios nacionales (1962), libro en el que propónía la reconciliación nacional, de acuerdo con la orientación política de entonces el Partido Comunista. Nuevos caminos formales y un renovado deseo de experimentación poética se advierten en sus libros posteriores: Campos semánticos, Función de uno, equis, ene, Poemas órficos…