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Tendencias, autores y obras principales.:Como introducción, diremos que, tras la muerte del general Franco (20 de Noviembre de 1975), se fomentó un mejor conocimiento de la literatura española en Europa y de la literatura occidental en España. A ello contribuyó significativamente la desaparición de la censura, la recuperación de la obra de los escritores exiliados y un mayor conocimiento de la narrativa de otros países. Es difícil establecer objetivos o propósitos comunes en los novelistas de las dos últimas décadas del Siglo XX. De manera muy general, se puede observar un alejamiento del experimentalismo y una vuelta al interés por la anécdota, la recreación de tipos y la reconstrucción de ambientes, recuperándose la narratividad, hecho que se manifestó en la obra de Eduardo Mendoza titulada “La verdad sobre el caso Savolta”. Otras carácterísticas de este periodo, además de la vuelta al placer de contar historias, son: la enorme proliferación de títulos, el incremento del número de escritoras, y la vinculación entre la labor literaria y la periodística.Entre las tendencias desarrolladas a partir de 1975, destacaron: la novela de intriga y policíaca; la novela histórica; la “novela del novelar” o ficción metanovelesca; la novela intimista y realista; la novela testimonial; la novela experimental; y la novela erótica. Respecto a las novelas de intriga y policíacas, decir que el éxito de esta corriente radica en la adaptación de un producto puramente americano a la cultura española. Entre las obras más destacadas de esta tendencia encontramos: “Galindez” y “Los mares del sur”, de Vázquez Montalbán; “El invierno en Lisboa”, de Muñoz Molina; o “No acosen al asesino”, de José María Guelbenzu. Asimismo, encontramos novelas que no pertenecen en rigor a esta categoría, pero que incorporan recursos del relato policíaco, como “Visión del ahogado”, de Juan José Millás, o “Queda la noche”, de Soledad Puértolas. Tampoco faltan relatos que optan por unir intriga y parodia del género policíaco, como “El misterio de la cripta embrujada”, de Eduardo Mendoza. Las novelas históricas, por su parte, sitúan la acción en marcos temporales pasados, destacando: “El capitán Alatriste”, de Arturo Pérez Reverté; “La vieja sirena”, de José Luis Sampedro; o “El testimonio de Yarfoz”, de Rafael Sánchez Ferlosio. En diversas ocasiones este tipo de obras se realizan desde una óptica irónica y desmitificadora, como sucede en “Fabulosas narraciones por historias”, de Antonio Orejudo, o en “Las Máscaras del héroe”, de Juan Manuel de Prada. Además, en esta tendencia cabría incluir los relatos sobre la Guerra Civil o la posguerra, destacando: “Luna de lobos”, de Julio Llamazares; “Beatus ille”, de Antonio Muñoz Molina; “Las trece rosas”, de Jesús Ferrero; “Soldados de Salamina”, de Javier Cercas; “Octubre, Octubre”, de José Luis Sampedro; “Los niños de la guerra” de Josefina Aldecoa; y “La voz dormida”, de Dulce Chacón. En la “novela del novelar” o ficción novelesca, el tema central es la propia creación literaria y el protagonista es con frecuencia un escritor, sobresaliendo: “Gramática parda”, de Juan García Hortelano, y “La orilla oscura”, de José María Merino. En relación a la novela intimista, diremos que este tipo de obras están protagonizadas por una persona de mediana edad, habitualmente desconcertada y angustiada, que vive en un espacio urbano y que tiene problemas íntimos, pudiendo destacarse: “El desorden de tu nombre”, de Juan José Millás; “La escala de los mapas”, de Belén Gopegui; “Juegos de la edad tardía”, de Luis Landero; “Recuerdos de otra persona”, de Soledad Puértolas; “La lluvia amarilla”, de Julio Llamazares; “Mortal y rosa”, de Francisco Umbral; y “Corazón tan blanco”, de Javier Marías. Por otra parte, en la novela realista, encontramos realizaciones como: “La hija del caníbal”, de Rosa Montero; “La vida oculta”, de Soledad Puértolas; y “Atlas de geografía humana”, de Almudena Grandes. La novela testimonial fue una tendencia minoritaria en la que los autores construyen relatos realistas sobre problemas sociales, como la defensa de la condición femenina en “Te trataré como a una reina”, de Rosa Montero, o la vida de los más jóvenes en “Héroes”, de Ray Loriga, o “Historias del Kronen”, de José Ángel Mañas. Respecto a la novela experimental, diremos que fueron muy escasos los títulos que en ella pueden inscribirse, sobresaliendo Miguel Espinosa con “Escuela de mandarines”. Finalmente, hablaremos de la novela erótica, que fue cultivada en su mayoría por mujeres, entre las que destacaron: Almudena Grandes, con “Las edades de Lulú”; y Lucía Etxebarría, con “Beatriz y los cuerpos celestes”. Al margen de estas tendencias, siguen escribiendo autores de otras épocas, como Miguel Delibes, con “El hereje”, y Camilo José Cela, con “Cristo versus Arizona”.A modo de conclusión, debemos tener en cuenta que muchas de las novelas y de los novelistas podrían ser incluidos en más de una tendencia. Así, son dos los aspectos más significativos de la novela española en los últimos treinta años: el carácter aglutinador (acoge prácticamente todas las tendencias, modalidades, discursos, temas, experiencias y preocupaciones personales); y la individualidad (cada novelista elige la orientación que le resulta más adecuada para encontrar un estilo propio con el que expresar su mundo personal y su particular visión de la realidad).