Noción 3. Pensamiento e ideas.
Descartes llama “pensamiento” a todo lo que ocurre en nosotros estando conscientes. Una vez ha quedado claro que el yo es una cosa que piensa, cuya actividad principal consiste en pensar, cabe analizar el contenido del pensamiento. Entonces descubrimos que la mente piensa de diferentes modos, a través de las diferentes clases de pensamientos, a saber: a) Voliciones o deseos: son expresiones de la voluntad. Son verdaderos, ya que uno puede querer cualquier cosa, aunque sea perjudicial o inexistente. b) Afecciones: pensamientos que reflejan los estados internos del sujeto. Son verdaderas, pues no dependen de la realidad exterior. c) Ideas: representaciones mentales de algo. Son verdaderas cuando se las toma en sí mismas en tanto objetos de pensamiento sin referencia a una realidad exterior. d) Juicios: atribución de un predicado a un sujeto a través de dos o más ideas. Pretenden definir estados de cosas y dan información acerca de una realidad externa. Esta pretensión nos puede llevar al error porque en este caso referimos ideas mentales a objetos de la realidad exterior cuya existencia y correspondencia son nuestras ideas no está garantizada de antemano. Por eso los juicios pueden ser verdaderos o falsos, necesitan demostración, y también por lo mismo señala Descartes que el error, cuando lo hay, está en los Juicios, no en las Ideas.
En este punto es necesario aclarar que según Descartes el pensamiento piensa ideas y no cosas. Hasta la duda metódica cartesiana se creía ingenuamente que el pensamiento pensaba directamente las cosas del mundo…
Para Descartes el conocimiento recae directamente sobre las ideas, no sobre las cosas, por eso es el iniciador de todo el idealismo moderno.
Si analizamos las ideas de la mente en cuanto a su origen, encontramos que son de tres tipos: 1) Adventicias: aquellas que provienen de nuestra experiencia de la realidad externa y para las que requerimos información sensorial, por ejemplo la idea de árbol; 2) Innatas: son aquellas que no hemos adquirido de nuestra experiencia externa ni hemos construido nosotros, sino que el pensamiento las posee en sí mismo, por ejemplo la idea de infinito; 3) Facticias: aquellas que la mente construye a partir de los otros dos tipos de ideas, por ejemplo la idea de ángel o centauro.
Descartes discurre que en realidad todas las ideas las podría haber creado él y podrían ser fruto de su propia imaginación, tanto las que parecen provenir de una realidad externa a él como las que encuentra en sí mismo, en cuyo caso serían todas facticias, pues ninguna de ellas parece ser más perfecta que él mismo. Al cabo cae en la cuenta de que hay una idea que no habría podido crear: la idea de Dios, el cual es la causa de su idea en mí y de todo el resto de ideas innatas. Demostrada la existencia de Dios y garantizada por éste la existencia del mundo, quedará asimismo corroborado que las ideas adventicias tienen su origen en la realidad exterior.
Tema 2. Las demostraciones de la existencia de Dios.
Después de alcanzar la primera verdad o primer principio, el cogito, Descartes se percata de que lo único que puede tomar como claro y distinto es la propia idea del yo como pensamiento, pero no el funcionamiento de la razón no la existencia de cualquier realidad exterior. Como consecuencia de esto, el único camino que le queda para seguir avanzando y poder averiguar si hay alguna realidad aparte de él mismo es analizar el contenido del pensamiento y particularmente las ideas, que son las que, convertidas en juicios, parecen indicarle la salida de sí mismo.
En un primer análisis se plantea de dónde provienen y si él mismo puede ser la causa de ellas. En cuanto a su origen distingue, tal como hemos desarrollado en la noción correspondiente, tres clases de ideas: las adventicias (que parece provenir de fuera, de la experiencia: la idea de gato), las facticias (que la mente parece construir ella misma a partir de otras idea: la idea de sirena) y las innatas (que el pensamiento posee en sí mismo: la idea de perfección).
En un segundo análisis, el autor distingue dos aspectos en las ideas: lo que son en sí mismas (son actos o modos del pensamiento) y lo que representan (unas representan sustancias, otras cualidades o accidentes de las sustancias). Por lo que son, todas son igualmente válidas y verdaderas, sin embargo por lo que representan, no todas son iguales y quizá no todas sean verdaderas. Así, las ideas que representan sustancias contienen más perfección que las que sólo representan cualidades o accidentes de las mismas, y la idea que representa a Dios como sustancia eterna, inmutable e infinita encierra aún más perfección que aquellas que solo representan sustancias finitas.
Aplicando el principio de causalidad (según el cual todo efecto tiene una causa, de la nada nada procede y lo más perfecto ha de ser causa de lo menos perfecto), Descartes razona que él ha podido ser la causa de todas los ideas que hay en él, pues ninguna de ellas es más perfecta que él mismo, excepto de aquella idea que representa un ser más perfecto que él (la idea de Dios). En efecto, siendo él un ser finito e imperfecto, no puede tener la idea de una sustancia infinita y perfecta a menos que ésta haya sido puesta en él por un ser verdaderamente finito: Dios mismo. Esta constituye la primera demostración.
A partir de la consideración de la propia finitud (argumentación que aparece en sus “Meditaciones metafísicas”), Descartes establece la segunda demostración, que resume lo siguiente: Dios es la causa de mi existencia, pues si fuera yo mismo la causa poseería las perfecciones que considero en la idea de Dios y de las que, evidentemente, carezco. Tampoco un ser menos perfecto que Dios puede ser la causa de mi existencia puesto que debería tener la idea de Dios para ponerla en mí y entonces él tendría que ser igual a Dios. Ni tampoco mis padres, porque ellos sólo me han dado el cuerpo. Por tanto, concluimos que Dios existe y es la causa de mi existencia.
Por último, a partir de la idea misma de Dios, considerada como innata, Descartes aporta la tercera demostración o prueba. Se trata de una variante del argumento ontológico de San Anselmo, que viene a decir: en la propia idea de Dios va implícita su existencia real. Al igual que no puedo concebir la idea de triángulo son que tenga tres lados, no puedo concebir a Dios como no existiendo. En la esencia de Dios está implícita su existencia porque con ello represento el ser que posee todas las perfecciones, y la existencia de una perfección. Esta prueba se confirma por la regla de la evidencia: pensar en Dios es pensarlo inmediatamente como existente de forma totalmente clara y distinta, según Descartes.
La existencia de Dios anula la hipótesis del genio maligno y legitima el criterio de certeza porque si Dios es perfecto no puede ser engañador. Asimismo, permite al cogito salir de su encierro mental (solipsismo cartesiano) y poder afirmar la existencia de realidades externas a él mismo, o sea, el mundo. La certeza física en la existencia del mundo exterior se fundamenta en la certeza metafísica de la existencia de Dios. También permitirá recuperar la confianza en el buen funcionamiento de la razón cuando sigue rigurosamente el método planteado. Dios es, por tanto, el fundamento y el origen de toda verdad. Dios no nos puede engañar: suprime la duda y garantiza la verdad de nuestros juicios e ideas.
En definitiva, la demostración de la existencia de Dios proporcionará a Descartes una nueva fundamentación de la metafísica en torno a sus tres temas clásicos: Dios, alma, mundo; sobre bases racionalistas.