Hume construye una poderosa crítica a la causalidad y la sustancia. Centra su atención en dos de los conceptos más importantes de la metafísica, que, desde el punto de vista de Hume, quedará desacreditada como disciplina, pues sólo incluye conceptos vacíos, inventados, sofistería e ilusión. La crítica a la idea de causa señala que el razonamiento causal es erróneo. Por un lado, no es una relación de ideas, pues toda conexión causal depende de la experiencia (no podemos prever los efectos de la realidad, antes de haber experimentado con la misma). En la medida en que la causalidad depende de la experiencia debería ser una cuestión de hecho: sin embargo no es así. La percepción nos presenta dos fenómenos distintos, pero no percibimos algo así como una causa o un efecto. De hecho, la causalidad fija una relación entre fenómenos que es absolutamente imperceptible. Conceptos como causa y efecto son abstracciones mentales, sin un origen empírico claro. En la medida en que no tenemos impresiones de “causas” y “efectos”, debemos renunciar al uso de estos conceptos. Lo que ocurre es que nuestra razón tiende a proyectar estos conceptos sobre la realidad, particularmente cuando se dan estas 3 condiciones: contigüidad entre causa y efecto, prioridad de la causa respecto al efecto (sucesión) y regularidad o constancia entre ambos. Es este último uno de los mayores presupuestos que tendemos a hacer sobre la naturaleza: aunque no podemos tener ningún tipo de percepción sobre el futuro, tendemos a proyectar conceptos como el de causa, presuponiendo que la naturaleza funcionará de un modo regular y constante, supuesto del que no tenemos ningún tipo de garantía absoluta. Esto es lo que después se conocerá como la crítica de Hume al razonamiento inductivo: el hecho de que la naturaleza funcione de una manera un número suficientemente grande de veces no implica que se vaya a comportar así siempre. La crítica a la idea de sustancia, contenida en el texto, viene a repetir el argumento dirigido contra la causalidad: si solo podemos aceptar aquellas ideas originadas en una impresión, no se puede utilizar el concepto de sustancia. Cada uno de nosotros puede percibir una enorme multiplicidad de realidades, particulares y concretas, pero en ningún caso se puede percibir algo así como la sustancia. Hume aplica esta crítica a los 3 grandes conceptos de la metafísica tradicional: el mundo, Dios y el yo. No podemos estar seguros de la existencia de ninguno de ellos, ya que de ninguno tenemos una impresión. Es por esto que la metafísica carece de sentido, y jamás se logrará avanzar por la naturaleza de los conceptos que utiliza, alejados todos ellos de la experiencia sensible. La consecuencia de que no se pueda hablar de causas ni de sustancias es que la realidad queda reducida a un manto de fenómenos cuyos datos recibimos por medio de las impresiones. Si existe algo por detrás de estos fenómenos es algo que no podemos conocer: la realidad, para nosotros, se expresa en las cualidades sensibles, y sólo en éstas. La conceptualización de la realidad (a través de la “causa”, de la “sustancia” o de cualquier otro concepto) está condenada al fracaso. La gran consecuencia de todo esto es que debemos olvidarnos de la certeza cartesiana, para dejarnos guiar por la creencia. Aunque se trate de un conocimiento imperfecto y limitado, la creencia es lo único a lo que nos podemos agarrar. El conocimiento humano nunca podrá ser objetivo, universal, cierto, sino que tiene que conformarse con tener una alta probabilidad. Para Hume la creencia es un tipo de “sentimiento” que acompaña a algunas percepciones, y nos obliga a percibir la realidad de un modo diferente, proyectando sobre la misma expectativas o conceptos de los que no tenemos impresión alguna. La creencia se basa en la costumbre o en el hábito: el hecho de percibir que dos fenómenos se suceden en el tiempo y en el espacio un número suficientemente grande de veces nos empuja a pensar que seguirá siendo así. Con todo, la fundamentación de esta argumentación no es estrictamente racional sino empírica. Hume viene a decirnos que la razón no es capaz de conocer con esa certeza absoluta que buscaban los racionalistas, y que nuestra vida está marcada por la incertidumbre, el riesgo y la probabilidad. La creencia nos empuja a anticiparnos a la vida, a la naturaleza, aunque no tengamos una seguridad absoluta de que exista una correspondencia entre lo que pensamos y el funcionamiento real del mundo. La consecuencia de esto para el conocimiento científico merece también ser comentada: no se trata sólo de que la metafísica sea una ciencia carente de sentido. La física, y todas las ciencias experimentales, se conviertenen un conocimiento probable (no cabe certeza absoluta sobre cuestiones de hecho), mientras que la matemática y la lógica expresan tan sólo leyes del pensamiento humano (psicologicismo). Como se ve las consecuencias de la crítica humeana a la causalidad y la sustancia son muy amplias, y van mucho más allá del contexto de teoría del conocimiento en el que se formulan.
A partir de todo lo expuesto, compararemos a Hume con dos autores: por un lado resaltaremos las diferencias que existen entre las propuestas empiristas de Hume y el racionalismo cartesiano, y por otro lado, destacaremos también algunos de los antecedentes de la filosofía de Hume, que se pueden encontrar en el empirismo medieval de Guillermo de Ockham. Centrándonos por tanto en las diferencias respecto al racionalismo cartesiano, cabe comenzar destacando la negación de las ideas innatas que aparece en Hume y contrasta claramente con la defensa cartesiana de las mismas. Esta diferencia es crucial para entender el carácter de ambas filosofías. No nos olvidemos de que el hecho de considerar innata la idea de perfección es lo que permite a Descartes demostrar la existencia de Dios, que es lo que permite al autor francés volver a enlazar con el mundo. Los racionalistas tienden a aceptar la existencia de las ideas innatas, que tienden a jugar un papel esencial en sus filosofías. Esto choca frontalmente con el empirismo, dispuesto a aceptar exclusivamente aquello que podemos conocer a través de la experiencia. En segundo lugar, también es distinta la fuente del conocimiento válido en ambas filosofías. Mientras que para Hume y todo el empirismo son los sentidos los que nos dan este conocimiento, desde la tradición racionalista será la razón la facultad preferida, hasta el punto de que los sentidos suelen ser despreciados, y hemos de desconfiar de los datos que nos proporcionan. No es de extrañar, por ello, que para los racionalistas sea la matemática la ciencia más importante, mientras que los empiristas suelen dirigir sus preferencias hacia la física, donde la experimentación y el conocimiento sensible tienen más que decir. Una tercera diferencia entre ambos autores, podemos encontrarla en la concepción de la sustancia. Mientras que, como hemos visto en el texto comentado, Hume no acepta la existencia de sustancias, ésta es una de las ideas más importantes en Descartes, que distingue además, sustancia finita e infinita, y dentro de las finitas diferencia a su vez la extensa (material) y la pensante (alma o yo). Para Descartes es sustancia todo aquello que no necesita de otro para existir. Como vemos da una definición prácticamente axiomática, puramente racional. Este tipo de concepción carece de sentido para Hume, por ser precisamente una creación de la razón, y no tener ningún tipo de anclaje en la realidad empírica. Paralelamente, Hume negará la existencia del “yo” y de “Dios”, conceptos indispensables para comprender la filosofía racionalista de Descartes. En cuanto a las similitudes con Ockham podemos tomar como hilo conductor las diferencias señaladas respecto a Descartes. Al igual que Hume, también Ockham criticará la existencia de ideas innatas. Tales ideas no son más que un producto de la razón, y están muy alejadas de la realidad que pretenden describir, hasta el punto de que terminan siendo más un obstáculo que una ayuda en el proceso de conocimiento. Y es que para Ockham, al igual que para Hume, el conocimiento comienza también con la experiencia. Ockham es un firme defensor de un acceso directo e intuitivo a la realidad, sin ningún tipo de mediación conceptual ni racional. Es más, cualquier intromisión de la razón será más un obstáculo que una ayuda, pues la razón tiende a divagar en torno a conceptos cuya raíz empírica es más que dudosa. Para toda la tradición empirista, a la que Hume y Ockham pertenecen es precisamente allí donde falta la evidencia empírica, donde crece la confusión, la diversidad de opiniones y el error. Y una tercera similitud sería sin duda la negación de la sustancia, y de cualquier concepto abstracto. Una de las consecuencias del nominalismo de Ockham es precisamente la existencia de lo particular, lo concreto. Sólo existe aquello que conocemos de un modo inmediato e intuitivo. Por tanto, hablar de sustancias es inventar conceptos que carecen de significado. Recordemos a este respecto la importancia de la negación por parte de Ockham de la existencia de los universales. Afirmar exclusivamente la existencia de lo particular obliga a Ockham a negar la posibilidad de conocer algo así como “sustancias”, de las cuales no podemos tener dato empírico alguno. Ockham será consecuente con esta tesis, y defenderá la imposibilidad de demostrar racionalmente la existencia de Dios, a la que sólo se puede llegar por medio de la fe. Para terminar, cabe destacar la importancia del pensamiento de Hume. En él encontramos una formulación completa y madura del empirismo, y sus ideas serán seguidas por muchos filósofos posteriores. Las ideas empiristas han aparecido una y otra vez a lo largo de la historia de la filosofía, bajo distintas apariencias, sí, pero siempre adaptadas a las circunstancias del presente en que se formulaban. Por eso, su pensamiento no sólo contribuyó a dar coherencia a toda una corriente de pensamiento, sino que ha sido un referente ineludible para todos los empiristas. Sus ideas han superado la teoría del conocimiento, para ser discutidas también en otras áreas, como por ejemplo la filosofía de la ciencia, gracias, entre otros, a Kart Popper. Igualmente, sus planteamientos morales y políticos siguen encontrándose en la actualidad en múltiples autores, como por ejemplo David Gauthier. Todo ello nos puede dar una idea aproximada de la importancia de las ideas del autor del texto propuesto para este comentario.